Una
vez declarada la independencia de las Provincias Unidas del Sud, el 9
de julio de 1816, se inició el debate sobre la forma de gobierno que
adoptaría el nuevo Estado. No existía acuerdo sobre cómo debía
ser la organización jurídica institucional. En el Congreso de
Tucumán, Manuel Belgrano, si bien no era congresista, fue invitado
especialmente para que contase su experiencia en Europa cuando viajó
en la misión diplomática. Belgrano cuenta que “el Congreso me
llamó a una sesión secreta y me hizo varias preguntas. Yo hablé,
me exalté, lloré e hice llorar a todos al considerar la situación
infeliz del país. Les hablé de la monarquía constitucional con la
representación de la casa de los Incas: todos adoptaron la idea”.
(Memorias de Belgrano).
Belgrano
intentó conjugar un proyecto político que se adecuara a la
situación internacional pero que también respondiera a las
necesidades de las nacientes naciones. El principal objetivo del
proyecto era crear un gran Estado Americano, reconciliando la
revolución porteña con Europa y principalmente con su ámbito
americano, que transformaría definitivamente la revolución
municipal en un movimiento de vocación continental, brindando un
proyecto económico, político y social alternativo al que
establecían las clases portuarias. Pero la burguesía comercial
porteña rechazó terminantemente este proyecto. Las razones eran de
diferente índole: culturales, por el rechazo a lo americano y la
admiración a la cultura europea y políticas, por atentar contra el
centralismo porteño. La prensa porteña tomó el proyecto en forma
irónica y realizó diversas bromas, sugiriendo que el Inca era un
indio viejo borracho olvidado en alguna pulpería altoperuana.
El diputado
porteño Tomás Manuel Anchorena fue quien levantó la voz como
representante del grupo opositor, contando la reacción cuando
escucharon esta propuesta: “Nos quedamos atónitos con lo ridículo
y extravagante de la idea, pero viendo que el general insistía en
ella y que obtenía el apoyo de muchos congresales debimos callar y
disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento”
(Carta de Tomás de Anchorena a Juan Manuel de Rosas del 4/12/1846.).
Más tarde afirma que no le molesta el proyecto monárquico sino que
“se piense en un monarca de las casta de chocolates, cuya persona
si existía probablemente había que sacarla cubierta de andrajos de
alguna chichería para colocarla en el elevado trono de un monarca”
(Carta de Tomás de Anchorena a Juan Manuel de Rosas). Los diputados
porteños ganaron tiempo, aduciendo la necesidad de discutir el
proyecto públicamente en sesiones extraordinarias.
La crítica
de Buenos Aires estaba basada en la ausencia de un candidato apto
para ser coronado. Estas críticas eran infundadas, pues había
varios candidatos posibles. Uno de ellos era don Dionisio Inca
Yupanqui, nacido en Cuzco y educado en España. Hombre con
experiencia militar e ideológica semejante a las de San Martín,
coronel de un regimiento de Dragones de España y diputado de las
Cortes de Cádiz en 1812. En estas se destaca por la lucha de la
igualdad de los americanos españoles e indígenas con los
metropolitanos, defendiendo principios democráticos de avanzada,
tales como “Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”.
Otro candidato era el hermano de José Gabriel Túpac Amaru, Juan
Bautista Túpac Amaru, que había participado activamente en la
sublevación que encabezará su hermano, motivo por el cual había
estado en prisión en España.
Pero frente
a la resistencia porteña, el proyecto quedó sin aplicación y una
vez que se decidió el traslado del Congreso a Buenos Aires, desde
donde gobernaría el Director Supremo, fue directamente desechado.
Así el proyecto político de Manuel Belgrano de instituir una
monarquía inca, será resignificado por el poder de la elite
portuaria de Buenos Aires como una anécdota de color, como hecho
olvidado y secundario de nuestro héroe, quien quedará enredado para
siempre en una bandera de la cual no podrá salir jamás.
El
Cronista del Bicentenario y Formarnos (UNLa)
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