jueves, 7 de julio de 2016

¿QUÉ SIGNIFICA PROFUNDIZAR EL MODELO? DOCUMENTO PARA UN PROGRAMA DE PAÍS



¿QUÉ ES EL MODELO?
¿QUÉ SIGNIFICA 
PROFUNDIZAR EL MODELO?
Aportes a la esperanza nacional y a la militancia popular desde la
Corriente Política Enrique Santos Discépolo




© Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, 2011
Hecho el depósito de la ley 11723
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Ilustración de tapa: Ricardo Carpani


Cuadernos de la Secretaría Política de la CPESD: LEON POMER, HORACIO CHITARRONI, DIEGO ESTRADA, HUGO RODRÍGUEZ, JAVIER AZZALI.
Secretario General: Norberto Galasso

Horacio Chitarroni/León Pomer/Javier Azzali/Diego Estrada/Hugo Rodríguez
¿QUÉ ES EL MODELO? ¿QUÉ SIGNIFICA PROFUNDIZAR EL MODELO? Aportes a la esperanza nacional y a la militancia popular desde la Corriente Política Enrique Santos Discépolo

Una nueva etapa
La cuestión nacional que atraviesa toda nuestra historia y separa la calle en dos veredas, implica una doble característica: la defensa de la soberanía, que es la lucha por la independencia económica frente a los poderes financieros extranjeros y la justicia social en el orden interno. También implica la necesidad de luchar por la reunificación de Nuestra América, lo que significa adoptar una posición antiimperialista.
Entre 1976 y 2002 nuestro país sufrió, de diferentes modos, el dominio del neoliberalismo, en donde los grandes poderes económicos de carácter transnacional, junto con las oligarquías locales, sometieron el Estado a sus intereses en desmedro de las mayorías populares. Una política de destrucción de las instituciones públicas, de abandono por parte del Estado de sus funciones sociales y económicas, de ajuste, desindustrialización, especulación financiera, endeudamiento estatal y recesión ahondó la dependencia del país frente al capital extranjero dictada por el Consenso de Washington y los planes impuestos por el FMI. El país fue descapitalizado y la nación desintegrada en los hechos. Alcanza con recordar el Plan Dornbusch (2002), que proponía que nuestro país fuera una especie de protectorado bajo el control de tecnócratas extranjeros.
Desde el 2003 en adelante, se abrió una nueva etapa. Los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández –aunque no lograron eliminar totalmente las huellas de ese pasado reciente– abrieron el camino hacia la afirmación nacional y la justicia social con la implementación de un programa de gobierno que dio lugar a lo que se conoce hoy como “el modelo”, y que actualmente recibe el apoyo de la mayoría de la población: rechazo al ALCA, unidad latinoamericana, liberación de condicionamientos del FMI y del Consenso de Washington, plena vigencia de los derechos humanos, reemplazo del modelo económico especulativo por otro con énfasis en la producción y el crecimiento del PBI, importante disminución de la desocupación y la pobreza, recuperación de los aportes previsionales de los trabajadores (que antes eran capturados por el poder financiero a través de las AFJP), la Ley de Medios Audiovisuales y la lucha por su efectiva implementación, el recupero del rol del Estado en diversas áreas, reconquista de derechos laborales mutilados, incorporación masiva de trabajadores a los beneficios de la jubilación, apropiación y desviación hacia la inversión social de la renta agraria diferencial, fueron las medidas más importantes.
Antes éramos un país ficticio, hoy somos un país real porque hemos recuperado la capacidad de implementar una política nacional que, como decía Jauretche, es aquella que dirige el destino del país en vinculación con los intereses de las masas populares y la independencia económica. Mientras aún hoy, en un clima de crisis mundial, perdura el neoliberalismo en Europa y Estados Unidos, en Nuestra América los pueblos se unieron en apoyo de gobiernos que coincidieron en oponer a las pretensiones del imperialismo proyectos nacionales, populares y democráticos y, especialmente, con una clara búsqueda de la unidad latinoamericana: nunca como en ninguna otra época hubo tanta Patria Grande, para retomar la senda abierta a principio del siglo XIX por Bolívar, Artigas y San Martín. La lucha por la segunda y definitiva independencia continúa porque, como dijo nuestra presidenta, Cristina Fernández: “argentinos, tenemos patria”. Y este es el hecho fundamental de nuestro tiempo.
¿Qué es el modelo?
Lo que hoy se denomina “el modelo” es un conjunto de políticas encaminadas a propiciar el fortalecimiento de un capitalismo de base nacional, que busca incluir a los 40 millones de habitantes, con eje en el desarrollo interno y con creciente autonomía frente a los poderes económicos internacionales. No aislado de los mercados externos pero fuertemente reorientado hacia la región y los países llamados emergentes, como China e India. Superador del modelo de país basado en la producción primaria –el “granero del mundo” hegemonizado por las oligarquías locales, que muchos echan de menos y los editoriales de La Nación evocan con nostalgia del que surge la contradicción principal dada entre las fuerzas nacionales y las oligarquías financieras, agroexportadoras y terratenientes.
En forma similar a lo sucedido en los primeros gobiernos de Perón, con “el modelo” el país se encamina hacia un desarrollo capitalista de carácter nacional y autónomo, en el que el Estado se apropia de una parte de la renta agraria diferencial (hoy dada por la soja principalmente) -lo que implica una afectación parcial de la propiedad de los sectores dominantes- y una creciente intervención estatal para la reconducción del ahorro interno hacia el crecimiento del país, el aumento de la inversión pública y la recuperación de algunas empresas de servicios. El Estado reasume así un rol regulatorio y orientador de la economía, impulsa la demanda agregada, protege el mercado interno y arbitra la puja entre el capital y el trabajo a favor de este último factor.
Todo ello, junto con la ejecución de políticas de inclusión social, recuperación de derechos de los trabajadores y distribución de la riqueza. “El modelo” es por sobre todo la búsqueda de un camino propio, guiado por el interés nacional y no un esquema importado desde los centros de poder del capitalismo mundial, como lo fue el neoliberalismo.
La disyuntiva histórica
La disyuntiva en que nos encontramos los argentinos hoy, no es más que la reactualización de lo que Raúl Scalabrini Ortiz, desde FORJA, llamaba las “dos rutas mayo”, es decir las dos alternativas de desarrollo que hemos tenido desde nuestro origen como país. La supremacía de la política sobre la economía, es decir del poder estatal frente a las oligarquías y al capital concentrado y extranjero, es el gran avance logrado como expresión de la soberanía popular y la autodeterminación nacional que abrió paso al modelo de país que la presidenta Cristina Fernández define como de “estructura productiva diversificada con eje en el mercado interno con inclusión social”, de soberanía nacional y de unidad latinoamericana.
Se trata de un País para todos a favor de la Patria Grande, por eso es un proyecto nacional (por soberano), popular (por la búsqueda de la justicia social), democrático (por el modo y la ampliación de la participación política igualitaria), federal (por la búsqueda de la integración equilibrada de todas las regiones del país) y latinoamericano (por la vocación de unidad continental). El éxito en el logro de esa transformación del país dependerá de la consolidación del frente nacional bajo el liderazgo de la presidenta. El carácter policlasista de este frente lo otorga la concurrencia de diferentes sectores políticos y sociales que, deben priorizar la unidad para lograr el cambio.
El sustento económico del modelo
En una breve síntesis y en términos de su sustento económico, el modelo de desarrollo adoptado puede ser caracterizado por:
1) El mantenimiento de un tipo de cambio competitivo y alto, que otorga ventajas a la producción nacional en un sostenido proceso de sustitución de importaciones, de manera que la industria recobre gradualmente un protagonismo en el crecimiento y la generación de empleos como no lo había tenido durante muchas décadas.
Ello fue posible mediante las intervenciones del Banco Central en el mercado cambiario, comprando divisas que permitieron, aumentar fuertemente y a un nivel sin precedentes las reservas internacionales.
Estas políticas se vieron favorecidas por las condiciones externas favorables -utilizadas por el actual gobierno y el precedente en beneficio de las mayorías populares y no solo de los exportadores- consistentes en una demanda mundial sostenida y precios muy altos de los productos primarios que exporta Argentina, con un horizonte de largo plazo determinado por el aumento del consumo por parte de países como India y China.
Eso desahogó el sector externo, generando un elevado ingreso de divisas, a lo que el gobierno argentino sumó la firme voluntad política de implementar un sendero de desarrollo que permitiera superar las secuelas de la grave crisis mundial, impulsando la demanda agregada y protegiendo el nivel de empleo.
2) La implementación de las retenciones a las exportaciones primarias, que hicieron posible atemperar el efecto de los altos precios internacionales de los bienes primarios sobre la producción local, al tiempo que fueron decisivas para aumentar los recursos tributarios (también incrementados por la mayor recaudación por IVA y ganancias debida al fuerte crecimiento económico). El uso de los derechos de exportación e importación, en la práctica, equivale a una política de cambios diferenciales en ambos rubros, lo que permite mantener un dólar alto para alentar la producción local de manufacturas, limitando, a su vez, los altos ingresos de los exportadores de bienes primarios (granos, cereales, carnes y minerales). Se reedita, a su modo, la estrategia implementada por los gobiernos de Juan Perón, como forma de encarar un desarrollo nacional con énfasis en la industria, alto nivel de empleo y redistribución del ingreso, partiendo de una estructura socioeconómica que se caracterizaba por el pronunciado desequilibrio macroeconómico en términos de productividad entre el campo y la industria.
3) Todo ello permitió que la Argentina contara desde 2003 con superávit gemelos: externo y fiscal, dejando de lado las restricciones propias de las políticas económicas del pasado. Durante largo tiempo, cada vez que la economía y el consumo interno crecían y aumentaba la producción industrial, esta actividad demandaba ingentes divisas para importar insumos, creando situaciones de déficit externo que se solucionaban con planes de ajuste tendientes a deprimir el consumo interno y devaluaciones abruptas destinadas a estimular las exportaciones primarias a la par que ahogaban la producción industrial local dado su bajo nivel de integración nacional. O bien con endeudamiento ilimitado como ocurrió en el pasado más reciente. Asimismo, cuando el gasto público aumentaba se generaban recurrentes desequilibrios fiscales que debían ser cubiertos con emisión. Ambas situaciones se conjugaban para impulsar una inflación crónica que se mostraba resistente a las más severas recetas de ajuste y solamente abatida en forma temporal durante la convertibilidad al precio de naturalizar una tasa de desempleo de dos dígitos.
4) Al mismo tiempo, desde 2003 se alentó fuertemente la actividad productiva a través del aumento de la inversión pública –que fortaleció a la construcción y a la industria a través de la obra pública– y se impulsó el consumo interno mediante el incremento del salario mínimo vital y móvil y de las jubilaciones, así como la moratoria previsional. Más recientemente, la asignación universal por hijo se sumó a estas medidas destinadas a la inclusión social y el fortalecimiento de la demanda interna.
5) Con estas políticas heterodoxas de expansión, el país dejó de estar en la mira del capital externo como en otras épocas, por lo que debió y pudo financiar su propio crecimiento con ahorro interno. Sumado a esto, el hecho de que el consumo interno se constituyera en el principal motor de la economía y que el aumento de la inversión pública actuara como política contracíclica, en esa etapa adversa, permitió que el país minimizara el impacto de la crisis mundial en su momento de auge, evitando así mayores daños.
6) El otro pilar fundamental del “modelo” fue el desendeudamiento: el peso de la deuda pública se redujo a una tercera parte de lo que había llegado a ser en términos del PBI. Eso fue posible con una quita de magnitud sin precedentes en la historia, la cancelación total de lo adeudado al FMI y el pago con reservas, que liberó recursos para el gasto público y social. Esto último contrariando la opinión de los economistas ortodoxos, para quienes el Banco Central solo debe ocuparse de cuidar la estabilidad monetaria.
¿Qué significa profundizar el modelo?
El interrogante acerca del significado de la profundización del modelo, adquiere centralidad en la nueva etapa histórica en la que los argentinos ingresamos. Muchos hablan de apoyar al proyecto nacional pero no todos le dan el mismo significado, por lo que se torna imprescindible, para las mayorías populares, avanzar en precisiones que sirvan de orientación. A través de este documento, la Corriente Política Enrique Santos Discépolo se propone aportar a este debate.
Desde el editorial de Señales Populares de julio 2009 señalábamos acerca de la necesidad de avanzar más en el camino liberador: “Como decía Manuel Ugarte: ’Nada hay más peligroso que los cambios a medias’. Porque el enemigo percibe que están yendo por sus privilegios y reacciona más rápidamente que los amigos que serán beneficiados por el cambio. De ahí que la profundización de las medidas transformadoras resulte imprescindible. Y para ello es preciso construir el gran Frente de Liberación Nacional sustentado fundamentalmente en los trabajadores, pero no sólo en sus votos, sino en su presencia en las calles, en la movilización popular, como así también la elevación del debate ideológico que destruya las falsedades y mitos de toda clase difundidos por la propaganda mediática, como asimismo plantar un proyecto claro y contundente apelando a los mejores cuadros del campo nacional”.
La consolidación del Frente Nacional es estratégica porque profundizar el modelo es superar las contradicciones en el seno del pueblo del modo más transformador posible, evitando al mismo tiempo cualquier aprovechamiento reaccionario por volver al pasado reciente. Como el debate ideológico ocupa ya un rol fundamental, desde la Corriente Discépolo encontramos necesario intentar precisar cuáles serían, a nuestro juicio, las tareas que constituyen objetivos estratégicos para el proyecto nacional, algunas de concreción más rápida y otras probablemente a más largo plazo, que harían avanzar en forma irreversible el actual proceso en un rumbo de fortalecimiento nacional y de justicia social. No hay dogmatismo ni principismo en esto, sino por el contrario, la vocación de aportar a la lucha de ideas necesaria para darnos cuenta en qué momento de la historia nos encontramos y hacia dónde podemos ir, con la certeza de que la tarea involucra tanto a la conducción del Estado como al movimiento nacional y de que, como dicen las Madres de Plaza de Mayo, la única lucha que se pierde es la que se abandona. Esos objetivos estratégicos, a nuestro entender, son:
1) La unificación de América Latina. La tarea histórica fundamental de nuestro tiempo es concretar la anhelada unidad latinoamericana y dejar de ser los Estados desunidos de América del Sur. Así como nunca hubo tanta disposición a la unidad como en la actualidad, con la UNASUR hemos creado el instrumento para concretarla. Hay que avanzar en la integración regional fortaleciéndola y realizando el demorado proyecto de un Banco del Sur para movilizar los recursos propios y promover el desarrollo sin depender del capital externo, posibilitar la interconexión de las diferentes regiones del continente (unificando de hecho el territorio), y avanzar decididamente en la integración energética. También sostener y aumentar los proyectos de inversión promovidos por la UNASUR que, dado su potencial financiero, serían fundamentales para la promoción de una infraestructura de magnitud y de base al servicio del desarrollo productivo interno. En lo inmediato, lo importante sería prescindir del dólar en el comercio intrarregional, mediante el establecimiento de un sistema multilateral de pagos con monedas locales y, solo a largo plazo –dada la experiencia negativa de la Comunidad Económica Europea–, cuando las asimetrías entre los países hayan sido superadas o atenuadas, pensar la viabilidad de una sola moneda.
La única revolución posible en nuestro continente es la unidad nacional latinoamericana, en un camino de autodeterminación económica, política y cultural: ese es el rumbo que estamos comenzando a transitar junto con el resto de los países hermanos, aún con la originalidad y especificidad de cada país y de cada gobierno. Además, en la nueva geopolítica latinoamericana, nuestro país podría cumplir la función de centro abastecedor de alimentos del continente. La profundización de políticas nacionales consecuentes con los intereses populares seguramente dará lugar a fuertes presiones internacionales, en particular por parte de los países centrales, como les ocurre actualmente a Hugo Chávez en Venezuela, a Evo Morales en Bolivia y a Rafael Correa en Ecuador. Para fortalecer la defensa de las mismas, se hace imprescindible la consolidación de la Junta de Defensa ante cualquier prepotencia imperialista y la denuncia del TIAR, lo que crearía condiciones para eliminar definitivamente la Doctrina de la Seguridad Nacional de nuestras fuerzas armadas y contribuiría a dar cobertura al proceso integrador que es, en definitiva, el único modo de resistir el probable intervencionismo de las potencias hegemónicas.
2) La Organización política de las mayorías populares con protagonismo de los trabajadores y las juventudes, para consolidar el Frente Nacional. Es esta tal vez la principal tarea del movimiento nacional en el plano interno: la construcción de poder popular, de abajo hacia arriba con relaciones horizontales, más allá de los aparatos y los acuerdos de cúpula, para que desde las bases surja un mandato nacional, popular y democrático con la suficiente fuerza como para impulsar la renovación de cuadros dirigentes de ideología conservadora que aún perduran, tanto a nivel municipal como provincial, y que solo la organización desde el pie los sustituirá. El rol de las mayorías populares en el frente de liberación está en dar la base de sustentación a la redistribución de la riqueza y la puja entre capital y trabajo, la justicia social y los reclamos democráticos desde una posición antiimperialista: es tarea fundamental de los trabajadores lograr una mayor organización política y conciencia nacional y popular, para lo cual la formación de cuadros es tarea ineludible. Ello es también la auténtica garantía para la sucesión presidencial y la profundización y continuidad del proyecto nacional tras el segundo mandato de Cristina. El fortalecimiento de los trabajadores (tanto urbanos como rurales) y su organización política son estratégicas para orientar el contenido popular del frente nacional. Para ello es necesario que las organizaciones populares y de los trabajadores avancen desde una conciencia gremial y sectorial a una conciencia política de carácter nacional.
3) La nacionalización de la economía. Es un objetivo estratégico profundizar la nacionalización de la economía como único modo de que el excedente socialmente producido sea reconducido al servicio del interés nacional y la justa distribución de la riqueza; en especial respecto del aparato productivo, que hoy todavía se encuentra mayormente en manos del capital extranjero, hay que avanzar en su desconcentración y en la planificación de la economía en general a partir de un rol protagónico del Estado. Uno de los resultados más nefastos para los intereses nacionales, como consecuencia de las políticas neoliberales aplicadas desde la década del 70 en adelante, fue el gran predominio que adquirió en nuestra economía el gran capital trasnacional –principalmente por intermedio de las corporaciones. Desde 2003 se han dado pasos fundamentales tendientes a construir una economía nacional, pero aún es imperioso limitar el poder del capital extranjero por varias razones. Por un lado, por la capacidad desestabilizadora que podrían ejercer sobre el gobierno nacional y popular unas corporaciones dotadas de tanto poder económico. Y, por otro lado, debido a la importante sangría de recursos que significa el flujo de ganancias empresarias hacia el exterior (las declaradas y también las ocultas). Para ello se hace necesario fortalecer a los sectores empresarios nacionales –en particular las pequeñas y medianas empresas y los actores de la economía social– así como incrementar la capacidad empresarial del Estado, de modo que puedan gradualmente aumentar su presencia en las áreas productivas estratégicas que hoy hegemonizan los capitales extranjeros.
Hay que reformar la ley de inversiones extranjeras –que viene de la dictadura– discriminando a favor del capital local y distinguiendo sectores estratégicos que deben ser estimulados y requieren estar en manos nacionales. Con este sentido, hay que denunciar el tratado de protección recíproca de inversiones firmado por el gobierno de Menem con los Estados Unidos (ley Nº 24.124) porque contiene cláusulas sumamente inequitativas para nuestro país y somete la solución de controversias al CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones), institución al servicio de los países centrales, con la que Argentina tiene una nefasta experiencia a raíz de las demandas iniciadas por los ex-concesionarios de empresas privatizadas. No se pretende expulsar a las inversiones extranjeras, pero lo que se debe lograr es que en nuestro país el rol dominante lo tengan las empresas nacionales –así caracterizadas por estar al servicio del interés nacional y no como socios menores del capital transnacional– y el sector público. Para lograr esto será necesario que el Estado profundice en el desarrollo de sus capacidades e instrumentos de intervención para poder asumir directamente las responsabilidades que devuelvan el control de la economía nacional a los argentinos. Sobre ello tratan también los siguientes puntos.
4) La desprimarización de la economía y la diversificación de la estructura productiva. Hay que sostener el rumbo económico vigente, fortaleciendo el desarrollo industrial con creciente integración y diversificando las exportaciones con mayor valor agregado, porque los precios internacionales de las materias primas son fluctuantes y podrían retroceder. Ello es esencial para poder mantener el doble equilibrio fiscal y externo. Es crucial el papel que en ese sentido debe jugar la industria nacional: el gobierno ya ha dado pasos implementando créditos blandos a través de la banca pública y protegiendo el mercado interno mediante las licencias de importación no automáticas. El Plan Estratégico Industrial que prevé como meta para 2020 duplicar el PBI del sector es un paso importante en esa dirección. Es preciso profundizar la expansión de la economía y la demanda porque de ese modo se fortalece el desarrollo con eje en el mercado interno. El objetivo estratégico es que alguna vez la actividad industrial sea la que subsidie a la agrícola tal como ocurre en países con economías poderosas (como dijo la presidenta), para lo cual se requiere la creación de un Banco Nacional de Desarrollo con el fin de sustentar y promover la producción nacional. Es necesario, asimismo, profundizar políticas y leyes antimonopolios con la finalidad de reducir el elevado grado de concentración que registra la industria, en especial en la provisión de artículos de primera necesidad –como es el caso de los alimentoso de insumos básicos –como lo es el del acero. Hay que modificar la ley de patentes de invención, promulgada bajo el gobierno de Menem, que por otra parte es necesario armonizar con la de los miembros del Mercosur, especialmente con Brasil, cuya ley protege mejor que la nuestra a la industria local.
5) El control nacional de los recursos estratégicos. Es este un objetivo geopolítico en el escenario mundial de crisis del capitalismo, de crecimiento demográfico y de la demanda de energía y alimentos. Es estratégico que los hidrocarburos, el acero, la siderurgia, la minería y las nuevas tecnologías estén bajo control nacional; mientras tanto, hay que imponer restricciones y retenciones a la exportación de minerales. Es imprescindible profundizar la diversificación de la matriz energética. No puede permitirse que continúe la exportación de hidrocarburos sin asegurar las reservas mediante nuevas prospecciones, a riesgo de precipitar una crisis energética en el futuro. Los recursos naturales son patrimonio del conjunto de los argentinos por lo que hay que superar la denominada “provincialización”, tal como lo disponía la Constitución de 1949 en cuanto a la nacionalización de los recursos del subsuelo. Lo mismo cabe decir de la propiedad de la tierra (recurso estratégico, escaso y cuyo uso no admite la competencia), respecto de la cual aquella carta magna asignaba al Estado Nacional la incumbencia de fiscalizar su distribución y utilización. Hay que implementar un Plan Nacional Agropecuario bajo el mando y planificación del Estado nacional, y para ello hay que derogar y modificar todo el andamiaje legal heredado anterior a 2003. Hay que impulsar –como lo pidió la presidenta– una ley que preserve la propiedad de la tierra en áreas de frontera. Es estratégico avanzar, mediante la planificación estatal, en la reversión de la extranjerización de la propiedad y tenencia de la tierra, así como en su desconcentración, y someter a la clase terrateniente, los pooles de siembra y el capital extranjero, con la implementación de formas de arrendamiento y producción que favorezcan a los pequeños productores y a la agricultura familiar y comunitaria. Debe procurarse el ordenamiento territorial del país y la defensa del medio ambiente urbano y rural (controlando y limitando la polución atmosférica, la contaminación de las aguas, cuidando la defensa de los bosques, el reciclado de residuos urbanos y su utilización industrial, etc.). Respecto de la minería a cielo abierto, y en lo que atañe a defensivos agrícolas como el glifosato, son necesarias políticas de control más vigorosas por parte del Estado Nacional, que estén destinadas principalmente a prevenir el daño y, en su caso, tiendan a reparar el mismo cuando éste ya se haya materializado.
6) El Estado como regulador de la economía y la producción. Hay que avanzar en el recupero de lo que fue el patrimonio público –como ya se lo hizo con el Correo Argentino, Aerolíneas y AYSA. Hay que recuperar la petrolera estatal y avanzar en la reconstrucción, modernización y desarrollo de la red ferroviaria, la que debería volver a manos del Estado y extenderse en forma igual y en red por todo el territorio abandonando definitivamente la forma de abanico hacia el puerto de Buenos Aires. Hay que desarrollar la industria naval, la fabricación de aviones y helicópteros civiles y militares e impulsar la transformación definitiva del Estado como instrumento de defensa de los intereses nacionales y los sectores populares. También la creación de empresas estatales en áreas fundamentales de la economía, reeditando aquella poderosa franja de empresas estatales del peronismo histórico.
La expansión de la presencia del Estado se articula estrechamente con la posibilidad de estimular el desarrollo de las empresas nacionales en la industria y también en los servicios. Ello puede hacerse a través del compre nacional, discriminando a favor de las empresas de capital local en las adquisiciones y contrataciones del sector público. En 1973 se creó una Corporación de Empresas Públicas que, entre otras funciones, contemplaba la coordinación de estas acciones.
Asimismo es preciso avanzar con la regulación normativa de todas las áreas económicas para que nada quede librado a las imposiciones del mercado y el capital extranjero. Se debe ampliar la producción nacional de medicamentos a cargo de laboratorios del Estado, los ya existentes y los que sea necesario crear, contribuyendo al abaratamiento de los productos. Sería fundamental procurar el trabajo conjunto con Brasil en esta área y en la energía atómica para su utilización en finalidades médicas. Hay que modificar la ley de Transferencia de Tecnología (Ley Nº 22.426), heredada de la dictadura cívico-militar (Martínez de Hoz), cuya excesiva liberalidad es una invitación a que las corporaciones multinacionales lleven a cabo escandalosas maniobras para fugar capitales al exterior disfrazadas de pagos de “regalías” por tecnologías, en muchos casos, inexistentes. También, la Ciencia y el desarrollo de la Tecnología deben ser actividades al servicio de las necesidades concretas del país, el interés nacional y la defensa de la soberanía. El uso y desarrollo del conocimiento es la clave del crecimiento económico y la autodeterminación nacional para el siglo XXI por lo que es también un objetivo geopolítico. La inversión pública en ciencia y tecnología debe financiarse con recursos genuinos propios y no con créditos del BID o aportes de empresas privadas, que condicionan los planes nacionales en la materia y disputan las patentes de los descubrimientos logrados.