jueves, 12 de enero de 2017

¿HACIA DÓNDE VA LATINOAMERICA?




Los últimos acontecimientos en la región muestran un escenario de amenaza para la formación de la patria grande. La destitución en Brasil de Dilma Rousseff tuvo el reconocimiento inmediato de Estados Unidos, Argentina y Paraguay, mientras Ecuador, Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua denunciaron el golpe institucional como oligárquico; lo que muestra por un lado, la divisoria de aguas regional y, por el otro, la tendencia regresiva en la relación de fuerzas entre los estados.
La crisis política para continuar con las políticas nacional democráticas en varios países, como la consolidación de nuevos instrumentos jurídicos supraestatales favorables al libre comercio con los Estados Unidos, anuncian el reinicio de un ciclo conservador para los pueblos y una nueva etapa de dominio imperialista en la región.
El político y pensador socialista uruguayo Vivian Trías se refería a esta cuestión cuando decía que la integración continental se presenta, en la actualidad mundial, como una necesidad histórica: “la integración se producirá de cualquier manera, puede concretarse para afianzar el subdesarrollo y la dependencia colonial, o puede realizarse para superar el atraso y liberarse de la opresión imperialista”. La integración no es más que un instrumento, decía, cuyo sentido depende de los intereses a los que sirve, por lo que la antinomia revolución-contrarrevolución se expresa como integración para la servidumbre o integración para la liberación (Imperialismo y geopolítica en América Latina, 1969). A casi cincuenta años de su publicación y de que Juan Perón volviera a afirmar la disyuntiva histórica latinoamericana de “unidos o dominados” frente al imperialismo, esta antinomia principal muestra su vigencia de manera dramática y torna incierto el destino de los pueblos latinoamericanos.
Otra vez, el imperialismo.
Lejos del realismo mágico propio de la literatura latinoamericana, en el continente rige la cruda, real y poca poética geopolítica. En los últimos años, el proceso de unificación sudamericana se había orientado hacia una autonomía frente al capital financiero mundial y las posiciones políticas de los Estados Unidos. La UNASUR y la CELAC y el giro político del MERCOSUR (con la inclusión de Venezuela, por ejemplo), fueron una fundamental expresión a nivel institucional del camino construido, principalmente, por la alianza entre Buenos Aires, Brasilia y Caracas. La contraposición a este modelo es la propuesta de establecer áreas de libre comercio para nuestros países, impulsada por Estados Unidos, como el ALCA, frustrada para Sudamérica, o el NAFTA, con éxito para desgracia del pueblo mejicano, que además es la expresión actual de esa voluntad de dominación existente al menos desde la doctrina Monroe en 1823 en adelante. Ahora, el proyectado acercamiento del Mercosur, a través de Argentina y Brasil, al Acuerdo del Transpacífico (TTP), cuyo valor económico de esta manera alcanzaría el notable 40% del PBI mundial, de lograrse, quebraría esa unidad con sentido de autonomía continental y nos colocaría bajo la hegemonía del capital financiero mundial y la banca norteamericana. Chile, Perú, Colombia y México, ya han dado desde 2011, un consentimiento poco informado a sus pueblos, para la Alianza del Pacífico, por la cual liberaron el comercio de bienes y servicios, en un mercado común con predominio de la poderosa economía de Estados Unidos.
Además de una revancha de clase de las oligarquías locales contra los sectores populares, como represalia por los avances sociales, el objetivo es hacerle pagar el costo económico de la crisis mundial a nuestros países. El regreso del endeudamiento externo (como en el caso de Argentina), la reprimarización de la producción y la desindustrialización, la dominación del capital extranjero sobre los recursos naturales bajo la forma de “inversión extranjera”, la fuga de capitales, la caída del salario para lograr la “adaptabilidad” por razones de competencia respecto del costo laboral asiático y el aumento de la desocupación para disciplinar a los trabajadores, son algunas de las formas más acentuadas del actual colonialismo. La presencia militar estadounidense en la región ha aumentado, con noticias que mencionan posibles bases en Ushuaia y en la Triple Frontera, mientas se mantiene la de la OTAN en Malvinas.
El proceso de unificación continental impulsado en los últimos años se caracterizó por sostener un auténtico desafío al poder financiero mundial, pero, pese a los avances, no se logró consolidar lo suficiente esa unificación son sentido de autonomía. Según un informe de la CEPAL, el 10% más rico de Latinoamérica y el Caribe tiene el 71% de la riqueza y, entre 2002 y 2015, el patrimonio de los multimillonarios creció un promedio de 21% anual, seis veces superior al PBI de la región. Gran parte de esa riqueza no tributa o está en cuevas fiscales, como Panamá, fuera del control estatal. De esta manera, en un balance provisorio, se podría concluir que los proyectos nacionales, pese a su desafío al dominio del gran capital financiero y a la geopolítica imperialista de Estados Unidos, no superaron las contradicciones del desarrollo dependiente y desigual heredado, anidando el huevo de la serpiente. La ausencia de un centro de poder aglutinador de las fuerzas sociales y económicas que sustentaran al estado continental, según la expresión de Alberto Methol Ferré, es una de las claves para entender el presente declinante. Un rasgo común de debilidad en los movimientos nacionales y populares consiste en no haber generado modelos sociales superadores de las reglas imperialistas del capitalismo, y así suprimir las bases materiales de sustento de las fuerzas reaccionarias y elitistas locales.
Estos riesgos y debilidades no significan que el proceso histórico de largo aliento, se haya culminado. La integración del continente bajo el imperio del libre cambio y el capital extranjero es un intento reaccionario de difícil realización. Solo la unidad nacional de los pueblos de nuestra América con criterios de igualdad social y autonomía regional, bajo formas de relaciones de producción social superadoras del capitalismo global, antiproductivo y elitista, es la opción progresiva y antiimperialista que, pese a los vientos en contra, debe persistir en el horizonte.
por Javier Azzali, septiembre de 2016.


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