“El
derecho a conocer la historia”, por NORBERTO GALASSO (octubre, 2002).
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La
brevedad de esta nota compartida de Norberto Galasso resalta aún más su densidad conceptual y la importancia
del asunto tratado. En pocas palabras el autor deja planteado los principales
fundamentos para un enfoque de derecho del conocimiento de la historia. Así, el
acceso al estudio de la historia es un derecho del cual todas las personas
somos titulares. Este planteo del acceso al conocimiento de la historia resulta
particularmente importante en tiempos de predominio del colonialismo cultural.
Éste, en su pretensión de pensamiento único, promovido especialmente desde los
grandes medios de comunicación, consiste en una visión social que se justifica
a partir de la imposición de grandes mitos sobre la interpretación de la
historia. Pero también se afirma en la idea falsa de que solo las elites
académicas y universitarias son las predestinadas a esclarecer al bajo pueblo
con su sabiduría. Este elitismo
academicista, característico de los ámbitos universitarios, es un factor
conservador pese a cualquier declamación de progresismo y pensamiento crítico
que pueda invocar. A la vez, en general –salvo excepciones- es de cuño
europeísta, lo cual prestigia a quienes se vinculan con universidades europeas
o norteamericanas, y completa el cuadro de dependencia cultural.
El
planteo que todas las personas tenemos derecho a conocer la historia cuestiona
de raíz la pretensión academicista, y favorece la formulación de una visión
desde el pueblo y desde una posición geopolítica en línea con nuestra posición
periférica y sureña. Por lo general, los centros académicos y escolares se
encuentran asfixiados por corrientes de pensamiento ligadas a los intereses
foráneos, o a políticas de gobierno entreguistas y no interesados en la defensa
de la formación de una conciencia nacional. Además, aún la teoría más
sofisticada y compleja se torna superficial ante la ausencia de una visión
histórica que permita situarse en el punto preciso de desarrollo del pueblo al
cual pertenece quien intenta conocer. La admisión de la ahistoricidad y el
desprecio por el conocimiento de la historia, hacen fácil la reproducción de
una visión dominante de la cultura argentina y crean campo fértil para la
historia oficial.
La
crítica de esta situación y la búsqueda de sendas alternativas, en consonancia
con la autodeterminación nacional, no puede ni debe ser interpretado como una
manera de soslayar la necesidad de asumir con seriedad el trabajo
historiográfico en su aspecto científico, es decir en lo relativo al método,
uso de fuentes, debates entre diferentes
interpretaciones, las cuestiones relativas a la heurística y la hermenéutica,
entre otros asuntos propios del hacer historiográfico. No es en desmedro de la actividad docente de
miles de profesores de historia que se
ejerce la crítica, sino a favor de motivarlos a salir de los claustros a contar
la historia y discutirla con quienes no lo son, a promover su estudio aún fuera
de la academia, y a escuchar a la gente del pueblo, quienes, en definitiva, son los protagonistas
de los acontecimientos, o poseedores de un saber en base a testimonios orales.
La
formación de la conciencia histórica de nuestro pueblo es lo que lo consolida a
la vez como sujeto colectivo en el presente con capacidad de autodeterminarse en
el contexto de una geopolítica imperialista desde los grandes centros de poder
mundial. Adquiere valor científico, aunque no cuente con el prestigio de la
ciencia, la tesis que solo quien sabe de dónde viene y conoce el camino
recorrido está en condiciones de poder sacar conclusiones razonadas y fundadas
sobre hacia dónde quiere y puede ir, cuáles son sus facultades reales, posibilidades
y límites. Por eso, el derecho a la autodeterminación del pueblo es la
condición para el adecuado ejercicio de la totalidad de los otros derechos, como
los civiles, políticos, sociales, económicos y culturales. De ahí la
originalidad y el valor de adoptar un enfoque de derecho para el conocimiento
de la historia. La sustitución de las figuras históricas en los billetes de
circulación, por inocentes animalitos de nuestra fauna nativa, no debe ser
interpretado como gestos sin aparente consecuencia, sino como una negación de este derecho colectivo.
Esta
perspectiva ha motivado la creación de numerosos centros de estudios y
culturales, en sindicatos, organizaciones sociales y políticas, desde abajo,
con vocación militante la mayoría, donde se debaten ideas y posiciones de una
manera mucho más abierta y democrática que en los ámbitos escolares, como el
propio Norberto Galasso ha predicado con su extraordinario ejemplo, mediante la
formación del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, cuyas actividades se desarrollan
ininterrumpidamente desde 1997, y luego su Corriente Política y el Centro de Estudios Históricos y Sociales
Felipe Varela.
Norberto
Galasso termina su nota con un último párrafo que contiene una predicción de
época (año 2002) que justo ahora, en estos tiempos de retroceso nacional, debe
revivir entre nosotros como un mandato de esperanza para el pueblo, la cual
invitamos a leer desde el comienzo.
Javier
Azzali, noviembre de 2017.
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