viernes, 8 de julio de 2016

La patria grande, entre cumbre y barrancos (2015)



Las cumbres de las Américas han sido caja de resonancia de la principal problemática que recorre la historia de nuestra América desde los tiempos de las luchas por la emancipación: la cuestión pendiente de la unidad latinoamericana. La primera Cumbre tuvo lugar emblemáticamente en Miami en 1994, con la intención de implementar el área de libre comercio sobre todo el continente, pero los tiempos cambiaron y la historia tuvo un giro cuando en la Cumbre de 2005 de Mar del Plata con la disputa entre los mandatarios Chávez, Kirchner y Lula, de un lado, y Bush del otro, se rechazó el ALCA. La última Cumbre de Panamá estuvo marcada por el regreso de Cuba, el chisporroteo verbal y la calidad de sus discursos a favor la autonomía regional de los líderes nacionales más importantes.
La estrategia de avanzar en la formación de una voluntad común de nuestros países, base para el ejercicio de la soberanía latinoamericana, ha cristalizado además en la creación de la Unasur (2008) y la Celac (2010) -Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños-. Manuel Ugarte, uno de los más profundos pensadores de nuestra América, explicaba a principio del siglo XX una de las claves latinoamericanas cuando decía que "a todos estos países no los separa ningún antagonismo fundamental. Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de todo, más unidad que muchas naciones de Europa…Sólo los Estados Unidos del Sur pueden contrabalancear en fuerza a los del Norte. Y esa unificación no es un sueño imposible.” La Celac no son los Estados Unidos del Sur que soñaba Ugarte pero reúne a 33 países latinoamericanos con una población de 600 millones de habitantes y 20 millones cuadrados de un territorio rico en recursos naturales, alimentos y una gran fuerza de trabajo; todo lo cual, bajo una planificación conjunta y estratégica, podría converger en una futura voluntad política unificadora que lleve adelante una política de igualdad social y bienestar para todos.
En 1953, mientras el gobierno argentino intentaba acuerdos de integración con los de Brasil de Getulio Vargas, y de Chile de Ibañez del Campo, el presidente Perón anunciaba una de las más poderosas razones geopolíticas para esa unidad latinoamericana: si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista” por parte de los países superpoblados y superindustrializados que no disponen de alimentos ni de materia prima para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y nuestras necesidades”. Por eso, decía Perón, es un imperativo realizar la unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida y una defensa en común”.
Las formas imperialistas
Hasta no hace mucho nos alertábamos sobre la posible recolonización del continente por parte de los EUA, a partir de la instalación de diversas bases militares en puntos geográficos estratégicos, las cruzadas antidrogas como una suerte de nueva doctrina de seguridad regional y la insistencia con los lineamientos del Consenso de Washington. Si bien el ALCA fue rechazado, las pretensiones de EUA por establecer áreas de libre comercio persisten de modo cada vez más fuertes, lo que nos obliga a recordar aquello que señalaba Vivian Trías sobre la las diferentes estrategias de dominación. Para este político y pensador uruguayo el dominio de los EUA en la región se hizo con la consigna de integrar para reinar, al contrario que Gran Bretaña y su táctica divisionista en el siglo anterior que impulsó la balcanización de nuestros países tras la emancipación frente a los realistas. Del panamericanismo a la Alianza para el Progreso, hasta los actuales acuerdos de libre comercio entre EUA y los países de la cuenca del Pacífico. Estos son una muestra del avance en esa dirección de la política imperial y, muy especialmente lo es en el caso de México, sometido al libre comercio desde 1994 con el NAFTA y víctima de la violencia del narcotráfico, factor disolvente de cualquier nación. El imperialismo está vigente y se proyecta hacia el siglo XXI. La estrategia de dominación sigue siendo unificar bajo la liberalización comercial y financiera, con el dominio del capital especulativo transnacional.
El proceso de unificación regional transita entonces un camino sinuoso, entre cumbres y barrancos, entre el potencial emancipador de nuestra América y la regresión conservadora. ¿Es posible avanzar firmemente en el camino de la unidad latinoamericana sin cuestionar y superar las relaciones de propiedad y producción capitalistas? ¿O brindar una alternativa a la debacle humanitaria a la que conduce el capitalismo global como modelo de civilización, en donde se llega a proponer una solución militar a la muerte masiva de decenas de miles de migrantes africanos?
Las formas de la Patria Grande
Más allá de que unos gobiernos proclaman el capitalismo nacional y otros el socialismo o vías alternativas al capitalismo, la alianza geopolítica regional es el hecho político más importante de la última década sobre el cual sus proyectos nacionales se tornan sustentables. En algunos casos, asumen expresamente un carácter antiimperialista –nacionalización de servicios públicos, recursos naturales y áreas centrales de la economía-, como en Bolivia y Ecuador y, por supuesto, Venezuela, dándole aliento a lo que habían señalado Lenin y Trotsky casi cien años atrás y en otra parte del mundo, cuando afirmaban que la contradicción principal del capitalismo se había trasladado desde el interior de los países centrales hacia la relación de los periféricos con las potencias dominantes. En Venezuela, justamente, vale destacar el importante antecedente del Supremo Tribunal de Justicia que, mediante la sentencia nro. 100 del 20 de febrero de 2015 declaró que la denominada Ley para la defensa de los derechos humanos y la sociedad civil en Venezuela 2014” del gobierno de los Estados Unidos, es absolutamente nula porque viola los derechos de los pueblos a la soberanía, a la independencia, a la libre determinación, a la igualdad, a la justicia y a la paz”. De paso, repudió cualquier forma de imperialismo, al que definió como actitud o doctrina de quienes propugnan o practican la extensión del dominio de un país sobre otro u otros por medio de la fuerza militar, económica o política”. ¿Opinaría lo mismo nuestra Corte Suprema ante una situación similar?
En fin, la cuestión de la unidad latinoamericana es el gran problema político de nuestra historia porque pone de relieve el problema de la dependencia de nuestros países respecto de las potencias extranjeras, especialmente de los Estados Unidos. La certeza que solo con la concreción de la Patria Grande -la unidad latinoamericana- es posible realizar las mayores reivindicaciones democráticas y de igualdad social, es la clave de comprensión de la situación actual de nuestros países. Para nosotros, los latinoamericanos, el contenido del ejercicio de la autodeterminación de los pueblos es el derecho a unirse para, como dicen los jueces venezolanos, vivir con igualdad, justicia y paz.
JA
Señales Populares, Abril, 2015

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