viernes, 8 de julio de 2016

Pensar (en nacional) la ley de medios (2012)


La centralidad política y jurídica que parece haber adquirido la implementación de la Ley de Servicios de Comunicaciones Audiovisuales, se justifica a partir de la necesidad de emprender la tarea de la transformación cultural. Nuestro país aún se encuentra en la búsqueda de la superación de su condición semicolonial –muchos hemos transitado en ese sentido, pero también es mucho lo que falta- y para ello hay que avanzar en el espacio simbólico de la cultura y la formación de la conciencia nacional.
La cultura del país semicolonial
Los intereses sociales en pugna tienen repercusión en la cultura pero también necesitan de ella para imponerse y consolidarse. Marx decía que las ideas dominantes en una sociedad eran las de su clase dominante. Gramsci, a su vez, pensó la hegemonía del un bloque de poder como la dirección política cultural de la sociedad, a partir principalmente de la difusión de una determinada cultura y moral. Esto se verifica en nuestra historia. La imposición del modelo de país dependiente por las elites dominantes desde mediados del siglo XIX se hizo a partir de la apropiación del excedente económico originado en las rentas extraordinarias del comercio exterior (“el campo”), pero también del uso del discurso y los medios de prensa. El monopolio de las rentas y de la palabra ha sido el dispositivo del poder semicolonial. Todo un sistema de mitos que difundió una visión de mundo elitista y europeísta que ocultó la condición real de dependencia de nuestro país, es decir escondió la cuestión nacional. Es posible adjudicarle a Bartolomé Mitre el rol de intelectual orgánico del bloque dominante: Presidente y padre de la “historia oficial”, fundó diarios y clausuró el de sus opositores, al mismo tiempo que lideró la guerra de policías contra los pueblos del interior. Ahí encontramos a los diarios simbólicos de la oligarquía, La Prensa, de la familia Gainza y Anchorena, y La Nación (esa “tribuna de doctrina” de la clase ganadera bonaerense) de los mismos Mitre. Clarín es el custodio de lo que Hernández Arregui llamaba “la mitología democrática de la clase media engañada, una democracia asentada sobre principios abstractos donde las masas populares no aparecen”. Scalabrini Ortiz resumió muy bien el panorama cuando decía que “En un país empobrecido, los grandes diarios son órganos de dominio colonialista (porque) el periodismo es quizás la mas eficaz de las armas modernas que las naciones eventualmente poderosas han utilizado para dominar pacíficamente hasta la intimidad del cuerpo nacional y sofocar casi en germen los balbuceos de todo conato de oposición.” El peronismo del ´45 transformó el país semicolonial en una Nación justa, libre y soberana, pero no avanzó suficientemente en la cuestión cultural, y por eso fue posible el retorno de la violencia oligárquica junto con la pedagogía colonial. En la actualidad, con el avance tecnológico, la comunicación audiovisual ha ocupado buena parte del espacio que antes ocupaba con exclusividad los “grandes diarios”.
Pensar en nacional
Los movimientos nacional populares promueven un rol protagónico del Estado, a través de normas antimonopolio, de expropiación por utilidad pública y de función social de la propiedad. Anuncian una nueva idea de igualdad, y una redefinición del concepto de democracia en el que toda la actividad económica y jurídica es legítima en la medida en que provea al interés público y al bien común. Pero para ello es preciso consolidar la formación de la conciencia nacional y desmitificar esa visión de la historia en la que los sectores populares y trabajadores no aparecen por ningún lado. La disputa entre relatos opuestos que hoy vivimos hay que leerla en esta clave. Esa es la auténtica preocupación por la “hegemonía kirchnerista” o la “chavización” que expresan algunos. La implementación de la ley de medios de la democracia significa, en su cláusula antimonopolio, el camino para impugnar el relato del país semicolonial, y en la apertura de más espacios para nuevos medios, la posibilidad nacional y popular. Tenemos el enorme desafío de impulsar la formación de pensar en nacional, que “es pensar desde una óptica antiimperialista, no abstracta sino nutrida en las luchas y experiencias de nuestro pueblo” (Galasso). Para ello, habrá que planificar seriamente desde el Estado el modo de dar oportunidad a nuevas voces, cuando éstas aún no parecen tener la fuerza suficiente como para hacerse escuchar. Sabbatella en el AFSCA es un buen mensaje en ese sentido. Y aquí también debe interpelarnos la situación de desprotección fatal que sufren los sectores campesinos e indígenas que son perseguidos por terratenientes ganaderos y sojeros, y empresas extranjeras, por lo general aliados de los poderes locales. Además, que Ecuador, Bolivia y Brasil revisen sus regulaciones sobre los medios de comunicación (hasta Paraguay, en donde Lugo había creado un sistema de medios públicos que ahora se encuentra en riesgo), es una muestra más que la cuestión nacional tiene alcance latinoamericano. Resuena entonces la voz de José Martí cuando decía que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra".
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