En los últimos días se aceleró el acuerdo de
libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (en adelante, UE), a partir
de la visita al país del vicepresidente de la Comisión Europea, el finlandés
Jyrki Katainen.
Esta circunstancia merece ser motivo de
reflexiones urgentes por las consecuencias de peso en el futuro de nuestros
países sudamericanos. La trascendencia está en que el acuerdo con la UE es un
acto clave en el armado del modelo de dependencia que se ensaya sobre el país y
la región. El contenido geopolítico del pacto entre ambos bloques es la
subordinación de los espacios nacionales de nuestra región a los intereses del
gran capital financiero y comercial europeo. Por un lado, significa una
renuncia a la prosecución de la soberanía nacional sudamericana, como
caracterizó al ciclo anterior orientado por estados nacional democráticos. La
suspensión de Venezuela de su condición de parte del Mercosur, ya había
asestado un certero golpe al organismo regional, por haber desvirtuado el
consenso total como regla general. Ahora, el acuerdo con la UE, lo coloca como un
instrumento al servicio de los intereses externos a la región. Nos alejamos de
los BRICS y la multilateralidad, para subordinarnos al poder financiero
internacional en crisis.
A la vez, esta subordinación económica asume el
altísimo riesgo de traslado de la profunda crisis económica del gran capital
financiero global, a nuestros débiles espacios nacionales. Si en el viejo
continente la Troika golpea, en diferentes niveles, la vida productiva y el
bienestar de los pueblos de Grecia, Irlanda, España, Italia, los países del Este,
solo es posible proyectar para los nuestros consecuencias peores[1]. El traslado de la crisis del centro del
poder financiero global a las regiones sometidas es, justamente, una de las principales
características del ejercicio imperialista. La concreción del acuerdo con la
UE, sería una fuerte base de apoyo para los proyecto oligárquicos que asolan
nuestros pueblos, de perfil antiindustrialista, con eje en la producción
primaria y el comercio exterior, aumento de la desocupación y caída del ingreso
de los trabajadores.
El acuerdo con la UE.
El inicio del acuerdo con la UE se remonta a 1995,
pero se encontraba suspendido a partir del giro latinoamericanista del Mercosur
de los últimos años. La UE está, junto con Asia y el norte de América, entre
los principales socios comerciales del Mercosur, en particular, en lo que
respecta a la exportación de productos primarios, e importación de
manufacturas, con un intercambio total que es superior al registrado
internamente entre los países miembros. El agro negocio de Argentina, Brasil,
Paraguay y Uruguay, base del tradicional poder terrateniente, se benefician por
las exportaciones, especialmente, de carnes y biocombustibles. El etanol es un
recurso usufructuado por la oligarquía brasilera, a partir del cultivo de la
caña de azúcar, de peso en la matriz energética.
Al acuerdo se lo intenta justificar desde un
supuesto beneficio –nunca bien explicado- de crecimiento de la denominada
apertura de mercados y de una igualdad y reciprocidad en el tratamiento entre
las partes. El acuerdo involucra definiciones en actividades económicas
de servicios financieros, de telecomunicación, energéticas,
medioambientales, infraestructura, reglas en asuntos de patentes, propiedad
intelectual, inversiones y de competencia, así como brindaría cobertura a la
participación de empresas europeas en servicios públicos locales además de las
consabidas inversiones directas y, por supuesto, la resignación de la
jurisdicción en los litigios. Los fines declarados de progreso y desarrollo,
con la cláusula de igualdad de posibilidades comerciales entre los bloques no
solo son ilusorios sino especialmente engañosos. Como se ha evidenciado a lo largo de nuestra historia
latinoamericana, los acuerdos de libre comercio con las potencias mundiales
esconden la intención de consolidar una relación de dominio y pérdida de
soberanía económica, lo cual nos arroja, nuevamente, a la condición de países
semicoloniales.
A modo ilustrativo, en materia estrictamente
comercial, el acuerdo profundizará el déficit entre lo que se importa y lo
exportado, las asimetrías entre el perfil manufacturado de lo ingresado y los
productos primarios que se exportan. Además, aumentará la inversión extranjera
directa, la que solo es posible darse en una única dirección, la que excluye en
la práctica la inversión sudamericana directa en las economías europeas.
También, el acuerdo se basa en la reducción de aranceles por parte de los
países partes, lo cual solo puede favorecer al viejo continente, cuyos países
cuentan con sistemas de regulación y protección propia, más allá de las
barreras arancelarias, vía exigencia técnicas, sanitarias y políticas de subsidios.
Las actividades metalúrgicas y textiles son de
los sectores industriales más perjudicados, los cuales a su vez son importantes
fuentes de trabajo. Cabe destacar, como ejemplo del comportamiento de los
actores en escena, que los representantes textiles pidieron en su momento ser
excluidos del acuerdo con la UE. Pero ahora observan, seguramente azorados, el
compromiso próximo a asumir de reducción paulatina de los aranceles, hasta
llegar a cero en unos pocos años. Esto ocurre, justo cuando el presidente de la
Sociedad Rural Argentina asume directamente como titular del ministerio de
agricultura del país, y el Fondo Monetario Internacional terminó su visita con
elogios al rumbo económico de ajuste fiscal y “la restauración de las
instituciones”.
En su reciente visita al país, el
funcionario de la Comisión Europea, citado al principio, explicó, con
sinceridad, que "hay temas difíciles, como el agropecuario". En
efecto, tampoco está exento de resistencia interna en el viejo continente, como
el caso de las centrales sindicales europeas y los productores agrícolas,
expresada en la posición quejosa de Francia. Tanto el BREXIT como la aparición
de diferentes arrebatos autonomistas en Europa, y por sobre todo la llegada de Donald
Trump al poder político en los EUA, expresan la disidencia proteccionista en el
seno de las economías centrales, frente a la avanzada del poder financiero
global, promotor incesante de la mayor desregulación posible. Este, más
interesado en liberalizar todo el vasto mercado mundial para ir y venir sin
ataduras locales, procura la sobreexplotación de la mano de obra y la
subordinación de los países de la periferia, entre los cuales se cuentan los
latinoamericanos, y la libre circulación de capitales especulativos de carácter
financiero.
El giro proteccionista insinuado por Trump en
los EUA, mediante la suspensión del Acuerdo del Transpacífico (TTP en inglés),
favoreció el desplazamiento de los intereses europeos hacia el Mercosur, ya que,
más allá de que el avance del acuerdo con la UE se venía anunciando desde 2014,
lo cierto es que después de todo, en geopolítica, los espacios tienden siempre
a ocuparse rápidamente cuando son abandonados. En este caso, el imperialismo
menor viene a ocupar el que, parecía estar predestinado a la supremacía de la
doctrina Monroe de los EUA. Se lo podría llamar, entonces, el ALCA europeo.
Hace unos años, Bolivia, Ecuador y Venezuela
hicieron fracasar los oficios comerciales de la UE hacia la Comunidad Andina de
Naciones, quien debió optar por avanzar con acuerdos bilaterales con los países
de la Alianza del Pacífico. También, los sindicatos sudamericanos a la par que
los europeos, a través de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur
y la Confederación Europea de Sindicatos, manifestaron sus fuertes críticas
ante la pérdida de puestos de trabajo, retrocesos en las conquistas laborales y
el deterioro de las producciones locales.
Es bueno señalar que las fuerzas reaccionarias
no se habían quedado quietas durante el ciclo nacional popular. En defensa de
sus intereses, y ante las dificultades de avanzar en el libre comercio
europeísta, los sectores terratenientes sudamericanos habían intentado un
acercamiento a Canadá. Si tenemos en cuenta que este país depende económicamente
de los EUA –del cual importa casi el 80% de los alimentos que consume-, ese
acercamiento era una manera de acercarse, indirectamente, al gran imperio del
norte.
Ahora, el giro del Mercosur impulsado por
Brasil y Argentina fundamentalmente, se explica por la relación de fuerza
favorable a los proyectos oligárquicos y conservadores en ambos países. Con
razón, desde el diario La Nación se le atribuye al acuerdo el carácter de
estratégico, lo que desde el punto de vista contrario a los intereses
nacionales es estrictamente cierto, ya que sirve para fortalecer la renuncia a
una geopolítica sudamericana propia[2]. Un
acuerdo de estas características sería un fuerte condicionante para el perfil
primario de las economías, de la concentración de la propiedad y uso de la
tierra y, por ende, consolidaría los poderes oligárquicos en nuestras
sociedades, y un esquema de dependencia y de alta vulnerabilidad externa frente
a las crisis internacionales.
El actual desarrollo de los acontecimientos nos
exige a sostener la necesidad de la unidad latinoamericana con
autodeterminación en el contexto político y económica internacional, como la
auténtica condición para el progreso de nuestros pueblos y el principal
objetivo histórico a realizar.
(12/11/2017, por Javier Azzali)
.
[1] La Troika está formada por la Comisión
Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario
Internacional. Su tarea consiste en evaluar la situación económica de los
países miembros de la UE e indicarles el programa económico a llevar a cabo
como condición de obtener algún financiamiento. Esta dominación económico
financiera implica una real renuncia a la soberanía económica de los estados
más débiles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario