viernes, 8 de julio de 2016

La clase trabajadora: debilidades y fortalezas en su organización (2014)


Una concepción histórica del movimiento obrero organizado lo ubica como la columna vertebral del frente nacional por su fortaleza y capacidad de movilización. Pero actualmente la clase trabajadora se encuentra en una situación de ambivalencia, en donde se muestra, por un lado, fortalecida si se observa el período abierto desde el año 2001 hasta ahora, pero, por el otro, si lo que se observa es el trazo largo desde, al menos, 1974 –con el fin del liderazgo de Perón-, su posición social aparece sensiblemente debilitada. En efecto, la sub utilización de la fuerza de trabajo (subocupación más desocupación) podría ser un indicador claro de esa debilidad: en el período 1974-1983 la tasa era del 10%, en 1983-1993 del 15%, en 2002 se alcanzó el pico máximo de 40%, y en 2013 rondó el 14% (INDEC).
Al mismo tiempo, en la actualidad los trabajadores sufrimos una fuerte división socioeconómica. La primera es entre ocupados y desocupados, donde la tasa de desempleo actual se ubica en un índice similar al del inicio de los noventa. Luego la separación se da entre los ocupados con empleo registrado y los no registrados: el trabajo no registrado es ahora del 34,6 %, mientras en 1974 era del 17%. También hay que diferenciar entre los sindicalizados y los fuera de cualquier filiación y defensa gremial, siendo que los primeros además tienen divididas sus posiciones. Por su cuenta, los trabajadores desocupados se baten entre los índices de pobreza e indigencia, en mayor o menor medida según los efectos positivos de la importante política de inclusión social en vigencia. También hay que contar a los trabajadores rurales, en general omitidos en la cultura urbana (el 89 % de la población vive en ámbitos urbanos), cuya división está entre los empleados, en su mayoría informales y con bajos ingresos, y los pequeños productores que luchan por sobrevivir e integrarse al tejido productivo de un modo digno y sustentable. Finalmente, después de todo esto, se destaca el sector obrero industrial ligado a la metalúrgica y siderúrgica, como el más dinámico y con el peso del tradicional proletariado urbano, aún con las deformaciones propias del crecimiento en una economía dependiente.
En este panorama, la clase trabajadora muestra una heterogeneidad social que merece ser destacada a la hora de repensar su rol en el movimiento nacional de liberación, a diferencia de 1974 o incluso más atrás en el tiempo, en 1945, particularmente en un proceso de alta concentración empresaria y presencia del capital extranjero. Pero esto no significa en lo más mínimo desmerecer la fuerza que pueda alcanzar el sindicalismo ni los movimientos sociales. Para esto hay que considerar el lugar del sindicalismo en las relaciones de producción, en el conflicto capital-trabajo y al interior del Estado en sus diferentes niveles, su presencia en todo el país como ningún partido político la tiene, su posibilidad de movilizar en forma orgánica trabajadores y de alcanzar una representación nacional con raíces en programas como el de Huerta Grande (1957), La Falda (1962), o la CGT de los Argentinos (1968), la declaración de CETERA (1973), los 26 puntos de la CGT de Ubaldini o los documentos de la CTA en los noventa, entre muchos otros de importancia. Y los movimientos sociales su capacidad de elevar propuestas concretas de economía popular y social. Más allá de las debilidades debe prevalecer la certeza que el protagonismo popular es la clave en la conformación de una alianza social, para enfrentar al poder oligárquico y orientar las políticas de Estado, hacia el objetivo de una mayor participación de los trabajadores en el ingreso y de avanzar en la emancipación nacional.
JA
Publicado en Señales Populares, mayo de 2014

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