Diciembre de 2011
Los abajo firmante, convencidos de que estamos viviendo momentos de profunda
transformación en nuestra Patria, como asimismo en la mayor parte de
nuestra América Latina y el Caribe, coincidimos en la necesidad de agruparnos
en un Centro de investigación histórico-social capaz de profundizar la
investigación y reinterpretar nuestro pasado, como requisito
indispensable para colaborar en la marcha hacia un futuro de justicia e
igualdad para todos. No será tarea menor el estudio y señalamiento de
procedimientos y mecanismos inherentes a la cultura de la dominación cuya
finalidad reside en la colonización intelectual de quienes se supone deben sujetarse
a los dictados de aquella.
Durante mucho tiempo ha prevalecido tanto aquí como en otras regiones de la
Patria Grande, una interpretación del pasado elaborada desde la perspectiva de
las clases dominantes ligadas a los intereses imperialistas. Así se nos
construyeron héroes falsos con personajes que fueron represores del pueblo
y entregadores de nuestros recursos y nuestra soberanía quienes, en
defensa de sus privilegios, trabajaron en contra de nuestro progreso, y
la justicia social. Esas minorías oligárquicas monopolizaron la información,
controlaron las academias, colocaron sus apellidos en las calles y las plazas,
impusieron sus falsedades en los colegios, en fin, crearon mentalidades
coloniales para reasegurar nuestra condición semicolonial respecto a los
imperios de turno.
Hubo sí, resistencia nacional, pero ocurrió que cuando los movimientos
nacionales llegaron al poder, la revisión de la ideología colonialista no pudo
lograrse en profundidad. A veces, se produjo una revisión con fuerte desviacionismo
clerical que criticaba el presente pero idealizando el pasado. Ese nacionalismo
de derecha fue denunciado por FORJA porque no era el canto de los padres frente
a la cuna del hijo mirando al futuro, sino el rezo del hijo frente a la tumba
del padre añorando el ayer. Otras veces, se nos trampeó planteando la discusión
acerca de un solo personaje histórico, ya fuese para exaltarlo o para
denigrarlo, en la vieja interpretación de Carlyle de que la Historia la hacen
los grandes hombres y no los vastos y heterogéneos grupos humanos que componen
las denigradas masas populares. O se redujeron los cambios a rectificar dos o
tres sucesos importantes aislados, en el camino de la historia fragmentada que
enseña minuciosamente los caracteres del árbol a condición de hurtarnos la
visión general del boque. Así, discutimos últimamente acerca de una estatua en
base a uno o dos sucesos, sin analizar profundamente las condiciones
socio-políticos que condujeron a esos hechos, ni tampoco los ocurridos
posteriormente que permitirían echar una luz más clara y correcta sobre el
suceso analizado.
Nosotros creemos que ya es hora de afirmar contundentemente que nuestra
historia tiene un protagonista fundamental que está constituido por nuestras
masas populares, cuya lucha contra las minorías esclavizadoras, represoras y
entreguistas vinculadas a poderes extranacionales, son las que han permitido el
progreso histórico de nuestros países. Y que esa lucha debe ser vista en su
continuidad, entendiendo como las masas populares, a través de distintos
movimientos y hombres que han sabido representarlas, son las que han dado los
mejores días a nuestras patrias chicas y a nuestra Patria Grande.
Ese protagonismo popular vive desde los pueblos originarios contra los
conquistadores, desde los “chisperos” de la plaza de Mayo en 1810 contra la
burocracia virreinal, desde las comunidades del Alto Perú contra la opresión y
después, en las republiquetas contra el absolutismo, en la misma línea de los
gauchos del noroeste y del artiguismo en la Banda Oriental. También en la lucha
de indios, negros y mestizos que integraron el ejército libertador
latinoamericano que llegó hasta el Perú tras el objetivo de la Patria Grande
libre y unida. Igualmente, en la lucha de las montoneras, especialmente las del
interior - desocupados en armas a causa de la libre importación de las
mercaderías inglesas impulsada por la burguesía comercial porteña- y que
exigían asimismo su participación en las rentas aduaneras del puerto de Buenos
Aires, como también de aquellos hombres del autonomismo nacional del interior
que pelearon en el 1880 para evitar el secesionismo bonaerense que pretendía
constituirse en otro país con su puerto y su aduana desprendiéndose de lo que
llamaban despectivamente “los trece ranchos”. Fueron después las denigradas
chusmas yrigoyenistas que se levantaron una y otra vez para conquistar el
sufragio libre y cercenar los privilegios del régimen “falaz y descreído” de la
oligarquía conservadora y lo fueron también los calificados como “cabecitas negras”
que se adueñaron de la Plaza histórica el 17 de octubre de 1945 para rescatar a
quien había defendido sus derechos desde la Secretaría de Trabajo y Previsión,
para dar paso a una experiencia nacional de nacionalizaciones, planificación y
deuda externa cero. Lo fueron también en la resistencia y los estallidos
sociales desde el Cordobazo en adelante y a través de la juventud, en su mayor
parte, de la clase media, que sostuvo, más allá de lo discutible de sus
tácticas, la propuesta de “la liberación nacional en el camino del socialismo
nacional” contra la dictadura entregada a los yanquis, como también lo
expresaron las heroicas Madres de Plaza de Mayo erguidas con coraje frente a la
dictadura genocida. Al mismo tiempo, obreros, campesinos, pueblos originarios y
sacerdotes populares, así como también soldados nacionales y pequeña burguesías
revolucionarias le daban a América Latina y al Caribe el rostro moreno y la
bandera de la liberación en alto, destruyendo el ALCA y construyendo el UNASUR
que está en nuestras raíces históricas más profundas.
Convencidos de ese protagonismo popular, comprometidos con el mayor rigor
científico en la investigación –que no es sólo estadística, curva y cálculo
matemático sino también tradición oral y emoción popular– y entendiendo que
debemos recurrir a una figura popular e indiscutiblemente latinoamericana para
designar a nuestro Centro hemos optado por quien levantó la bandera de la Unión
Americana y se irguió heroicamente contra el mitrismo oligárquico: Felipe
Varela.
Por estas razones nace así hoy el Centro de Estudios Históricos, Políticos y
Sociales Felipe Varela. A todos aquellos interesados en una revisión profunda,
científica, que rechace todo oportunismo, toda ambigüedad, toda concesión a los
grandes poderes mediáticos y a las academias, los convocamos a colaborar con
nosotros, abriendo espacios para el intercambio con investigadores del interior
(carácter federal) y con otros centros de estudios latinoamericanos, como así
también realizar cursos, mesas redondas, ciclos de capacitación y difundir
publicaciones.
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