Neoliberalismo,
la otra década infame
por equipo de formación
Corriente política E.S.Discépolo
El modelo de hombre y sociedad
El neoliberalismo, como toda teoría
política y social, sustenta un modelo de hombre y de sociedad. En su
planteo, mantiene inalterable los rasgos esenciales del liberalismo
económico desarrollado hace dos siglos, aunque se trata de un
liberalismo que debe dar respuesta a la presencia de economías
socialistas, de Estados de Bienestar en los países centrales y de
Estados Populares en los países dependientes.
Los propagandistas del liberalismo partían
de una naturaleza humana egoísta y concebían a la sociedad como un
orden creado por los individuos sin que tengan conciencia de ello. La
búsqueda del propio interés por cada individuo redundaba en el bien
común gracias a la intervención de una “mano invisible”: el
mercado. Es decir, la búsqueda egoísta del bien privado produce el
bien general sin que medie la voluntad ni la conciencia de los
hombres; sólo deben intervenir las leyes económicas del mercado.
Como vemos, el modelo de sociedad que
proyectan liberales y neoliberales es profundamente individualista.
Por eso, uno de sus principales blancos de ataque serán las
organizaciones sindicales y las solidaridades que allí se generan
entre los trabajadores, en tanto constituyen un elemento corrosivo de
las “leyes económicas naturales” y son un impedimento a la libre
acumulación de las ganancias en manos capitalistas. Claro que, al
mismo tiempo, los neoliberales van a impulsar ciertas formas
corporativas como la formación de lobbies sobre intereses concretos.
El neoliberalismo apunta en América Latina
directamente a destruir los movimientos nacionales y populares que
desafían la supremacía del imperialismo a nivel mundial. Su
objetivo concreto será derrotar a los gobiernos que impulsan los
movimientos de liberación y eliminar las conquistas populares que se
llevaron adelante gracias a la acción del pueblo en su conjunto.
Modelo de estado
De lo anteriormente dicho, se desprende que
para el neoliberalismo la función del Estado tiene que ser la de
velar por el libre funcionamiento de las leyes mercantiles de la
oferta y la demanda, pues ello redunda en beneficios generales; en
cambio, la intervención del Estado en la economía es negativa en
tanto entorpece el libre movimiento de dichas leyes y quiebra el
orden natural.
En este sentido, los neoliberales
consideran al Estado una interferencia parasitaria y se oponen a todo
tipo de asociación o colectivo que obstaculice los emprendimientos
privados. De ahí su obsesión por privatizar diversas áreas
sociales y por conseguir la flexibilización laboral.
De todos modos, la
posición de la matriz neoliberal frente al Estado es paradójica, ya
que si por un lado rechaza la intervención que pueda tener vedando
la iniciativa individual espontánea y las leyes económicas, por
otra parte reivindica sin reparos un estado autoritario y policial,
necesario para garantizar la seguridad de los individuos, la
propiedad privada, el funcionamiento de la “mano invisible”, la
competencia y el lucro. Por esto el liberalismo económico congenia
perfectamente con dictaduras militares y gobiernos autoritarios1.
De hecho, la primera experiencia de implantación del neoliberalismo
en América Latina se dio en Chile bajo la dictadura de Pinochet.
Pero no fue un caso aislado. Con la Doctrina de Seguridad Nacional
como fundamento ideológico se implementará un plan continental de
sangrientas dictaduras (Plan Cóndor) que impondrán el
disciplinamiento social, la sumisión a Estados Unidos y que echarán
las bases para un profundo proceso de reestructuración económica
que será completado por los gobiernos democráticos. Así, al ciclo
que inaugura Banzer en Bolivia en 1971 le seguirá en 1973 el golpe
de Pinochet en Chile y el inicio del proceso en Uruguay, en 1975
caerá Velasco Alvarado en Perú y en 1976 será el golpe en
Argentina. El cuadro regional se completa con las dictaduras que ya
existían en Nicaragua, Guatemala, Paraguay, El Salvador, Brasil,
etc.
El disciplinamiento que supuso la represión
militar allanó el camino para que sea durante la década de los ´90
y bajo gobiernos democráticos cuando se implante el neoliberalismo
en su forma más extrema. Con la caída de la URSS, Estados Unidos
decreta el fin de la historia y la existencia de un único camino a
seguir. Ahora sí el recetario del Consenso de Washington se
constituye en el programa de gobierno de todos los países de la
región: Sánchez de Lozada en Bolivia, Menem en Argentina, Fujimori
en Perú, Fernando Collor de Melo y Enrique Cardoso en Brasil, Sixto
Ballén en Ecuador, Lacalle en Uruguay, Salinas de Gortari en México,
Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera en Venezuela…
Las "recetas neoliberales”
Si bien el neoliberalismo es una teoría
política que nace luego de la Segunda Guerra Mundial como reacción
al Estado de Bienestar en los países centrales y a los Estados
populares en los países del llamado Tercer Mundo, recién comenzará
a implementarse cuando los modelos económicos de posguerra entren en
crisis hacia la década del ´70. En EEUU las políticas neoliberales
las comenzará a implementar Reagan y en Inglaterra Tatcher. Para
América Latina, significarán una verdadera política de saqueo,
trasladándose recursos económicos a grandes grupos
económicos-financieros externos y locales.
El neoliberalismo va a tener como eje la
búsqueda de la estabilidad monetaria, para lo cual el equilibrio
presupuestario, el achicamiento del gasto público y, sobre todo, el
retraso de los salarios, serán esenciales. Para esta teoría, la
inflación es consecuencia fundamentalmente del aumento de los
salarios, por lo que la creación de una tasa “natural” de
desempleo o “ejército industrial de reserva” que quiebre al
mismo tiempo el grado de negociación de los sindicatos, es sumamente
importante. Se produce, entonces, un desplazamiento de mano de obra
que queda relegada y que pasa a ser una población excedente, una
población que sobra y que no se la va a emplear nunca: son los
excluidos. A la vez, se genera una hiperexplotación de los que sí
pueden conseguir trabajo, que tienen que trabajar más horas y les
pagan menos. Al despojo de los salarios se añaden otros dos más.
Por un lado, el despojo de los “salarios indirectos”, es decir,
el de todos los beneficios que otorgaba el Estado popular (buen
sistema educativo, de salud, planes accesibles de vivienda, etc.).
Por otro lado, el despojo a través del aumento de los servicios de
las empresas privatizadas.
Bajo esta matriz de
pensamiento, como sostienen Eric y Alfredo Calcagno,"se
eleva a la categoría de objetivos a los que son sólo instrumentos.
Así, no se toman como metas la homogeneidad social, la eliminación
de la pobreza, la industrialización del país o la autonomía
nacional para decidir su futuro. Se presentan como objetivos supremos
los que en rigor son instrumentos o metas macroeconómicas, tales
como el equilibrio fiscal y de comercio exterior, las aperturas
comercial y financiera externas, las privatizaciones y la eliminación
de la legislación que establece los derechos laborales"2.
Emergencia de los movimientos sociales
El modelo neoliberal supone, entonces, una
reestructuración productiva y, simultáneamente, una reforma del
Estado. Son estos procesos complementarios los que producen el
surgimiento de formas alternativas de lucha para resolver los
problemas sociales. Por un lado, expresan una continuidad con las
protestas y las revueltas populares previas, pero a la vez, adquieren
un aspecto diferente ante la exacerbación de las desigualdades
sociales, el crecimiento de la desocupación, la marginalidad y el
retroceso del Estado en ciertas áreas. Surgen así los movimientos
sociales
Antes de la arremetida neoliberal, el
descontento social se expresaba casi exclusivamente en huelgas o
boicots realizados por trabajadores que estaban integrados en la
economía formal; era el movimiento obrero el que actuaba a través
de la lucha sindical. Aunque estas expresiones no hayan desaparecido,
el hecho de que existan sectores cada vez más importantes de la
población por fuera de los límites del campo laboral provocó el
surgimiento de nuevas formas de acción política, alejadas de
aquellas que prevalecieron hasta los ’70, cuando la organización
apuntaba a una lucha por el acceso al Estado.
Los movimientos sociales cuentan con
algunas características comunes. Algunas de ellas son: 1)
territorialización en nuevos espacios que remplazan a aquellos que
entraron en crisis como forma aglutinadora (la fábrica, por
ejemplo); 2) buscan construir una autonomía material y simbólica,
tanto del Estado como de los partidos políticos; 3) apuntan a
revalorizar formas identitarias y culturales que exceden la noción
de ciudadanía (la identidad étnica en algunos casos); 4) tienen la
posibilidad de generar sus propios intelectuales y dirigentes,
haciéndose cargo de la educación por sí mismos; 5) otorgan un
papel fundamental a las mujeres; y 6) generan nuevas formas de
organización del trabajo.
Sin embargo, no hay que creer que los
movimientos sociales constituyen una ruptura total con el pasado,
pues para poder comprenderlos no basta sólo recurrir al momento de
aplicación de las medidas neoliberales, sino que es necesario
integrarlos a la tradición de lucha por reclamos históricos no
resueltos como puede ser la cuestión de la tierra. Es decir, en
lugar de abordarlos en las formas específicas en que llevan adelante
la lucha, es necesario integrarlos en un proceso revolucionario de
larga duración y en la recuperación de viejos reclamos bajo nuevos
contextos.
Los
movimientos sociales nacen entonces como un actor nuevo que emerge de
las novedades socio-económicas y políticas que la realidad plantea
bajo el neoliberalismo. Pero aún cuando adquieren protagonismo y
participan políticamente en un nuevo nivel, es importante no perder
de vista la continuidad y resistencia de otras estructuras populares
de lucha. La presencia mayor o menor de los movimientos sociales en
la realidad política nacional tiene mucho que ver con cómo entra y
sale cada país del neoliberalismo: la existencia previa o no de un
nivel determinado de industrialización, el proceso más o menos
avanzado de desestructuración de esta estructura productiva, el que
se haya dado una dictadura en el país o no, etc.
Neoliberalismo en la Argentina: La
Dictadura (1976-1983)
El 24 de marzo de 1976 significó el
comienzo de una era de terrorismo político y económico. En lo
político-social, la represión arrojó 30 mil desaparecidos e impuso
un férreo disciplinamiento; en lo económico, significó la
instauración del modelo neoliberal.
El golpe estuvo dirigido
a terminar con los ideales de una sociedad más justa y a llevar
adelante una reconversión de la estructura económica del país.
Estos objetivos son complementarios en tanto, como señala Galasso,
la clase dominante “…se ha propuesto reconvertir la economía
argentina y como en toda reestructuración profunda en perjuicio de
las masas populares –al estilo del modelo mitrista de 1862- su
implantación se hace a sangre y fuego para aplastar la resistencia
de las víctimas”3.
La analogía con el mitrismo no es menor. Si a la etapa inaugurada en
1862 se la conoce como “Proceso de Organización Nacional”, la
que comienza con Videla se autodenomina “Proceso de Reorganización
Nacional”.
Por último, hay un tercer factor que
explica el golpe: las ambiciones del imperialismo norteamericano.
EE.UU. finalmente pudo lograr un claro predominio sobre nuestra
economía. Impedido anteriormente por la experiencia peronista, caído
Perón se produjeron inversiones con Frondizi y desnacionalizaciones
con Onganía, pero el gobierno de Lanusse –de tendencia
probritánica- y la vuelta del peronismo constituyeron trabas a su
primacía. De la mano del Ministro de Economía Martínez de Hoz se
produce, ahora sí, el desembarco imperialista yanqui. Él y sus
colaboradores –los “Chicago Boys”- son hombres ligados
estrechamente a la Banca internacional, al FMI y/o a grandes empresas
norteamericanas.
El modelo que impone el neoliberalismo es
el del “crecimiento hacia afuera”, para lo cual el “bajo costo”
argentino (léase, disminución de los salarios) es condición
ineludible.
La actividad financiera, necesaria como
subconjunto dentro de la economía real, pasa a convertirse en un fin
en sí mismo y a incubar a la clase dominante local. Se conforma un
nuevo grupo que engrosa el antiguo bloque oligárquico. Ya no sólo
se trata de recrear el viejo país agroexportador de la oligarquía
tradicional sino que estamos en presencia de un “capitalismo
financiero dependiente” o un “capitalismo especulativo
periférico”. Por todo esto se entiende que el modelo neoliberal es
implementado por, y beneficia a, los grandes grupos financieros
locales e internacionales.
Una característica de este modelo fue el
enorme crecimiento de la deuda externa. Si en una primera etapa
(1976-1983) la deuda sirvió para la especulación financiera y la
fuga de capitales, en un segundo momento (1991-2001) hizo funcionar a
la convertibilidad cubriendo los déficits crónicos fiscales y
externos, pero en ninguno de los casos sirvió para estimular la
actividad productiva. Esta situación de endeudamiento para pagar
deuda llegó a su límite cuando se cortó ese torrente exterior. O
sea que si en 1976 se recurrió a crédito externo sin que se lo
precisara, luego pasó a convertirse en una necesidad intrínseca al
funcionamiento del modelo.
El endeudamiento constituyó, como a lo
largo de toda la historia desde aquel empréstito en 1824, un
instrumento de dominación por tres razones: 1) fue un instrumento
de saqueo por la succión de riquezas; 2) fue una vía de sumisión
semicolonial por la imposición de políticas económicas
expoliadoras a las que nos sometía el FMI, cuyo aval para recibir
créditos era indispensable; 3) sirvió para la instalación y
consolidación de grupos políticos y económicos hegemónicos y
estuvo indisolublemente unida a la corrupción. Por todo esto, se
trató de uno de los mecanismos más importantes que sirvieron para
desmantelar el Estado creado desde 1945 e implantar el nuevo modelo
económico rentístico-financiero.
Para explicar el endeudamiento en la
primera etapa señalada (1976-1983), debemos remarcar que se conjugan
dos factores. Por un lado, la alta liquidez de la banca internacional
por los depósitos de los “petrodólares” en los bancos
norteamericanos y, por otro lado, la avidez de la clase dominante
nativa de hacer negocios financieros evadiendo dinero y fugándolo al
exterior. Es decir que, al igual que lo sucedido al solicitar el
primer empréstito en 1824 (Baring Brothers), el endeudamiento es
producto más de una imposición externa (por la gran liquidez de los
bancos) y un deseo de los grupos financieros locales de especular con
las divisas, que una necesidad real interna de capitales por parte
del país.
Para poder fugar capitales fue necesaria la
sanción de la ley de Entidades Financieras en 1977, que eliminó
todo tipo de regulación del mercado financiero. Así, la deuda
externa empieza su crecimiento exponencial.
Todo esto genera una distorsión en tanto
se vuelcan a la especulación financiera recursos que deberían ir al
sector productivo. Combinado con la apertura económica (disminución
de los aranceles aduaneros en 1977/1978) y el peso sobrevaluado, se
llega a una destrucción de gran parte del aparato productivo
nacional y se facilita la extranjerización de la economía.
En 1980 llega a su fin la etapa de los
“petrodólares” y de las tasas de interés internacionales bajas.
Los bancos empiezan a exigir el pago de los intereses. Se pasa a una
etapa distinta: los bancos tienen que prestar para seguir cobrando,
es decir, la deuda ahora es para pagar más deuda. Este círculo
vicioso lo agrava la estatización de la deuda privada que se hace en
1981 a través de lo que se conoce como los “seguros de cambio”.
Este es un mecanismo financiero mediante el cual las grandes
empresas, endeudadas en dólares, se aseguran cierta cantidad de
dólares para dentro de uno o dos años pero al precio de hoy. La
diferencia entre ambas cotizaciones la cubre el Estado, lo que
origina una enorme transferencia de la deuda privada al erario
público. Las empresas beneficiadas serán las mismas que tiempo
después, asociadas al capital extranjero, se quedarán con las
empresas privatizadas.
Se conforma, entonces, un nuevo sector
dentro del bloque oligárquico que siente reverencia por los sectores
anteriores e incluso se liga matrimonialmente a ellos: Macri,
Techint, Fortabat, Pérez Companc, Bulgheroni, Pescarmona, etc., etc.
Se trata de empresarios nacidos al calor de la Segunda Guerra, que
crecieron bajo el peronismo pero que de burguesía mercadointernista
se convierte durante la dictadura en una burguesía
transnacionalizada, que se sustenta en la exportación y por ello
necesita del “bajo costo argentino”.
Neoliberalismo
en democracia, el Alfonsinismo (1983-1989)
Con el terror instaurado por la dictadura
se debilita la resistencia popular y el neoliberalismo pasa ahora a
aplicarse bajos gobiernos elegidos por el voto. No es que no haya
resistencia, y por lo tanto represión, pero el aspecto más
dictatorial deja su lugar a una democracia formal donde los políticos
tradicionales pasarán a ser instrumentos al servicio de las empresas
trasnacionales.
Durante el alfonsinismo la política de
saqueo continúa. Si hasta 1985 hubo cierto intento de una política
distinta, el inicio del Plan Austral señala el fin de toda
expectativa: la apertura económica, la privatización periférica,
el ajuste en perjuicio de los trabajadores por directivas del FMI, el
Plan Houston para fomentar inversiones extranjeras en petróleo, el
Plan Primavera de 1988, etc. marcan la claudicación del gobierno, lo
que en el plano político se corresponde con la sanción de las leyes
de Obediencia Debida y Punto Final.
El gobierno no puede seguir haciendo frente
a la deuda y cesan los pagos a los bancos extranjeros. Comienzan los
primeros intentos de cobrarse la deuda mediante empresas públicas. A
su vez, se aplica una devaluación pero sin avisar a los “amigos”.
El golpe de mercado y la hiperinflación marcan el fin.
Menemismo
y Delaurrismo (1989-2001)
Todavía el peronismo constituía un
impedimento para la preponderancia absoluta de los Estados Unidos.
Durante el gobierno de Alfonsín, las propuestas privatizadoras
habían sido obstaculizadas por los diputados justicialistas y los 14
paros de la CGT conducida por Ubaldini amenazaban las políticas
antipopulares. Era necesario derrotar al peronismo y a los
trabajadores definitivamente. Las paradojas de la historia hicieron
que la reconversión económica y la destrucción del protagonismo
popular fuera terminada por el propio justicialismo.
¿Cómo explicar semejante traición? La
causa obedece a la traición de una de las columnas de sustentación
del peronismo: la burguesía mercadointernista se trasnacionaliza y
pasa a conducir al movimiento colocando al partido a su servicio.
El disciplinamiento que generó la
hiperinflación allanó el camino para la implementación de
políticas recesivas. El menemismo sanciona la Reforma de Estado
mediante la cual abre el camino a las privatizaciones, acuerda con el
FMI, se establece la convertibilidad sobrevaluando el peso, abre la
economía a los productos importados, etc., etc.
Bajo el gobierno de De la Rúa el modelo
llega a su fin. Los infructuosos intentos del Blindaje Financiero de
Machinea y el “Ajustazo” de López Murphy hacen regresar a
Cavallo al ministerio de Economía. El último intento es el
Megacanje. Pero ante la salida de divisas se implementa el corralito
y la reacción popular alcanza ahora a los sectores de clase media,
que pasan del televisor a la cacerola. El estado de sitio y la
represión caracterizan el final del gobierno.
La
resistencia popular
¿Quiénes fueron los que se opusieron a
las políticas neoliberales en los ´90? Si bien podemos encontrar a
sectores del sindicalismo organizado representados por Hugo Moyano
(MTA, CGT rebelde), también está presente el surgimiento de una
nueva central, la CTA, que nuclea a sindicatos pero también a una
variada gama de organizaciones sociales. Surgen asimismo las
organizaciones piqueteras: son los trabajadores desocupados que no
pueden luchar en el sindicato como antaño y que encuentran en el
territorio barrial un nuevo lugar de resistencia. Ante la
imposibilidad de luchar haciendo huelgas, realizan cortes de ruta.
A estos sectores se les sumó luego la
clase media, que había votado ilusionada a De la Rúa y terminó
desencantada por el corralito.
Emergencia
del Kircherismo (2003-2010)
Hemos visto que los ´70 encontraron a
buena parte de América Latina sumida en dictaduras militares y que
en los ´90 se implementó el neoliberalismo más extremo en todos
los países de la región. Del mismo modo, hoy nuevos vientos
recorren estas tierras. La experiencia argentina liderada por Néstor
y Cristina no es un caso aislado; en toda Latinoamérica hay nuevos
gobiernos nacidos tras el derrumbe neoliberal y que expresan los
intereses de las mayorías populares. Cada uno con su propia
dinámica, con una mayor o menor radicalidad, pero todos buscando
transitar los caminos de la integración latinoamericana. En este
sentido, la derrota del ALCA, el afianzamiento del MERCOSUR, la
creación de UNASUR, son sólo algunos de los avances concretos que
se han hecho en pos de lograr la unidad con la que soñaron San
Martín, Bolívar, Artigas, Felipe Varela, Perón, el Che…
Así, actualmente encontramos al chavismo
en Venezuela, a Evo en Bolivia, a Daniel Ortega en Nicaragua, a Lugo
en Paraguay, al Frente Amplio en Uruguay, a Lula en Brasil, a Correa
en Ecuador, al Frente Farabundo Martí en El Salvador… a los que
podemos sumar la anteriormente solitaria Cuba.
Claro que no todos los países del
continente están en esta misma sintonía. Un claro ejemplo lo
constituye Colombia, fiel aliado norteamericano que ha permitido la
instalación de bases militares en su territorio, lo que constituye
un claro peligro ya que los “marines” no suelen respetar las
fronteras. A su vez, recientemente la derecha neoliberal se ha
impuesto en Chile.
La única garantía para no volver a los
viejos modelos neoliberales parece ser la profundización de los
cambios emprendidos y la movilización y organización popular.
El
kirchnerismo rompe la lógica del modelo neoliberal y comienza a
caminar por la senda de una política nacional y popular.
Respecto a la deuda externa, se verifica
una política de desendeudamiento que reconoce dos hechos
significativos: el canje de deuda que logró una quita histórica
cercana al 70% y el pago al FMI, poniendo fin a sus condicionamientos
y monitoreo constante.
La producción vuelve a estar en el centro
de la actividad económica. Se busca subordinar a la banca y que su
función sea brindar créditos para la reactivación industrial. Sin
lugar a duda, la estatización de las AFJP fue un duro golpe al
sector financiero y permitió recuperar una gran masa del ahorro
argentino para volcarlo al desarrollo nacional. Sin embargo, la no
eliminación de la Ley de Entidades Financieras de 1977 y la negativa
a gravar la renta financiera constituyen una asignatura pendiente que
es necesario abordar para enterrar el viejo modelo neoliberal y
señalan una contradicción del gobierno.
Se discuten salarios luego de muchos años
y comienza a cuestionarse aquella falsa idea de que el salario es la
raíz de la inflación.
Se nacionalizan empresas estratégicas
(Correo, Aguas, Aerolíneas, Fabricaciones de aviones en Córdoba,
AFJP) y el estado vuelve a asumir un rol protagónico, llevando
adelante importantes inversiones en obra pública.
En una cumbre en Mar del Plata se destierra
la amenaza imperialista del ALCA. Se abandona aquello de las
“relaciones carnales” con los Estados Unidos y se retoma la senda
de una política de integración latinoamericana.
A su vez, es importante recalcar la
política de derechos humanos del gobierno, por ejemplo la anulación
de las leyes de la impunidad y el avance de los juicios a represores.
La pelea por la 125 fue de hecho una
disputa alrededor de la Renta Agraria diferencial, que como vimos, es
una problemática que atraviesa la historia argentina en particular
de una manera muy profunda. La forma en que se desarrolló este
conflicto sirvió para deslindar al campo nacional del antinacional.
Existen, sin embargo, limitaciones en el
movimiento nacional y popular. El kirchnerismo avanzó en medidas sin
una estructura política que aglutine al movimiento nacional. Eso
recién se está buscando a partir de los últimos tiempos, pero no
se puede dejar de considerar como una contradicción fundamental
hacia el interior del campo popular que marca ciertas marchas y
contramarchas y limitaciones que es necesario tener en cuenta a la
hora de caracterizar al kirchnerismo.
En el último año (2009) tres nuevas
medidas buscan profundizar el rumbo pese a la derrota electoral del
28 de junio de 2008: la asignación universal por hijo, el Plan
Argentina Trabaja y la sanción de la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual.
1
ARGUMEDO, A., Los
silencios y las voces en América latina. Notas sobre el pensamiento
nacional y popular, Buenos Aires,
Colihue, 2004.
2
CALCAGNO, A. E. y CALCAGNO, E., Argentina. Derrumbe neoliberal y
proyecto nacional, Buenos Aires, Le monde diplomatique, 2003,
15p.
3
GALASSO, N., De la Banca Baring al FMI.
Historia de la deuda externa argentina,
Buenos Aires, Colihue, 2002, 211p.
No hay comentarios:
Publicar un comentario