La masacre de los estudiantes normalistas en Atyozinapa no es un
hecho extraño a la realidad histórica del país, y tiene una causa
predominante: la disolución nacional a que condujo la profundización del
neoliberalismo. El avance incesante de las políticas conservadoras
desde 1994, con la vigencia del Tratado de Libre Comercio del Atlántico
Norte sometió al país de raíces campesinas, indígenas y obreras, en la
más vasta dependencia de su historia respecto de Estados Unidos y el
poder financiero internacional. Esta sumisión contrasta con el rechazo
al Alca en 2005, por lo que no es audaz pensar que algo de lo que ocurre
en México podría haber pasado por esta zona del continente, de haberse
seguido por ese camino.
La inédita y dolorosa violencia narco y
terrorista de los últimos años, es consecuencia del vacío de poder
político provocado por la falta de respuesta ante la destrucción
socioeconómica y su impotencia de ofrecer un programa nacional y
democrático. La sustitución de la autoridad política, en sus diferentes
niveles, por los poderes narcos es expresión de la crisis gravísima de
las economías rurales y locales que se desintegran ante el libre
comercio con el gran país del norte. Lo que es mucho decir en un país
con fuerte presencia campesina. Para peor, el reciente “pacto” entre las
principales fuerzas políticas tuvo como principal motivación respaldar
la subordinación del petróleo al capital extranjero y el apoyo a la
liberalización financiera, mientras la desocupación crece y los bancos
fugan divisas sin control en un mercado interno que se achica. Y ahora,
en el Guerrero Bronco (como dice un conocido libro de Armando Bartra),
reaparece la violencia local contra cualquier aire de rebelión
agrarista, presente y futura. Otra cuestión poca recalcada es el dato
que Lucio Cabañas, el conocido guerrillero, era también maestro rural
recibido de Ayotzinapa, por lo que se enlaza con la memoria histórica de
las luchas agraristas por la tierra.
El panorama ha enervado el
poderoso sentimiento nacional de los mexicanos, con raíces en una
historia que cuenta con una revolución social en el primer cuarto del
siglo XX. Las movilizaciones populares recientes demuestran que su
pueblo está vivo e indignado, pero éste necesita darse una
representación política y un programa, justo cuando el sexenio del PRI
recién ha empezado. El desafío es enorme y la frustración de la
experiencia del 132 o incluso de la fallida proyección de López Obrador,
son fantasmas a la hora de la organización. México preocupa a
cualquiera de corazón latinoamericano. La defensa de la soberanía
económica y de las normas más básicas de la democracia, a esta altura,
es un acto urgente de defensa propia para evitar el rumbo al precipicio.
Foto: La Jornada/Fisgón.
17 de noviembre de 2014. JA
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