LAS DOS RUTAS DE MAYO. DOS MODELOS PAÍS.
por Equipo de Formación del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo.
La
Revolución democrática hispanoamericana
La existencia de
distintas interpretaciones sobre la Revolución de Mayo obedece a la
íntima vinculación que tienen la historia y la política: “la
historia es la política pasada, y la política la historia
presente”1.
La corriente historiográfica del revisionismo latinoamericano se
basa en la visión de Alberdi, para quien “la revolución de Mayo
es un capítulo de la revolución hispanoamericana, así como esta lo
es de la española y esta, a su vez, de la revolución europea que
tenía por fecha liminar el 14 de julio de 1789 en Francia”2.
La revolución francesa que había
derribado los privilegios de los nobles y la concepción de que los
reyes gobernaban por derecho divino, iniciará una política
expansionista con el ascenso de Napoleón. En 1808, con el pretexto
de atacar Portugal -fiel aliado de Gran Bretaña, su gran enemigo- el
ejército francés invade España y toma prisioneros al rey Carlos IV
y su hijo Fernando, a quienes obliga a abdicar el trono a favor del
hermano de Napoleón. Carlos IV era la expresión de una monarquía
degradada y corrupta, en tanto su hijo Fernando VII, debido a su
oposición a su padre y a la corte en general, encarnaba la
posibilidad de una regeneración progresista, a tono con el clima de
época.
El 2 de mayo de 1808 el pueblo español dio
inicio a una revolución nacional, en tanto se originó por rechazo
al invasor francés, pero en su mismo desarrollo fue tornándose
democrática pues si luchaba por la expulsión de los franceses, no
buscaba restaurar el Antiguo Régimen sino concretar los ideales de
libertad, igualdad y fraternidad; paradojalmente era en nombre de
esos ideales que se lo estaba invadiendo. La forma organizativa que
tomó la revolución fue la creación de juntas populares que juraron
fidelidad el rey cautivo, Fernando VII, en quien cifraban la
esperanza de la transformación democrática. Consecuentes con los
ideales del liberalismo revolucionario, en enero de 1809 la Junta
Central de Sevilla declara que los territorios de ultramar no son
colonias sino provincias, y la junta de Cádiz las convoca a derribar
a los virreyes, constituir juntas y enviar representantes para la
sanción de una Constitución.
Pero hacia fines de 1809 y comienzos de
1810, los liberales revolucionarios en España comienzan a ser
desplazadas por el Consejo de Regencia, donde priman las posturas
absolutistas. Se extiende la sensación de que la Península está
perdida, lo que origina que muchos militares abandonen España con el
propósito de continuar la misma lucha en América (San Martín por
ejemplo). Ante esta situación, en América entre 1809 y 1811
estallan revoluciones como una prolongación de la revolución
acorralada en España, se forman Juntas que desplazan a los virreyes
y juran fidelidad a Fernando VII, pues guardaban en él la misma
esperanza que los juntistas peninsulares: Chuquisaca, La Paz y Quito
en 1809, Caracas, Buenos Aires, Bogotá, México y Chile en 1810, y
la Banda Oriental en 1811. De este modo asoma el carácter
latinoamericano, democrático y antiabsolutista de la Revolución de
Mayo.
Es decir que aquí la
revolución fue inicialmente democrática, acompañando el proceso
español, y luego, una vez que Fernando VII vuelve al poder en 1814
tras la caída de Napoleón
y emprende una política absolutista
que persigue a los liberales, la revolución se tornará
independentista como única manera de conservar y profundizar las
conquistas democráticas. Por eso el desplazamiento del virrey es en
1810 y la independencia 6 años más tarde.
Los actores sociales que
se enfrentan en los sucesos de Mayo se dividen en dos grandes
frentes, uno partidario del absolutismo y el otro heredero del
“evangelio de los derechos del hombre”. El frente absolutista
estaba conformado por la burocracia virreinal, las familias ligadas
al monopolio comercial y la cúpula eclesiástica. En el frente
democrático se encontraba la pequeña burguesía revolucionaria
liderada por Castelli, Moreno y Belgrano -y que cuenta con el apoyo
de los activistas conducidos por French y Beruti (los “chisperos”)-,
las fuerzas armadas expresadas en Saavedra, y la burguesía comercial
nacida al calor del contrabando y del libre comercio sancionado en
1809 (con un sector nativo y un sector inglés) cuyos exponentes
políticos eran Rivadavia y Manuel García. La historia oficial está
escrita desde la óptica de este último sector -profundamente
probritánico y que tenía en el libre comercio su razón de ser- que
se apropiará de la revolución después de la caída de Moreno y
especialmente con el Primer Triunvirato3.
Durante la lucha contra el absolutismo, la
disputa al interior del frente revolucionario va a estar dada por la
conducción del mismo. Desde el comienzo se perfilan lo que
Scalabrini Ortiz denominó “las dos rutas de Mayo”: una liderada
por Moreno y la otra por Rivadavia”, y estos dos caminos o
proyectos se enfrentarán a lo largo de nuestra historia. Los
primeros meses estuvieron hegemonizados por el morenismo, momento en
el que se intentó implementar el programa de la Revolución: el
“Plan de Operaciones” redactado por el secretario de la Junta.
Los aspectos centrales
del Plan pueden resumirse en 4 ejes: la búsqueda de apoyo popular,
la política exterior, la democratización de la sociedad y el rol
del Estado en la economía. De este modo, la necesidad de dotar al
proceso de una base social de masas lleva a Moreno a señalar a
Artigas como un hombre clave en la Banda Oriental. Respecto de la
política exterior, se menciona la necesidad de ganar el apoyo de
Gran Bretaña para defenderse tanto del absolutismo como de una
supuesta invasión francesa, pero se señala el peligro que
constituye este acercamiento transitorio, alertando el riesgo de caer
bajo su dominio. En el aspecto político-social, el Plan buscaba
asegurar la igualdad social como la única forma de resguardar la
libertad, barriendo con todos los vestigios absolutistas mediante la
aplicación de una violencia revolucionaria. En el aspecto económico,
Moreno va a plantear por primera vez un problema que atraviesa toda
nuestra historia: ante la ausencia de una burguesía nacional, es el
Estado el que debe ocupar el rol unificador y ser el motor del
desarrollo económico. Así propone medidas avanzadas, como la
expropiación de los mineros del Alto Perú, la protección de las
producciones locales, la restricción de las importaciones (en
especial las lujosas, a las que califica de “vicio corrompido”) y
la distribución del ingreso, pues la riqueza en pocas manos es como
“el agua estancada”.
De mayo a diciembre de
1810 la Junta aplica las medidas del Plan, pero con la incorporación
de los diputados del interior Moreno queda en minoría y renuncia.
Morirá envenenado en alta mar. La burguesía comercial porteña,
usando a Saavedra, desplaza al ala radicalizada, tuerce el rumbo de
la revolución en abril de 1811 y con la creación del Primer
Triunvirato en septiembre aplica una rebaja en los aranceles de
importación y se enfrenta con Artigas. Los morenistas para esa fecha
se hallan muertos o exiliados en las provincias. Recién volverán
durante el Segundo Triunvirato, cuando San Martín -recién llegado
de Europa- empiece a tener un protagonismo creciente. Precisamente,
la llama de la revolución en las Provincias Unidas se mantendrá
encendida con San Martín en Cuyo -donde aplicará medidas similares
a las propuestas en el “Plan de Operaciones” para levantar el
Ejército de los Andes- y con Artigas en la Banda Oriental y el
litoral: ambos serán enemigos irreconciliables de Rivadavia.
Pero en 1814 la
revolución entra en una encrucijada con el regreso de Fernando VII y
la frustración de las esperanzas puestas en él. El 9 de julio de
1816 en Tucumán se declara la independencia de las Provincias Unidas
en Sudamérica: asisten al Congreso diputados de provincias del Alto
Perú, actualmente Bolivia. Pero el absolutismo, ya derrotado en
Buenos Aires, permanece amenazante en Chile, Perú y el Alto Perú.
De allí la necesidad de proseguir la lucha continental, pero el
grupo rivadaviano se desentiende de la suerte de sus hermanos,
contentándose con el libre comercio. El fin de la etapa de la
emancipación en Latinoamérica llegará en 1824, con la batalla de
Ayacucho, venciendo definitivamente al Imperio español.
Una vez derrotado el
orden absolutista y declarada la independencia, la cuestión central
será la organización de los territorios. Como dijimos, dentro del
frente revolucionario está el germen de la guerra civil, que se
expresará políticamente en la disyuntiva unificación-balcanización
y económicamente en el dilema proteccionismo-librecambismo.
Las Guerras Civiles y la balcanización
latinoamericana
La lucha unificación-balcanización y
proteccionismo-librecambio marcó el contenido de las guerras civiles
del siglo XIX a lo largo de todo el continente, con resultados
inversos para las dos naciones que hoy se encuentran al sur y al
norte del Río Bravo.
Esta disputa comienza en Nuestra América
inmediatamente después del triunfo de las revoluciones democráticas,
pero se intensifica a partir de la década del 20, una vez que la
revolución -ya transformada en nacional desde el regreso de Fernando
VII- concreta, con la batalla de Ayacucho, la separación de España.
Desde ese momento la cuestión central residirá en la organización
de una gran Confederación de Estados, como se planteará en el
Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826, pero los sueños de los
libertadores se verán frustrados por el predominio de las tendencias
disgregadoras. En 1825 se había creado Bolivia ante la desidia
rivadaviana; en 1827 nacerá Uruguay; en 1830 la Gran Colombia se
desmembrará con la secesión de Ecuador y Venezuela, y un lustro
después estallará en pedazos la Federación Centroamericana de
Morazán.
La existencia de fuerzas centrífugas
(hacia afuera) en los puertos y de fuerzas centrípetas (hacia
adentro) en los interiores, se repite en toda Latinoamérica: aquí
recibió el nombre de unitarios vs. federales. Los puertos, dominados
por las burguesías comerciales que se adueñan de la revolución,
buscan establecer sólidos lazos con Inglaterra, el país que asoma
como potencia hegemónica. De allí que su proyecto político sea
netamente antinacional -entendiendo que la nación es América
Latina-, probritánico y antipopular, basado en un liberalismo
económico que aniquila las incipientes producciones del interior,
lanzando a la desocupación a miles de hombres y generando la
resistencia popular que en las Provincias Unidas se expresará
mediante las montoneras federales. En cambio, las zonas interiores
levantan la bandera de la unidad latinoamericana y la formación de
Estados sobre los límites de los viejos virreinatos para luego
confederarlos, propugnando un desarrollo económico autónomo, con
participación popular, un fuerte mercado interno y según las
necesidades propias.
Al calibrar la mira en
las Provincias Unidas, vemos que existe una contraposición de
intereses entre tres regiones distintas: el interior, el litoral y
Buenos Aires. Esta contraposición es la que permite explicar el
predominio del unitarismo en Buenos Aires y la existencia de
distintos tipos de federalismo en las otras dos regiones. En el
interior (de Córdoba hacia el norte y el oeste) levantaban la
bandera del proteccionismo económico con el objetivo de defender sus
incipientes industrias de carácter artesanal de la competencia
extranjera, principalmente británica, en tanto que el puerto de
Buenos Aires y el litoral (comerciantes y estancieros) eran
partidarios del libre comercio que les permitía ubicar sus
producciones en el mercado inglés, ávido de materias primas para
continuar su Revolución Industrial. Respecto de los intereses del
litoral, también tenían puntos de oposición con los de Buenos
aires: la libre navegación de los ríos, el puerto único y la renta
de la Aduana. Es la disputa alrededor de la renta aduanera la clave
de la guerra civil en el Río de la Plata, ya que perdidas las minas
de Potosí se constituirá en el recurso fundamental del tesoro
público, al que aportaban todas las provincias y que una sola
usufructuaba.
Resulta fundamental
entender el papel de Gran Bretaña, pues una vez concretada la
independencia política de España su lugar será ocupado por ella,
“…cuya industria, mucho más adelantada, exigía la apertura de
todas las zonas precapitalistas para sus artículos y para proveerse
de materias primas. […] Inglaterra, si absorbía los productos del
Litoral, arruinaba con los suyos -similares- a las provincias
mediterráneas que no podían competir con ellos”4,
pregonando, así, la división internacional del trabajo y la
política del “divide y reinarás”.
Es decir, a la alianza
entre las burguesías del puerto e Inglaterra se terminarán plegando
los grandes propietarios de tierras y de minas de las distintas
regiones de América Latina, que compartían con aquellos la
necesidad del libre comercio para ubicar sus producciones en el
mercado mundial.
En las Provincias Unidas la vinculación
entre la elite porteña y Gran Bretaña encontró terreno fértil
durante la presidencia de Rivadavia, cuando con el empréstito Baring
Brothers en 1824 se inaugura la triste historia de la deuda externa,
un arma de dominación que cumplirá una doble función opresora como
imposición de planes económicos expoliadores y como saqueo
permanente de recursos en toda Latinoamérica, además de dar lugar a
un festival de corrupción. El posterior fusilamiento de Dorrego a
manos de los unitarios será la antesala de una feroz represión
conducida por Lavalle y un anuncio de lo que la violencia oligárquica
es capaz de hacer.
Es necesario aclarar que
los estancieros de la Pampa Húmeda, en su etapa
de formación como clase, no se hallan subordinados políticamente a
la burguesía comercial ni sus producciones al mercado europeo. El
rosismo es la expresión más nacional y popular de ese momento de
los estancieros bonaerenses, lo que hace comprensible la ley de
Aduanas y la defensa de la soberanía ante los bloqueos
anglo-franceses, por la cual San Martín le lega al “Restaurador”
el sable de la Independencia. Sin embargo, de la posterior
confluencia entre los estancieros de la Pampa Húmeda y los
comerciantes del puerto nacerá la oligarquía terrateniente, cuyo
jefe político será Mitre. Esto ocurrirá a partir de 1852, luego de
la caída de Rosas. También en ese momento el urquicismo mostrará
el carácter conciliador del litoral, en tanto encuentra
coincidencias y oposiciones con las otras dos regiones.
Los intentos del urquicismo por federalizar
Buenos Aires y nacionalizar la renta aduanera -tareas que el rosismo
no realizó- serán rechazados por la oligarquía mitrista, que
también se oponía a la igualdad de representación de las
provincias en el Congreso Constituyente. Esto explica que Buenos
Aires no envíe sus diputados, rechace la Constitución del 53 y se
separe de la Confederación hasta 1862, pretendiendo incluso crear la
República del Río de la Plata. Habrá que esperar hasta 1880 para
dar por concluida la guerra civil, cuando el roquismo venza por las
armas al mitrismo, federalice Buenos Aires y nacionalice la Aduana.
Pero esta victoria llegará demasiado tarde: las bases del modelo
agroexportador, es decir de una economía complementaria y
subordinada a la británica, ya han sido echadas durante la
presidencia de Mitre entre 1862 y 1868, con la instalación de bancos
ingleses y el trazado de los ferrocarriles en abanico hacia el puerto
de Buenos Aires.
Pero no alcanza con referirnos a la
definición del caso argentino para entender la inserción
dependiente de nuestras economías en el mercado mundial. El carácter
latinoamericano no solo atraviesa a la Revolución de Mayo sino
también a las guerras civiles y a su resolución.
El único país que en la primera mitad del
siglo XIX logra llevar a cabo un desarrollo autónomo es Paraguay,
cuya temprana independencia en 1811 fue el modo que tuvo esta
provincia de resguardar sus derechos frente al centralismo porteño.
Encerrado en sus fronteras, Paraguay experimentará un desarrollo
económico autocentrado, autónomo e insólito para la región.
Resulta interesante
rastrear los puntos de contacto entre las soluciones de los líderes
paraguayos Gaspar Francia, Carlos López y su hijo Francisco y las
propuestas planteadas por Moreno en su “Plan de Operaciones”, así
como con la política llevada a cabo por San Martín en Cuyo. Ante la
ausencia de una burguesía nacional, el Estado ocupa su lugar como
motor del desarrollo, buscando los recursos allí donde estos se
encuentren: confisca y estatiza las tierras, monopoliza el comercio
exterior, regula la entrada de productos extranjeros, interviene en
el comercio interior mediante tiendas de propiedad estatal, lo que
impide la formación de una burguesía comercial urbana, germen de
una futura oligarquía “…que a la larga o a la corta hubiese sido
controlada por el comercio de Buenos Aires, que es como decir por los
comerciantes ingleses”5.
Los resultados son sorprendentes: Paraguay
construye ferrocarriles y telégrafos en función de su desarrollo,
instala fábricas de pólvora y altos hornos como semilla de una
industria pesada, diversifica sus cultivos, agrega valor a sus
materias primas de exportación mediante incentivos tributarios,
construye una flota fluvial y marítima y alcanza elevados niveles de
educación. La independencia económica se constituye como base de la
soberanía política y este proceso que se realiza sin capital
extranjero cuenta con una marcada aceptación popular.
Por ello era un mal
ejemplo para sus vecinos, pues la prosperidad del Paraguay refutaba
la supuesta incapacidad congénita de los americanos para progresar
por sí mismos, debiendo acudir a la panacea del capital extranjero.
De allí la necesidad de aniquilar esta experiencia como condición
para resolver la guerra civil del sur de Latinoamérica, coronando la
última etapa iniciada en la batalla de Pavón (1861). La guerra
civil se resuelve mediante un triple genocidio: la represión a las
montoneras federales (1862/1870), la guerra del Paraguay (1865/1870)
y la mal llamada “Conquista del Desierto” (1879).
La guerra del Paraguay asume así un
carácter de guerra civil latinoamericana, por el cual las
oligarquías de Buenos Aires y Montevideo junto con el Imperio del
Brasil -instigados y financiados por el gran beneficiario de esta
contienda: el Imperio Británico- se enfrentan al pueblo paraguayo y
a los federales argentinos y uruguayos.
Esto sucederá al mismo
tiempo que Estados Unidos define su propia guerra civil (1861-1865).
Mientras que allí el norte industrial vencerá al sur esclavista
-partidario de la exportación de tabaco y algodón y de la
importación de manufacturas europeas- iniciando un intenso proceso
de crecimiento de la industria y del mercado interno, protección
aduanera, unificación y expansión geográfica, aquí las fuerzas
centrífugas de los puertos se impondrán a los interiores
proteccionistas: “…estos Estados, que Bolívar y San Martín
hicieron lo posible por reunir y confederar desde los comienzos, se
desarrollan independientemente, sin acuerdo y sin plan […]
(saltando) a los ojos el contraste entre la unidad de los
anglosajones reunidos en una nación única, y el desmigajamiento de
los latinos, fraccionados en veinte naciones”6.
¿Cuál es -se pregunta
Ugarte- la causa del “progreso inverosímil” del Norte? “Lo que
lo ha facilitado es la unión de las trece jurisdicciones
coloniales”, en cambio “la América hispana comprende algunas
comarcas de prosperidad inverosímil, pero en conjunto prolonga una
etapa subalterna […] sólo importa productos manufacturados y sólo
exporta materias primas”7.
De esta manera, al
crearse 20 países donde debía fundarse una nación, se frustran los
ideales de Mayo y las aspiraciones de los libertadores: el proceso de
balcanización, el “desmigajamiento”, convertirá a los países
“independientes” en semicolonias subordinadas al imperialismo
británico (América del Sur) y al naciente imperialismo yanqui
(América Central), según la división internacional del trabajo. Y
estos modelos basados en la exportación de materias primas o
extracción de minerales se apoyarán en Estados oligárquicos. Es
decir, dependencia económica, injusticia social y elitización
política serán el corolario.
2
ALBERDI, J. B., Grandes
y pequeños hombres del Plata, citado
en GALASSO, N., La Revolución de Mayo
y Mariano Moreno, (“Cuadernos para
la Otra Historia”, nº4), Buenos Aires, Centro Cultural E. S.
Discépolo, 2000, p. 11.
5
POMER, L., La guerra
del Paraguay. Estado, política y negocios,
Buenos Aires, Colihue, 2008, p. 45.
7
Ibídem, pp. 52 y 61.
No hay comentarios:
Publicar un comentario