Los
represores Astiz y Acosta, entre varios más, fueron condenados a
prisión perpetua por sus crímenes contra la humanidad cometidos en
la Esma, el principal campo de concentración de la última dictadura
militar. En la misma semana del triunfo popular superando la mitad
más uno de los votos de la Presidenta Cristina Fernández, después
de años de proceso y a más de treinta años de los crímenes, la
justicia condenó a los asesinos de Rodolfo Walsh y Azucena Villaflor
entre muchas víctimas más. En el país hay 262 condenados y 14
juicios orales en curso. Estos juicios son un aporte fundamental a la
memoria colectiva del pueblo. ¿Hubiera sido posible la
transformación social vivida desde el 2003 sin estos juicios? ¿Qué
relación hay entre el proyecto nacional y la justicia contra los
crímenes de la dictadura? Un ensayo de respuesta viene por señalar
que se trata de la recuperación de la memoria colectiva. Esta
memoria no es un mero recordatorio de hechos pasados, sino un acto
por el cual al pasado se lo reinterpreta y a partir de ahí se le
otorga sentido al presente. Rubén
Dri ha señalado alguna vez que
“sin memoria histórica no hay sujeto histórico. De allí la tarea
que se propone el dominador de borrar todo rastro de memoria
histórica en el dominado...No puede haber otra historia, porque de
lo contrario habría otro sujeto que podría cuestionar la dominación
del dominador”. Norberto
Galasso ha impugnado reiteradamente al relato histórico que se
pretende neutral y única verdad académica. Los
juicios a los represores reiniciados tras la anulación de las leyes
de impunidad integran esa memoria colectiva que es resultado de la
revisión de la historia reciente, esa que fue la más oscura, la
cueva que dio origen al neoliberalismo a partir del genocidio: son
parte de la destrucción de los mitos de la historia oficial sobre el
pasado inmediato, que tanto todavía pesan sobre el presente. Estos
mitos son los que defiende el diario La Nación, como cuando en el
2003 en una editorial le plantearon al candidato presidencial Néstor
Kirchner, como uno de varios postulados básicos para gobernar, que
“no
queremos que haya más revisiones sobre la lucha contra la
subversión”. Son
los mitos que también sostiene el grupo Clarín cuando oculta la
verdad a través de la banalidad discursiva. Por eso los juicios son
tanto un acto de justicia para las víctimas como parte de la batalla
cultural de todo el pueblo por apropiarse de la historia que se
corresponda con sus vivencias populares. En 1998 Menem anunció su
intención de demoler la Esma y colocar un monumento a la “unión
nacional”. Algo así hubiera tenido el significado simbólico de
demoler la memoria colectiva, así como su abrazo fraternal con el
represor Isaac Rojas lo tuvo respecto de la historia del peronismo
combativo. Es que el neoliberalismo que se inició con la dictadura
cívico militar, tuvo su esplendor luego en los noventa con el
menemismo y De la Rúa, por lo que el acto de quitarle al pueblo la
capacidad de escribir su historia fue una de las claves para su
sometimiento. Se trata, en el fondo, de que el pueblo conozca la
historia para que se vea reflejada en ella y la haga suya. Por eso en
la batalla cultural que los argentinos estamos librando contra el
sistema ideológico de matriz oligárquica y elitista que aún
predomina, el revisionismo histórico popular ocupa un lugar central
al sostener como tesis principal que el pueblo es el protagonista de
la historia. Y como la historia es la política del pasado, el pueblo
también es el protagonista de la política presente: en esta
creencia reside el potencial transformador de esta corriente de
pensamiento de matriz nacional y popular. Es sugestivo que para Lula,
el legado más importante del tiempo kirchnerista haya sido la
recuperación de la autoestima de los argentinos. La importancia de
esto lo explicaba Jauretche al criticar “la zoncera de la
autodenigración”. Es el punto de partida del pensamiento nacional.
La autoestima del pueblo es la condición para el ejercicio de la
soberanía popular y la autodeterminación nacional. Lo repite cada
vez la Presidenta Cristina Fernández cuando dice “argentinos
tenemos patria: estemos orgullosos”. Porque ahora, en estos tiempos
de profundos cambios, la unidad nacional no es un concepto vacío
sino que tiene el significado de la recuperación de la memoria
colectiva y del protagonismo popular.
JA, octubre 2011.
Publicado en Señales Populares
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