Las
cumbres de las Américas han sido caja de resonancia de la principal
problemática que recorre la historia de nuestra América desde los
tiempos de las luchas por la emancipación: la cuestión pendiente de
la unidad latinoamericana. La primera Cumbre tuvo lugar
emblemáticamente en Miami en 1994, con la intención de implementar
el área de libre comercio sobre todo el continente, pero los tiempos
cambiaron y la historia tuvo un giro cuando en la Cumbre de 2005 de
Mar del Plata con la disputa entre los mandatarios Chávez, Kirchner
y Lula, de un lado, y Bush del otro, se rechazó el ALCA. La última
Cumbre de Panamá estuvo marcada por el regreso de Cuba, el
chisporroteo verbal y la calidad de sus discursos a favor la
autonomía regional de los líderes nacionales más importantes.
La
estrategia de avanzar en la formación de una voluntad común de
nuestros países, base para el ejercicio de la soberanía
latinoamericana, ha cristalizado además en la creación de la Unasur
(2008) y la Celac (2010) -Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños-. Manuel Ugarte, uno de los más profundos pensadores de
nuestra América, explicaba a principio del siglo XX una de las
claves latinoamericanas cuando decía que "a
todos estos países no los separa ningún antagonismo fundamental.
Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de todo, más unidad
que muchas naciones de Europa…Sólo los Estados Unidos del Sur
pueden contrabalancear en fuerza a los del Norte. Y esa unificación
no es un sueño imposible.” La
Celac no son los Estados Unidos del Sur que soñaba Ugarte pero reúne
a 33 países latinoamericanos con una población de 600 millones de
habitantes y 20 millones cuadrados de un territorio rico en recursos
naturales, alimentos y una gran fuerza de trabajo; todo lo cual, bajo
una planificación conjunta y estratégica, podría converger en una
futura voluntad política unificadora que lleve adelante una política
de igualdad social y bienestar para todos.
En
1953, mientras el gobierno argentino intentaba acuerdos de
integración con los de Brasil de Getulio Vargas, y de Chile de
Ibañez del Campo, el presidente Perón anunciaba una de las más
poderosas razones geopolíticas para esa unidad latinoamericana: “si
subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano
podríamos ser territorio de conquista” por
parte de “los
países superpoblados y superindustrializados que no disponen de
alimentos ni de materia prima para despojarnos de los elementos de
que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población
y nuestras necesidades”.
Por eso, decía Perón, es un imperativo realizar la “unión
real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida y una
defensa en común”.
Las
formas imperialistas
Hasta
no hace mucho nos alertábamos sobre la posible recolonización del
continente por parte de los EUA, a partir de la instalación de
diversas bases militares en puntos geográficos estratégicos, las
cruzadas antidrogas como una suerte de nueva doctrina de seguridad
regional y la insistencia con los lineamientos del Consenso de
Washington. Si bien el ALCA fue rechazado, las pretensiones de EUA
por establecer áreas de libre comercio persisten de modo cada vez
más fuertes, lo que nos obliga a recordar aquello que señalaba
Vivian Trías sobre la las diferentes estrategias de dominación.
Para este político y pensador uruguayo el dominio de los EUA en la
región se hizo con la consigna de integrar para reinar, al contrario
que Gran Bretaña y su táctica divisionista en el siglo anterior que
impulsó la balcanización de nuestros países tras la emancipación
frente a los realistas. Del panamericanismo a la Alianza para el
Progreso, hasta los actuales acuerdos de libre comercio entre EUA y
los países de la cuenca del Pacífico. Estos son una muestra del
avance en esa dirección de la política imperial y, muy
especialmente lo es en el caso de México, sometido al libre comercio
desde 1994 con el NAFTA y víctima de la violencia del narcotráfico,
factor disolvente de cualquier nación. El imperialismo está vigente
y se proyecta hacia el siglo XXI. La estrategia de dominación sigue
siendo unificar bajo la liberalización comercial y financiera, con
el dominio del capital especulativo transnacional.
El
proceso de unificación regional transita entonces un camino sinuoso,
entre cumbres y barrancos, entre el potencial emancipador de nuestra
América y la regresión conservadora. ¿Es posible avanzar
firmemente en el camino de la unidad latinoamericana sin cuestionar y
superar las relaciones de propiedad y producción capitalistas? ¿O
brindar una alternativa a la debacle humanitaria a la que conduce el
capitalismo global como modelo de civilización, en donde se llega a
proponer una solución militar a la muerte masiva de decenas de miles
de migrantes africanos?
Las
formas de la Patria Grande
Más
allá de que unos gobiernos proclaman el capitalismo nacional y otros
el socialismo o vías alternativas al capitalismo, la alianza
geopolítica regional es el hecho político más importante de la
última década sobre el cual sus proyectos nacionales se tornan
sustentables. En algunos casos, asumen expresamente un carácter
antiimperialista –nacionalización de servicios públicos, recursos
naturales y áreas centrales de la economía-, como en Bolivia y
Ecuador y, por supuesto, Venezuela, dándole aliento a lo que habían
señalado Lenin y Trotsky casi cien años atrás y en otra parte del
mundo, cuando afirmaban que la contradicción principal del
capitalismo se había trasladado desde el interior de los países
centrales hacia la relación de los periféricos con las potencias
dominantes. En Venezuela, justamente, vale destacar el importante
antecedente del Supremo Tribunal de Justicia que, mediante la
sentencia nro. 100 del 20 de febrero de 2015 declaró que la
denominada “Ley
para la defensa de los derechos humanos y la sociedad civil en
Venezuela 2014” del
gobierno de los Estados Unidos, es absolutamente nula porque viola
“los
derechos de los pueblos a la soberanía, a la independencia, a la
libre determinación, a la igualdad, a la justicia y a la paz”.
De paso, repudió cualquier forma de imperialismo, al que definió
como “actitud
o doctrina de quienes propugnan o practican la extensión del dominio
de un país sobre otro u otros por medio de la fuerza militar,
económica o política”.
¿Opinaría lo mismo nuestra Corte Suprema ante una situación
similar?
En
fin, la cuestión de la unidad latinoamericana es el gran problema
político de nuestra historia porque pone de relieve el problema de
la dependencia de nuestros países respecto de las potencias
extranjeras, especialmente de los Estados Unidos. La certeza que solo
con la concreción de la Patria Grande -la unidad latinoamericana- es
posible realizar las mayores reivindicaciones democráticas y de
igualdad social, es la clave de comprensión de la situación actual
de nuestros países. Para nosotros, los latinoamericanos, el
contenido del ejercicio de la autodeterminación de los pueblos es el
derecho a unirse para, como dicen los jueces venezolanos, vivir con
igualdad, justicia y paz.
JA
Señales
Populares, Abril, 2015
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