La centralidad política y jurídica que parece haber adquirido la
implementación de la Ley de Servicios de Comunicaciones
Audiovisuales, se justifica a partir de la necesidad de emprender la
tarea de la transformación cultural. Nuestro país aún se encuentra
en la búsqueda de la superación de su condición semicolonial
–muchos hemos transitado en ese sentido, pero también es mucho lo
que falta- y para ello hay que avanzar en el espacio simbólico de la
cultura y la formación de la conciencia nacional.
La cultura del país semicolonial
Los intereses sociales en pugna tienen repercusión en la cultura
pero también necesitan de ella para imponerse y consolidarse. Marx
decía que las ideas dominantes en una sociedad eran las de su clase
dominante. Gramsci, a su vez, pensó la hegemonía del un bloque de
poder como la dirección política cultural de la sociedad, a partir
principalmente de la difusión de una determinada cultura y moral.
Esto se verifica en nuestra historia. La imposición del modelo de
país dependiente por las elites dominantes desde mediados del siglo
XIX se hizo a partir de la apropiación del excedente económico
originado en las rentas extraordinarias del comercio exterior (“el
campo”), pero también del uso del discurso y los medios de prensa.
El monopolio de las rentas y de la palabra ha sido el dispositivo del
poder semicolonial. Todo un sistema de mitos que difundió una visión
de mundo elitista y europeísta que ocultó la condición real de
dependencia de nuestro país, es decir escondió la cuestión
nacional. Es posible adjudicarle a Bartolomé Mitre el rol de
intelectual orgánico del bloque dominante: Presidente y padre de la
“historia oficial”, fundó diarios y clausuró el de sus
opositores, al mismo tiempo que lideró la guerra de policías contra
los pueblos del interior. Ahí encontramos a los diarios simbólicos
de la oligarquía, La Prensa, de la familia Gainza y Anchorena, y La
Nación (esa “tribuna de doctrina” de la clase ganadera
bonaerense) de los mismos Mitre. Clarín es el custodio de lo que
Hernández Arregui llamaba “la mitología democrática de la clase
media engañada, una democracia asentada sobre principios abstractos
donde las masas populares no aparecen”. Scalabrini Ortiz resumió
muy bien el panorama cuando decía que “En un país empobrecido,
los grandes diarios son órganos de dominio colonialista (porque) el
periodismo es quizás la mas eficaz de las armas modernas que las
naciones eventualmente poderosas han utilizado para dominar
pacíficamente hasta la intimidad del cuerpo nacional y sofocar casi
en germen los balbuceos de todo conato de oposición.” El peronismo
del ´45 transformó el país semicolonial en una Nación justa,
libre y soberana, pero no avanzó suficientemente en la cuestión
cultural, y por eso fue posible el retorno de la violencia
oligárquica junto con la pedagogía colonial. En la actualidad, con
el avance tecnológico, la comunicación audiovisual ha ocupado buena
parte del espacio que antes ocupaba con exclusividad los “grandes
diarios”.
Pensar en nacional
Los movimientos nacional populares promueven un
rol protagónico del Estado, a través de normas antimonopolio, de
expropiación por utilidad pública y de función social de la
propiedad. Anuncian una nueva idea de igualdad, y una redefinición
del concepto de democracia en el que toda la actividad económica y
jurídica es legítima en la medida en que provea al interés público
y al bien común. Pero para ello es preciso consolidar la formación
de la conciencia nacional y desmitificar esa visión de la historia
en la que los sectores populares y trabajadores no aparecen por
ningún lado. La disputa entre relatos opuestos que hoy
vivimos hay que leerla en esta clave. Esa es la auténtica
preocupación por la “hegemonía kirchnerista” o la “chavización”
que expresan algunos. La implementación de la ley de medios de la
democracia significa, en su cláusula antimonopolio, el camino para
impugnar el relato del país semicolonial, y en la apertura de más
espacios para nuevos medios, la posibilidad nacional y popular.
Tenemos el enorme desafío de impulsar la formación de pensar en
nacional, que “es pensar desde una óptica antiimperialista, no
abstracta sino nutrida en las luchas y experiencias de nuestro
pueblo” (Galasso). Para ello, habrá que planificar seriamente
desde el Estado el modo de dar oportunidad a nuevas voces, cuando
éstas aún no parecen tener la fuerza suficiente como para hacerse
escuchar. Sabbatella en el AFSCA es un buen mensaje en ese sentido. Y
aquí también debe interpelarnos la situación de desprotección
fatal que sufren los sectores campesinos e indígenas que son
perseguidos por terratenientes ganaderos y sojeros, y empresas
extranjeras, por lo general aliados de los poderes locales. Además,
que Ecuador, Bolivia y Brasil revisen sus regulaciones sobre los
medios de comunicación (hasta Paraguay, en donde Lugo había creado
un sistema de medios públicos que ahora se encuentra en riesgo), es
una muestra más que la cuestión nacional tiene alcance
latinoamericano. Resuena entonces la voz de José Martí cuando decía
que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra".
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