Los
cien años de la reforma universitaria de 1918 ponen de relieve
cuestiones y problemas que, pese al tiempo transcurrido, aún
mantienen una importante vigencia. El rol político del movimiento
estudiantil, la función social de nuestras universidades públicas y
la falta de vinculación del quehacer académico con los problemas
nacionales y populares, son tal vez de los principales.
La
reforma de 1918 fue expresión del avance social de los sectores
medios promovido por el Yrigoyenismo con su ascenso al poder político
en 1916, tras una larga lucha de intransigencia y abstencionismo
contra el régimen conservador de la dependencia, y cuya juventud
ahora pretendía la transformación del sistema universitario en
donde predominaba el poder aristocrático.
El
movimiento estudiantil asumió no solo una tarea de apertura
democrática de la universidad como espacio de poder, sino también
un cuestionamiento programático e ideológico de alcance nacional y
latinoamericano. La conjunción de ambos aspectos le dio un perfil
cuyo filo, en la memoria histórica, aún permanece punzante, pese a
no haber alcanzado sus objetivos en el momento.
Por
esto mismo, la reforma de 1918 ha sido –lo sigue siendo- objeto
de interpretaciones
por el
pensamiento dominante que le fue quitando la densidad de sus
planteos: no fue ni un problema de calidad académica, ni una disputa
de cargos, ni una aventura estudiantil limitada al clima de época.
Su contenido asumió desde el inicio un carácter antioligárquico,
antiimperialista y de unificación latinoamericana. Fue
antioligárquica
por el ascenso de los sectores medios que habían sido mayormente
excluidos de la participación política, al impulso del
Yrigoyenismo, así como progresiva y democrática, bajo el influjo
generado a raíz de la revolución rusa de 1917. Su antiimperialismo
se dio en pleno giro intervencionista
yanki
con el
Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe, tras el quiebre
geopolítico
de la Gran Guerra de 1914 en plena batalla
interimperialista
por un
orden mundial que, por entonces, todavía no terminaba de definirse.
El neutralismo sostenido en lo intelectual por Manuel Ugarte y Saúl
Taborda (quien describía a la neutralidad como la auténtica
beligerancia americana), encontraba expresión en la política
exterior de Yrigoyen, como pulsión nacional de supervivencia en un
mundo en crisis, cuando se ensayaba la fallida Sociedad de las
Naciones, antecedente la actual Organizaciones de las Naciones
Unidas.
La
burocracia académica la aprovecharía para solamente reacomodarse en
el más pequeño y mezquino ámbito universitario, mientras sus
planteos centrales y profundos serían abandonados. Las consignas de
autogobierno y autonomía, de la apertura de cátedras, de la
gratuidad de la enseñanza y modernización en general de los planes
de estudio, se enlazaban con la necesidad de realizar la liberación
social y nacional y la unidad de la Patria Grande. En consonancia con
la actuación que los movimientos nacionales de Latinoamérica
tendrían durante el siglo XX, las tareas de democracia,
reivindicación social y liberación nacional se presentan de manera
conjunta como parte del mismo proceso político. Sin embargo, la
visión oficial de la reforma se quedaría solamente con la parte de
apertura democrática, en supresión de la totalidad del proceso que
exigía la liberación nacional y de la patria grande.
La
reforma de 1918.
La
reforma fue una insurrección progresiva con epicentro en la
Federación Universitaria de Córdoba tomando la Casa de Trejo de la
ciudad capital cordobesa (la Docta, fundada en 1613 por la Orden de
los Jesuitas, es una de las más antiguas de América), pero se
expandió por otras ciudades en las que tuvo diferentes contenidos.
En Córdoba y Santa Fe fue anticlerical, pero en Buenos Aires,
Tucumán y La Plata asumió un perfil antiliberal y antipositivista.
Tanto en unos como en los otros fueron las respuestas a
las formas eurocéntricas de la subordinación cultural argentina.
En Córdoba sobresalió Deodoro Roca entre los dirigentes
estudiantiles de la Federación Universitaria local, y en la capital
bonaerense coincidieron en la causa reformista figuras diversas pero
antipositivistas como Saúl
Taborda,
Alejandro Korn, Héctor Roca (hermano de Deodoro), Carlos
Astrada
y Carlos
Cossio.
Como bien explica el
historiador Roberto Ferrero, la reforma en su conjunto “fue
nacional porque expresaba la inserción de las clases medias en la
sociedad argentina y porque repudiaba a las dos vertientes más
enajenantes de la cultura oficial: el tradicionalismo reaccionario y
el liberalismo oligárquico”.
El
11 de abril se creó la Federación Universitaria Argentina que,
desde entonces, reúne a las universidades nacionales de todo el
país. La insurrección estudiantil dio como resultado la
intervención del rectorado (en la figura de José Nicolas Matienzo),
una huelga general declarada el 15 de junio de 1918, el conocido
Manifiesto Liminar dirigido "a los hombres libres de Sudamérica"
y un estado de movilización y debate permanente. El Código Civil de
1872, redactado por Dalmacio Velez Sarfield, arrojaba a las mujeres a
la condición de minoridad y las colocaba en una situación de
desigualdad jurídica, guardián normativo del orden patriarcal que,
de todas maneras, ya había empezado a ser cuestionado por la
creciente lucha feminista. Así, en tiempos de la reforma de 1918,
las mujeres tenían virtualmente vedado su ingreso universitario,
aunque se reconoce la participación como dirigente estudiantil de
Odontología, de Prosperina Paraván.
El
reformismo se expandió a nivel continental con casos sobresalientes
como los de Perú (con Haya de la Torre y José Mariátegui), México
(con el liderazgo ideológico de José Vasconcelos), Cuba (en donde
destacó Julio Antonio Mella y luego surgiría en su seno la figura
del juvenil Fidel Castro), entre otros. Arturo Jauretche explicaba la
cuestión: el yrigoyenismo fue la apertura del país hacia una forma
de pensar nacional y el ascenso popular con su intento de conquista
de los instrumentos de cultura, uno de cuyos episodios es la reforma
universitaria. No obstante, la contrarrevolución llegaría con el
mandato presidencial de Marcelo T. de Alvear y la dirección política
del movimiento estudiantil perdería su costado nacional y
latinoamericanista, llegando a prestar su apoyo al golpismo contra
Yrigoyen en 1930 y contra el peronismo en 1955. Por más cierta que
sea la crítica a la enseñanza durante el peronismo, como la que le
hacen Oscar Varsavsky y el propio Arturo Jauretche, no es posible
omitir que el ciclo peronista realizó los objetivos pregonados por
la reforma universitaria, como la gratuidad de la enseñanza y la
supresión de los aranceles, el régimen de autonomía y el gran
aumento de la matrícula de alumnos como apertura democrática, la
creación de la Universidad Obrera Nacional (luego con la
denominación de Universidad Tecnológica Nacional) y la
constitucionalización del sistema universitario con la reforma de
1949.
En
cuanto a la reacción operada tras la reforma de 1918, resulta
ilustrativo y aleccionador lo que contaba Homero Manzi (por entonces,
un joven político yrigoyenista que estudiaba en la antigua Facultad
de Derecho de Bs. As. en la calle Las Heras): “fuimos
con un grupo de estudiantes universitarios a ver a Yrigoyen a su casa
de la calle Brasil, para describir nuestra angustia ante la reacción
que paralizaba los impulsos de la reforma del 18...y escuché de sus
labios este juicio: yo soñé que la universidad habría de ser la
cuna del alma argentina, pensé que la ciencia que llegaba desde la
vieja Europa iba a ser un instrumento que la universidad daría
emoción nacional...pero me he equivocado...corremos el riesgo de
esclavizarnos con modelos ajenos”.
La
coincidencia de Manzi y Gabriel del Mazo en FORJA, a partir de 1935,
como continuadores del yrigoyenismo, indica la maduración de un
proceso político del cual el movimiento de la reforma del 18 es un
antecedente.
Desde
la dictadura de 1955 se impondría el mito de una universidad
pretendidamente progresista con base en un academicismo abstracto y
universalista, sin compromiso con los problemas nacionales y del
pueblo. Esta universidad ascética y cientificista, con centro en
Buenos Aires, se presenta asimismo desde entonces, como continuidad
de la reforma de 1918, la cual, según esta mirada, se habría hecho
principalmente por razones de calidad académica y libertad
profesoral, quedando en el olvido los rasgos fundamentales del
antiimperialismo y latinoamericanismo. De la FUA antiimperialista al
"fubismo" estudiantil instrumento de la oligarquía, como
se quejaba Arturo Jauretche. Esta declinación política tenía una
explicación sociológica por parte de Juan José Hernández Arregui,
cuando advertía sobre la visión enajenada de esa "aristocracia
modesta y diplomada" que reemplazaba la revolución nacional y
social por la del "título universitario como un talismán de
éxito individual y de diferenciación social de los sectores bajos".
El movimiento universitario, en sus más variadas versiones, por
derecha, centro e izquierda, abandonó su destino nacional, popular y
latinoamericano y compra un perfil doctoral que, salvo momentos de
excepción y figuras marginales, renovará como patente de corso
hasta la actualidad.
La
declinación del radicalismo
como
fuerza
política
a nivel país, también
pesó
sobre este devenir gris del movimiento estudiantil. Si Hipólito
Yrigoyen fue objeto de un vaciamiento de contenido, cómo no lo iba a
ser la reforma universitaria... Entre reformistas liberales,
radicales antiperonistas, y una variedad matizada de izquierdas sin
raíz nacional, se impuso una concepción liberal de la reforma del
18 en la que se velaba al antiimperialismo y
latinoamericanismo
de origen,
como así también a la principal de sus figuras inspiradoras, Manuel
Ugarte.
La
importancia de Manuel Ugarte.
Manuel
Ugarte es uno de los grandes pensadores políticos de nuestra
historia, y a la vez uno de los mayores silenciados. Su olvido y
desconocimiento contrasta con el prestigio y reconocimiento alcanzado
en su tiempo, pese a su exclusión en Argentina. Las biografías de
Norberto Galasso constituyen un formidable aporte para sacarlo del
olvido y colocarlo en el centro de las ideas políticas
latinoamericanas, aunque aún no termina de tener un merecido
reconocimiento, con escasas excepciones como las del Centro de
Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte de la
Universidad Nacional de Lanus.
Manuel
Ugarte, “precursor
del nacionalismo popular” como lo calificó el historiador Juan
Carlos Jara, fue antiimperialista por la denuncia
al imperialismo yanqui con su política del garrote y al británico
por su dominio económico; fue un socialista que pregonaba que el
socialismo debía ser nacional, sin copiar tácticas europeas. En
este sentido, Ugarte afirmaba que debíamos incorporar la cultura
mundial, pero elaborar nuestra propia cultura nacional, sin
europeísmos. Y la prédica más poderosa que lo impulsó a realizar
una extensa y populosa gira continental, desde México hasta Perú y
Bolivia, respecto de la necesidad de la unidad latinoamericana. De
su trayectoria militante fuertemente comprometida dan testimonio esa
extraordinaria campaña hispanoamericana y sus disputas con el
socialismo local, cuyo partido dirigido por Juan B. Justo lo
expulsaría en dos oportunidades por supuestas desviaciones
nacionalistas y su neutralismo.
El
antiimperialismo y el latinoamericanismo de la reforma de 1918 puede
explicarse como legado de la generación de 1900, pero la figura de
Manuel Ugarte es central. Ugarte no solo fue parte de esa misma
generación, sino fue quien con el desarrollo conceptual y original
alcanzado en su pensamiento político, influyó de manera más
profunda en el movimiento estudiantil.
Fue
orador principal en el acto de fundación de la FUA, donde hablan
solamente delegados estudiantiles a excepción del propio Ugarte, con
quien, sin pertenecer al ámbito universitario, tenían fluidas
relaciones. Ni
Alfredo Palacios ni José Ingenieros, de relevancia en la época,
alcanzaron la importancia de Manuel Ugarte como referentes
ideológicos de influencia. Incluso el primero, el denominado
“maestro de juventudes” y luego devenido funcionario
de la
dictadura
oligárquica
de 1955,
intervino al mismo tiempo en un acto en homenaje a los Estados Unidos
con motivo del primer aniversario de su ingreso a la gran guerra de
1914.
Según Galasso, el
propio Gabriel Del Mazo, de militancia radical e historiador de la
reforma de 1918, describe a Manuel Ugarte como de mayor influjo que
los anteriores. El joven Deodoro Roca será organizador de la Unión
Latinoamericana en Córdoba y admirador de Ugarte al igual que Haya
de la Torre, fundador del APRA peruano continuador de la propia
reforma de 1918. Como explica
Galasso,
la participación de Manuel Ugarte “denota claramente la influencia
que él ejerció sobre los reformistas del 18, aun cuando años
después, la deformación de la Reforma encarrilada
bajo los
cánones cipayos lo haya silenciado, ocultando la única explicación
valedera del
latinoamericanismo
de ese
movimiento”.
Tras
la reacción que barrería con la reforma universitaria, una
burocracia académica se colocaría en el centro de la escena como
la encargada de producir una interpretación adecuada a la historia
oficial y servil a los intereses políticos en contra del
movimiento
nacional.
Parece una proeza si pensamos en Manuel Ugarte, Saúl Taborda,
Deodoro Roca y en el
jóven
Gabriel
Del Mazo e
incluso en el propio José Ingenieros. Otras figuras fueron colocadas
en el centro de la reforma universitaria, en una operación cultural
oligárquica destinada a sustentar esa academia cientificista,
semillera de esos maestros desorientadores que fustigaba Franz
Fanon en
Los Condenados de la Tierra.
A
cien años de la reforma de 1918, su sentido histórico consiste en
el impulso transformador de raíz nacional y la vocación
latinoamericana mostrada, cuestionadores de un sistema educativo y
cultural concebido como protector del orden oligárquico
agroexportador
y dependiente. Un ensayo revolucionario inviable si no confluía con
los sectores populares en un frente político de liberación
nacional, lo cual ya no era posible con el giro político del
alvearismo y, luego con el regreso de Yrigoyen en 1928, ya sería
tarde. Las consignas reformistas tendrían su continuidad, con un
perfil diferente, en el ciclo peronista; después, en los años 1960
y 1970, resurgirían a través de diferentes expresiones nacionales,
como las Cátedras Nacionales, sectores de la juventud peronista, al
calor de las
posiciones
anticolonialistas
y la lucha callejera por el regreso de Perón, y de sectores de la
izquierda nacional orientados por la idea de alianza plebeya, como
sostenía Jorge Spilimbergo con el planteo de la necesidad del
encuentro político y cultural entre los obreros urbanos y rurales y
la pequeña burguesía. Todo esto contribuyó a la nacionalización
de los sectores medios cuyo proceso derivó en los acontecimientos
del Cordobazo y las otras
insurreciones
similares,
en las
que, justamente, coincidían obreros y estudiantes universitarios.
El
problema planteado alrededor de la reforma de 1918 se actualiza hoy
en varias de las universidades nacionales del conurbano bonaerense,
en las que una burocracia academicista puja por reproducir la
tradicional casta profesoral –hace década instalada en la
Universidad de Buenos Aires-, desplazando a quienes sostienen una
perspectiva nacional. El problema educativo y universitario, en
particular, como parte de la cuestión cultural en general, es,
principalmente, un problema político, cuyo único sentido posible en
nuestras tierras, en el contexto de una ofensiva de colonialismo
ideológico, es promover y fortalecer los lazos de unidad,
organización y capacidad de autodeterminación de los pueblos
latinoamericanos.
Javier
Azzali, junio de 2018.
Bibliografía
mencionada:
Ferrero,
Roberto, “Saul Taborda, de la reforma universitaria a la revolución
nacional”, Alción Editoria, Córdoba, 1988.
Ford,
Anibal, “Homero Manzi”, CEAL, Bs. As., 1971.
Hernández
Arregui, Juan José, “La formación de la conciencia nacional”….
Jauretche,
Arturo, “FORJA y la década infame”, Peña Lillo Ed., Bs. As.,
1984.
Galasso,
Norberto, “Manuel Ugarte, de la liberación nacional al
socialismo”, EUDEBA, Bs. As., 2014.
Jara,
Juan Carlos, “Manuel Ugarte, precursor
del nacionalismo popular”, SIESE, Córdoba, 2006.
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