Los últimos
acontecimientos en la región muestran un escenario de amenaza para la formación
de la patria grande. La destitución en Brasil de Dilma Rousseff tuvo el
reconocimiento inmediato de Estados Unidos, Argentina y Paraguay, mientras
Ecuador, Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua denunciaron el golpe
institucional como oligárquico; lo que muestra por un lado, la divisoria de
aguas regional y, por el otro, la tendencia regresiva en la relación de fuerzas
entre los estados.
La crisis
política para continuar con las políticas nacional democráticas en varios
países, como la consolidación de nuevos instrumentos jurídicos supraestatales
favorables al libre comercio con los Estados Unidos, anuncian el reinicio de un
ciclo conservador para los pueblos y una nueva etapa de dominio imperialista en
la región.
El político
y pensador socialista uruguayo Vivian Trías se refería a esta cuestión cuando
decía que la integración continental se presenta, en la actualidad mundial,
como una necesidad histórica: “la integración se producirá de cualquier
manera, puede concretarse para afianzar el subdesarrollo y la dependencia
colonial, o puede realizarse para superar el atraso y liberarse de la opresión
imperialista”. La integración no es más que un instrumento, decía, cuyo sentido
depende de los intereses a los que sirve, por lo que la antinomia
revolución-contrarrevolución se expresa como integración para la servidumbre o
integración para la liberación (Imperialismo y geopolítica en América Latina,
1969). A casi cincuenta años de su publicación y de que Juan Perón volviera a
afirmar la disyuntiva histórica latinoamericana de “unidos o dominados” frente
al imperialismo, esta antinomia principal muestra su vigencia de manera
dramática y torna incierto el destino de los pueblos latinoamericanos.
Otra vez,
el imperialismo.
Lejos del
realismo mágico propio de la literatura latinoamericana, en el continente rige
la cruda, real y poca poética geopolítica. En los últimos años, el proceso de
unificación sudamericana se había orientado hacia una autonomía frente al
capital financiero mundial y las posiciones políticas de los Estados Unidos. La
UNASUR y la CELAC y el giro político del MERCOSUR (con la inclusión de
Venezuela, por ejemplo), fueron una fundamental expresión a nivel institucional
del camino construido, principalmente, por la alianza entre Buenos Aires,
Brasilia y Caracas. La contraposición a este modelo es la propuesta de
establecer áreas de libre comercio para nuestros países, impulsada por Estados
Unidos, como el ALCA, frustrada para Sudamérica, o el NAFTA, con éxito para
desgracia del pueblo mejicano, que además es la expresión actual de esa
voluntad de dominación existente al menos desde la doctrina Monroe en 1823 en
adelante. Ahora, el proyectado acercamiento del Mercosur, a través de Argentina
y Brasil, al Acuerdo del Transpacífico (TTP), cuyo valor económico de esta
manera alcanzaría el notable 40% del PBI mundial, de lograrse, quebraría esa
unidad con sentido de autonomía continental y nos colocaría bajo la hegemonía
del capital financiero mundial y la banca norteamericana. Chile, Perú, Colombia
y México, ya han dado desde 2011, un consentimiento poco informado a sus
pueblos, para la Alianza del Pacífico, por la cual liberaron el comercio de
bienes y servicios, en un mercado común con predominio de la poderosa economía
de Estados Unidos.
Además de
una revancha de clase de las oligarquías locales contra los sectores populares,
como represalia por los avances sociales, el objetivo es hacerle pagar el costo
económico de la crisis mundial a nuestros países. El regreso del endeudamiento
externo (como en el caso de Argentina), la reprimarización de la producción y
la desindustrialización, la dominación del capital extranjero sobre los
recursos naturales bajo la forma de “inversión extranjera”, la fuga de
capitales, la caída del salario para lograr la “adaptabilidad” por razones de
competencia respecto del costo laboral asiático y el aumento de la desocupación
para disciplinar a los trabajadores, son algunas de las formas más acentuadas
del actual colonialismo. La presencia militar estadounidense en la región ha
aumentado, con noticias que mencionan posibles bases en Ushuaia y en la Triple
Frontera, mientas se mantiene la de la OTAN en Malvinas.
El proceso
de unificación continental impulsado en los últimos años se caracterizó por
sostener un auténtico desafío al poder financiero mundial, pero, pese a los
avances, no se logró consolidar lo suficiente esa unificación son sentido de
autonomía. Según un informe de la CEPAL, el 10% más rico de Latinoamérica y el
Caribe tiene el 71% de la riqueza y, entre 2002 y 2015, el patrimonio de los
multimillonarios creció un promedio de 21% anual, seis veces superior al PBI de
la región. Gran parte de esa riqueza no tributa o está en cuevas fiscales, como
Panamá, fuera del control estatal. De esta manera, en un balance provisorio, se
podría concluir que los proyectos nacionales, pese a su desafío al dominio del
gran capital financiero y a la geopolítica imperialista de Estados Unidos, no
superaron las contradicciones del desarrollo dependiente y desigual heredado, anidando
el huevo de la serpiente. La ausencia de un centro de poder aglutinador de las
fuerzas sociales y económicas que sustentaran al estado continental, según la
expresión de Alberto Methol Ferré, es una de las claves para entender el
presente declinante. Un rasgo común de debilidad en los movimientos nacionales
y populares consiste en no haber generado modelos sociales superadores de las
reglas imperialistas del capitalismo, y así suprimir las bases materiales de
sustento de las fuerzas reaccionarias y elitistas locales.
Estos
riesgos y debilidades no significan que el proceso histórico de largo aliento,
se haya culminado. La integración del continente bajo el imperio del libre
cambio y el capital extranjero es un intento reaccionario de difícil realización.
Solo la unidad nacional de los pueblos de nuestra América con criterios de
igualdad social y autonomía regional, bajo formas de relaciones de producción
social superadoras del capitalismo global, antiproductivo y elitista, es la
opción progresiva y antiimperialista que, pese a los vientos en contra, debe
persistir en el horizonte.
por Javier
Azzali, septiembre de 2016.
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