viernes, 8 de julio de 2016

Revoluciones y luchas por la independencia. Una visión latinoamericana


LAS DOS RUTAS DE MAYO. DOS MODELOS PAÍS. 
por Equipo de Formación del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo.

La Revolución democrática hispanoamericana

La existencia de distintas interpretaciones sobre la Revolución de Mayo obedece a la íntima vinculación que tienen la historia y la política: “la historia es la política pasada, y la política la historia presente”1. La corriente historiográfica del revisionismo latinoamericano se basa en la visión de Alberdi, para quien “la revolución de Mayo es un capítulo de la revolución hispanoamericana, así como esta lo es de la española y esta, a su vez, de la revolución europea que tenía por fecha liminar el 14 de julio de 1789 en Francia”2.
La revolución francesa que había derribado los privilegios de los nobles y la concepción de que los reyes gobernaban por derecho divino, iniciará una política expansionista con el ascenso de Napoleón. En 1808, con el pretexto de atacar Portugal -fiel aliado de Gran Bretaña, su gran enemigo- el ejército francés invade España y toma prisioneros al rey Carlos IV y su hijo Fernando, a quienes obliga a abdicar el trono a favor del hermano de Napoleón. Carlos IV era la expresión de una monarquía degradada y corrupta, en tanto su hijo Fernando VII, debido a su oposición a su padre y a la corte en general, encarnaba la posibilidad de una regeneración progresista, a tono con el clima de época.
El 2 de mayo de 1808 el pueblo español dio inicio a una revolución nacional, en tanto se originó por rechazo al invasor francés, pero en su mismo desarrollo fue tornándose democrática pues si luchaba por la expulsión de los franceses, no buscaba restaurar el Antiguo Régimen sino concretar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad; paradojalmente era en nombre de esos ideales que se lo estaba invadiendo. La forma organizativa que tomó la revolución fue la creación de juntas populares que juraron fidelidad el rey cautivo, Fernando VII, en quien cifraban la esperanza de la transformación democrática. Consecuentes con los ideales del liberalismo revolucionario, en enero de 1809 la Junta Central de Sevilla declara que los territorios de ultramar no son colonias sino provincias, y la junta de Cádiz las convoca a derribar a los virreyes, constituir juntas y enviar representantes para la sanción de una Constitución.
Pero hacia fines de 1809 y comienzos de 1810, los liberales revolucionarios en España comienzan a ser desplazadas por el Consejo de Regencia, donde priman las posturas absolutistas. Se extiende la sensación de que la Península está perdida, lo que origina que muchos militares abandonen España con el propósito de continuar la misma lucha en América (San Martín por ejemplo). Ante esta situación, en América entre 1809 y 1811 estallan revoluciones como una prolongación de la revolución acorralada en España, se forman Juntas que desplazan a los virreyes y juran fidelidad a Fernando VII, pues guardaban en él la misma esperanza que los juntistas peninsulares: Chuquisaca, La Paz y Quito en 1809, Caracas, Buenos Aires, Bogotá, México y Chile en 1810, y la Banda Oriental en 1811. De este modo asoma el carácter latinoamericano, democrático y antiabsolutista de la Revolución de Mayo.
Es decir que aquí la revolución fue inicialmente democrática, acompañando el proceso español, y luego, una vez que Fernando VII vuelve al poder en 1814 tras la caída de Napoleón y emprende una política absolutista que persigue a los liberales, la revolución se tornará independentista como única manera de conservar y profundizar las conquistas democráticas. Por eso el desplazamiento del virrey es en 1810 y la independencia 6 años más tarde.
Los actores sociales que se enfrentan en los sucesos de Mayo se dividen en dos grandes frentes, uno partidario del absolutismo y el otro heredero del “evangelio de los derechos del hombre”. El frente absolutista estaba conformado por la burocracia virreinal, las familias ligadas al monopolio comercial y la cúpula eclesiástica. En el frente democrático se encontraba la pequeña burguesía revolucionaria liderada por Castelli, Moreno y Belgrano -y que cuenta con el apoyo de los activistas conducidos por French y Beruti (los “chisperos”)-, las fuerzas armadas expresadas en Saavedra, y la burguesía comercial nacida al calor del contrabando y del libre comercio sancionado en 1809 (con un sector nativo y un sector inglés) cuyos exponentes políticos eran Rivadavia y Manuel García. La historia oficial está escrita desde la óptica de este último sector -profundamente probritánico y que tenía en el libre comercio su razón de ser- que se apropiará de la revolución después de la caída de Moreno y especialmente con el Primer Triunvirato3.
Durante la lucha contra el absolutismo, la disputa al interior del frente revolucionario va a estar dada por la conducción del mismo. Desde el comienzo se perfilan lo que Scalabrini Ortiz denominó “las dos rutas de Mayo”: una liderada por Moreno y la otra por Rivadavia”, y estos dos caminos o proyectos se enfrentarán a lo largo de nuestra historia. Los primeros meses estuvieron hegemonizados por el morenismo, momento en el que se intentó implementar el programa de la Revolución: el “Plan de Operaciones” redactado por el secretario de la Junta.
Los aspectos centrales del Plan pueden resumirse en 4 ejes: la búsqueda de apoyo popular, la política exterior, la democratización de la sociedad y el rol del Estado en la economía. De este modo, la necesidad de dotar al proceso de una base social de masas lleva a Moreno a señalar a Artigas como un hombre clave en la Banda Oriental. Respecto de la política exterior, se menciona la necesidad de ganar el apoyo de Gran Bretaña para defenderse tanto del absolutismo como de una supuesta invasión francesa, pero se señala el peligro que constituye este acercamiento transitorio, alertando el riesgo de caer bajo su dominio. En el aspecto político-social, el Plan buscaba asegurar la igualdad social como la única forma de resguardar la libertad, barriendo con todos los vestigios absolutistas mediante la aplicación de una violencia revolucionaria. En el aspecto económico, Moreno va a plantear por primera vez un problema que atraviesa toda nuestra historia: ante la ausencia de una burguesía nacional, es el Estado el que debe ocupar el rol unificador y ser el motor del desarrollo económico. Así propone medidas avanzadas, como la expropiación de los mineros del Alto Perú, la protección de las producciones locales, la restricción de las importaciones (en especial las lujosas, a las que califica de “vicio corrompido”) y la distribución del ingreso, pues la riqueza en pocas manos es como “el agua estancada”.
De mayo a diciembre de 1810 la Junta aplica las medidas del Plan, pero con la incorporación de los diputados del interior Moreno queda en minoría y renuncia. Morirá envenenado en alta mar. La burguesía comercial porteña, usando a Saavedra, desplaza al ala radicalizada, tuerce el rumbo de la revolución en abril de 1811 y con la creación del Primer Triunvirato en septiembre aplica una rebaja en los aranceles de importación y se enfrenta con Artigas. Los morenistas para esa fecha se hallan muertos o exiliados en las provincias. Recién volverán durante el Segundo Triunvirato, cuando San Martín -recién llegado de Europa- empiece a tener un protagonismo creciente. Precisamente, la llama de la revolución en las Provincias Unidas se mantendrá encendida con San Martín en Cuyo -donde aplicará medidas similares a las propuestas en el “Plan de Operaciones” para levantar el Ejército de los Andes- y con Artigas en la Banda Oriental y el litoral: ambos serán enemigos irreconciliables de Rivadavia.
Pero en 1814 la revolución entra en una encrucijada con el regreso de Fernando VII y la frustración de las esperanzas puestas en él. El 9 de julio de 1816 en Tucumán se declara la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica: asisten al Congreso diputados de provincias del Alto Perú, actualmente Bolivia. Pero el absolutismo, ya derrotado en Buenos Aires, permanece amenazante en Chile, Perú y el Alto Perú. De allí la necesidad de proseguir la lucha continental, pero el grupo rivadaviano se desentiende de la suerte de sus hermanos, contentándose con el libre comercio. El fin de la etapa de la emancipación en Latinoamérica llegará en 1824, con la batalla de Ayacucho, venciendo definitivamente al Imperio español.
Una vez derrotado el orden absolutista y declarada la independencia, la cuestión central será la organización de los territorios. Como dijimos, dentro del frente revolucionario está el germen de la guerra civil, que se expresará políticamente en la disyuntiva unificación-balcanización y económicamente en el dilema proteccionismo-librecambismo.

Las Guerras Civiles y la balcanización latinoamericana

La lucha unificación-balcanización y proteccionismo-librecambio marcó el contenido de las guerras civiles del siglo XIX a lo largo de todo el continente, con resultados inversos para las dos naciones que hoy se encuentran al sur y al norte del Río Bravo.
Esta disputa comienza en Nuestra América inmediatamente después del triunfo de las revoluciones democráticas, pero se intensifica a partir de la década del 20, una vez que la revolución -ya transformada en nacional desde el regreso de Fernando VII- concreta, con la batalla de Ayacucho, la separación de España. Desde ese momento la cuestión central residirá en la organización de una gran Confederación de Estados, como se planteará en el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826, pero los sueños de los libertadores se verán frustrados por el predominio de las tendencias disgregadoras. En 1825 se había creado Bolivia ante la desidia rivadaviana; en 1827 nacerá Uruguay; en 1830 la Gran Colombia se desmembrará con la secesión de Ecuador y Venezuela, y un lustro después estallará en pedazos la Federación Centroamericana de Morazán.
La existencia de fuerzas centrífugas (hacia afuera) en los puertos y de fuerzas centrípetas (hacia adentro) en los interiores, se repite en toda Latinoamérica: aquí recibió el nombre de unitarios vs. federales. Los puertos, dominados por las burguesías comerciales que se adueñan de la revolución, buscan establecer sólidos lazos con Inglaterra, el país que asoma como potencia hegemónica. De allí que su proyecto político sea netamente antinacional -entendiendo que la nación es América Latina-, probritánico y antipopular, basado en un liberalismo económico que aniquila las incipientes producciones del interior, lanzando a la desocupación a miles de hombres y generando la resistencia popular que en las Provincias Unidas se expresará mediante las montoneras federales. En cambio, las zonas interiores levantan la bandera de la unidad latinoamericana y la formación de Estados sobre los límites de los viejos virreinatos para luego confederarlos, propugnando un desarrollo económico autónomo, con participación popular, un fuerte mercado interno y según las necesidades propias.
Al calibrar la mira en las Provincias Unidas, vemos que existe una contraposición de intereses entre tres regiones distintas: el interior, el litoral y Buenos Aires. Esta contraposición es la que permite explicar el predominio del unitarismo en Buenos Aires y la existencia de distintos tipos de federalismo en las otras dos regiones. En el interior (de Córdoba hacia el norte y el oeste) levantaban la bandera del proteccionismo económico con el objetivo de defender sus incipientes industrias de carácter artesanal de la competencia extranjera, principalmente británica, en tanto que el puerto de Buenos Aires y el litoral (comerciantes y estancieros) eran partidarios del libre comercio que les permitía ubicar sus producciones en el mercado inglés, ávido de materias primas para continuar su Revolución Industrial. Respecto de los intereses del litoral, también tenían puntos de oposición con los de Buenos aires: la libre navegación de los ríos, el puerto único y la renta de la Aduana. Es la disputa alrededor de la renta aduanera la clave de la guerra civil en el Río de la Plata, ya que perdidas las minas de Potosí se constituirá en el recurso fundamental del tesoro público, al que aportaban todas las provincias y que una sola usufructuaba.
Resulta fundamental entender el papel de Gran Bretaña, pues una vez concretada la independencia política de España su lugar será ocupado por ella, “…cuya industria, mucho más adelantada, exigía la apertura de todas las zonas precapitalistas para sus artículos y para proveerse de materias primas. […] Inglaterra, si absorbía los productos del Litoral, arruinaba con los suyos -similares- a las provincias mediterráneas que no podían competir con ellos”4, pregonando, así, la división internacional del trabajo y la política del “divide y reinarás”.
Es decir, a la alianza entre las burguesías del puerto e Inglaterra se terminarán plegando los grandes propietarios de tierras y de minas de las distintas regiones de América Latina, que compartían con aquellos la necesidad del libre comercio para ubicar sus producciones en el mercado mundial.
En las Provincias Unidas la vinculación entre la elite porteña y Gran Bretaña encontró terreno fértil durante la presidencia de Rivadavia, cuando con el empréstito Baring Brothers en 1824 se inaugura la triste historia de la deuda externa, un arma de dominación que cumplirá una doble función opresora como imposición de planes económicos expoliadores y como saqueo permanente de recursos en toda Latinoamérica, además de dar lugar a un festival de corrupción. El posterior fusilamiento de Dorrego a manos de los unitarios será la antesala de una feroz represión conducida por Lavalle y un anuncio de lo que la violencia oligárquica es capaz de hacer.
Es necesario aclarar que los estancieros de la Pampa Húmeda, en su etapa de formación como clase, no se hallan subordinados políticamente a la burguesía comercial ni sus producciones al mercado europeo. El rosismo es la expresión más nacional y popular de ese momento de los estancieros bonaerenses, lo que hace comprensible la ley de Aduanas y la defensa de la soberanía ante los bloqueos anglo-franceses, por la cual San Martín le lega al “Restaurador” el sable de la Independencia. Sin embargo, de la posterior confluencia entre los estancieros de la Pampa Húmeda y los comerciantes del puerto nacerá la oligarquía terrateniente, cuyo jefe político será Mitre. Esto ocurrirá a partir de 1852, luego de la caída de Rosas. También en ese momento el urquicismo mostrará el carácter conciliador del litoral, en tanto encuentra coincidencias y oposiciones con las otras dos regiones.
Los intentos del urquicismo por federalizar Buenos Aires y nacionalizar la renta aduanera -tareas que el rosismo no realizó- serán rechazados por la oligarquía mitrista, que también se oponía a la igualdad de representación de las provincias en el Congreso Constituyente. Esto explica que Buenos Aires no envíe sus diputados, rechace la Constitución del 53 y se separe de la Confederación hasta 1862, pretendiendo incluso crear la República del Río de la Plata. Habrá que esperar hasta 1880 para dar por concluida la guerra civil, cuando el roquismo venza por las armas al mitrismo, federalice Buenos Aires y nacionalice la Aduana. Pero esta victoria llegará demasiado tarde: las bases del modelo agroexportador, es decir de una economía complementaria y subordinada a la británica, ya han sido echadas durante la presidencia de Mitre entre 1862 y 1868, con la instalación de bancos ingleses y el trazado de los ferrocarriles en abanico hacia el puerto de Buenos Aires.
Pero no alcanza con referirnos a la definición del caso argentino para entender la inserción dependiente de nuestras economías en el mercado mundial. El carácter latinoamericano no solo atraviesa a la Revolución de Mayo sino también a las guerras civiles y a su resolución.
El único país que en la primera mitad del siglo XIX logra llevar a cabo un desarrollo autónomo es Paraguay, cuya temprana independencia en 1811 fue el modo que tuvo esta provincia de resguardar sus derechos frente al centralismo porteño. Encerrado en sus fronteras, Paraguay experimentará un desarrollo económico autocentrado, autónomo e insólito para la región.
Resulta interesante rastrear los puntos de contacto entre las soluciones de los líderes paraguayos Gaspar Francia, Carlos López y su hijo Francisco y las propuestas planteadas por Moreno en su “Plan de Operaciones”, así como con la política llevada a cabo por San Martín en Cuyo. Ante la ausencia de una burguesía nacional, el Estado ocupa su lugar como motor del desarrollo, buscando los recursos allí donde estos se encuentren: confisca y estatiza las tierras, monopoliza el comercio exterior, regula la entrada de productos extranjeros, interviene en el comercio interior mediante tiendas de propiedad estatal, lo que impide la formación de una burguesía comercial urbana, germen de una futura oligarquía “…que a la larga o a la corta hubiese sido controlada por el comercio de Buenos Aires, que es como decir por los comerciantes ingleses”5.
Los resultados son sorprendentes: Paraguay construye ferrocarriles y telégrafos en función de su desarrollo, instala fábricas de pólvora y altos hornos como semilla de una industria pesada, diversifica sus cultivos, agrega valor a sus materias primas de exportación mediante incentivos tributarios, construye una flota fluvial y marítima y alcanza elevados niveles de educación. La independencia económica se constituye como base de la soberanía política y este proceso que se realiza sin capital extranjero cuenta con una marcada aceptación popular.
Por ello era un mal ejemplo para sus vecinos, pues la prosperidad del Paraguay refutaba la supuesta incapacidad congénita de los americanos para progresar por sí mismos, debiendo acudir a la panacea del capital extranjero. De allí la necesidad de aniquilar esta experiencia como condición para resolver la guerra civil del sur de Latinoamérica, coronando la última etapa iniciada en la batalla de Pavón (1861). La guerra civil se resuelve mediante un triple genocidio: la represión a las montoneras federales (1862/1870), la guerra del Paraguay (1865/1870) y la mal llamada “Conquista del Desierto” (1879).
La guerra del Paraguay asume así un carácter de guerra civil latinoamericana, por el cual las oligarquías de Buenos Aires y Montevideo junto con el Imperio del Brasil -instigados y financiados por el gran beneficiario de esta contienda: el Imperio Británico- se enfrentan al pueblo paraguayo y a los federales argentinos y uruguayos.
Esto sucederá al mismo tiempo que Estados Unidos define su propia guerra civil (1861-1865). Mientras que allí el norte industrial vencerá al sur esclavista -partidario de la exportación de tabaco y algodón y de la importación de manufacturas europeas- iniciando un intenso proceso de crecimiento de la industria y del mercado interno, protección aduanera, unificación y expansión geográfica, aquí las fuerzas centrífugas de los puertos se impondrán a los interiores proteccionistas: “…estos Estados, que Bolívar y San Martín hicieron lo posible por reunir y confederar desde los comienzos, se desarrollan independientemente, sin acuerdo y sin plan […] (saltando) a los ojos el contraste entre la unidad de los anglosajones reunidos en una nación única, y el desmigajamiento de los latinos, fraccionados en veinte naciones”6.
¿Cuál es -se pregunta Ugarte- la causa del “progreso inverosímil” del Norte? “Lo que lo ha facilitado es la unión de las trece jurisdicciones coloniales”, en cambio “la América hispana comprende algunas comarcas de prosperidad inverosímil, pero en conjunto prolonga una etapa subalterna […] sólo importa productos manufacturados y sólo exporta materias primas”7.
De esta manera, al crearse 20 países donde debía fundarse una nación, se frustran los ideales de Mayo y las aspiraciones de los libertadores: el proceso de balcanización, el “desmigajamiento”, convertirá a los países “independientes” en semicolonias subordinadas al imperialismo británico (América del Sur) y al naciente imperialismo yanqui (América Central), según la división internacional del trabajo. Y estos modelos basados en la exportación de materias primas o extracción de minerales se apoyarán en Estados oligárquicos. Es decir, dependencia económica, injusticia social y elitización política serán el corolario.

1 JAURETCHE, A., Política nacional y revisionismo histórico, Buenos Aires, Peña Lillo, 1959, p. 53.
2 ALBERDI, J. B., Grandes y pequeños hombres del Plata, citado en GALASSO, N., La Revolución de Mayo y Mariano Moreno, (“Cuadernos para la Otra Historia”, nº4), Buenos Aires, Centro Cultural E. S. Discépolo, 2000, p. 11.
3 Véase en GALASSO, N., La Revolución de Mayo…, op. cit. p. 15.
4 RIVERA, E., José Hernández y la guerra del Paraguay, Buenos Aires, Colihue, 2007, pp. 21-22.
5 POMER, L., La guerra del Paraguay. Estado, política y negocios, Buenos Aires, Colihue, 2008, p. 45.
6 UGARTE, M., El porvenir de América Latina, Buenos Aires, Indoamérica, 1953, pp. 58 y 61.
7 Ibídem, pp. 52 y 61.

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