El regreso
de los movimientos nacionales populares en Sudamérica y la convergencia de sus
políticas a favor de la integración y autonomía regional es uno de los hechos
fundamentales de la época contemporánea.
Para
entender la importancia de todo esto, es bueno recordar que hasta no hace mucho
alertábamos sobre la posible recolonización del continente por parte de los
EUA, la que como decía Vivian Trías, en el siglo XX se hizo con la consigna de
integrar para reinar, al contrario que Gran Bretaña y su táctica divisionista
del siglo anterior. Esa vía hegemonizadora neocolonial se sostiene, en lo
económico, esencialmente a partir de los acuerdos de libre comercio, y en lo
militar con la instalación de diversas bases militares en puntos geográficos
estratégico, así como con las cruzadas antidrogas en una suerte de nueva
doctrina de seguridad regional. Así tenemos, además del Plan Colombia, el Plan
Puebla-Panamá y la insistencia con el ALCA como profundización de las políticas
económicas de ajuste y endeudamiento externo que llevaban a cabo los países a
partir de los lineamientos del Consenso de Washington, cuya consecuencia
principal fueron el atraso y la dependencia. Los acuerdos de libre comercio
entre EUA y los países de la Cuenca del Pacífico han sido una muestra del
avance en esa dirección de la política imperial: Chile (2004), Centroamérica
(2004), Colombia, (2006) Perú (2006) y, muy especialmente, México
prematuramente a partir de 1994 -este último víctima de la violencia propia del
narcotráfico, factor disolvente de cualquier nación y que a esta altura parece
ser algo así como la fase superior del neoliberalismo-. La estrategia era
unificar bajo la liberalización comercial y financiera, con el dominio del
capital especulativo transnacional, siendo además que de su voracidad ni Europa
se salvó, ya que con el Tratado de Maastricht (1992) se estableció la
unificación de la política monetaria y financiera para la denominada eurozona
que quedó a merced de las elites económicas. Vale precisar que, en nuestro
país, desde esa tribuna de doctrina conservadora que es el diario La Nación, se
identificaba esta vía de integración imperialista bajo el rótulo de “el
futuro de la democracia”.
Pero ahora
una nueva forma de integración se consolida con la UNASUR, posibilitada con el
rechazo al ALCA (2005). En diciembre de 2004 con la Declaración de Cusco
se creó la Comunidad Sudamericana de Naciones y, en abril de 2007 en la I
Cumbre Energética Sudamericana cambió su nombre por el de UNASUR, bajo la
consigna de “desarrollar un espacio sudamericano integrado en lo
político, social, económico, ambiental y de infraestructura”. En 2007 se
impulsó la creación del Banco del Sur ante la necesidad de “una nueva
arquitectura financiera regional, orientada a fortalecer el papel del
continente en el mundo financiero y comercial globalizado y beneficiar el
aparato productivo que priorice las necesidades básicas de nuestros pueblos”.
A esto se suma la promoción de un sistema multilateral de pagos y un fondo de
reservas, así el fundamental desarrollo de obras de inversión a escala
sudamericana, como el gasoducto Juana Azurduy entre Bolivia y la
Argentina, que tiene una extensión de 48 km y que permitirá abastecer con gas
boliviano la demanda de una parte importante del norte argentino. La
concreción de proyectos como Telesur (2005, con sede en Caracas), con el
significativo lema de “nuestro Norte es el Sur”(donde la palabra
sur significa un “concepto geopolítico que promueve la lucha de los
pueblos por la paz, autodeterminación, respeto por los Derechos Humanos y la
Justicia Social”) expresa también la vitalidad de unidad regional
–está solo integrado por países latinoamericanos- y la vocación por una
comunicación autóctona independiente del complejo mediático de los países más
poderosos vinculado a los intereses del capital financiero transnacional. Como
se ve, todo lo contrario a la política de integrar bajo el dominio de las
elites mundiales del capital financiero, impulsada por EUA y la OMC.
La creación
de la UNASUR como una instancia supranacional no va en desmedro de las
soberanías de los países que la integran, al contrario, las políticas de unidad
potencian la única y viable forma de ejercer el poder político y económico,
bajo la forma de la soberanía de la Patria Grande para llevar a cabo las
realizaciones democráticas, de integración productivas y de liberación
incumplidas en nuestro continente. La actual experiencia de unidad sudamericana
es necesario observarla desde el trazo largo de la historia, de ahí que aquello
de que somos argentinos porque fracasamos en ser latinoamericanos sigue siendo
una de las claves del presente. La cuestión nacional se realiza en la unidad
latinoamericana, en la que todo el tiempo parecen fundirse reclamos populares y
tareas democráticas, característica propia de los movimientos nacionales
guiados por liderazgos fuertes, como parece ser el caso de varias experiencias
políticas contemporáneas. En cualquier caso, la consolidación de la UNASUR es
expresión del ejercicio de una soberanía sudamericana a partir de la vocación
de unidad de los Estados sudamericanos, y desde una interpretación federal y
latinoamericana de la historia, simboliza la reactualización del antiguo
proyecto de unidad territorial enarbolado por San Martín, Bolivar y Artigas
hace doscientos años.
Javier
Azzali
Septiembre,
2011
(publicado
en Señales Populares)
No hay comentarios:
Publicar un comentario