El debate
acerca de la posibilidad de apostar por una burguesía nacional se
justifica a partir de la reindustrialización del país y el
crecimiento del mercado interno de la última década. En los países
ya industrializados (Europa, Estados Unidos), el desarrollo
capitalista ha sido históricamente impulsado por una burguesía
manufacturera, emprendedora y competitiva, que unificó y conquistó
el mercado interno. Es una cuestión de raíz histórica porque los
países industrializados han estado siempre interesados en la
primarización de las economías de los países oprimidos para
sostener su dominio económico. Por eso, en los países
latinoamericanos el desarrollo de una industria nacional es clave
para sostener una política de liberación nacional y social, que
implique la ruptura con ese lugar de sumisión y atraso que nos
impone la división internacional del trabajo del capitalismo global
imperialista. “Tenemos industria luego nuestra Nación
existe”, decía Scalabrini Ortiz para explicar la vinculación
entre industrialización del país y liberación nacional. El
peronismo del 45 impulsó fuertemente la soberanía económica y el
desarrollo industrial nacional, pero el empresariado local
beneficiario de esa política en el 55 se puso del lado de los
golpistas. Su vocación por ser patrones y el miedo al movimiento
obrero fueron más fuertes que una débil conciencia nacional. Lo
mismo ocurrió en 1974 con la caída del pacto social de Gelbard. La
dictadura cívico militar de 1976 con su plan de liberalización y
represión planificada por vía del terrorismo, destruyó el aparato
productivo, persiguió al sindicalismo más combativo, y dio inicio
al ciclo de la especulación financiera, mientras los industriales
locales se dedicaban a vender sus activos al extranjeros y fugar
capitales. El kirchnerismo impulsó nuevamente el ciclo
productivista.
A diferencia
de 1945 y 1974, en la actualidad hay un predominio en la cúpula
empresarial del capital concentrado y extranjero. En efecto, el
mercado nacional está mayormente controlado por un bloque
empresarial integrado por capitales extranjero vinculado al mundo
financiero internacional, donde están desde los supermercados y las
cerealeras exportadoras, hasta multinaciones como Techint, Bayer o
General Motor. Mientras, el empresariado local es débil y no puede
desarrollarse en forma autónoma de estos grupos poderosos, aunque
registre mayores niveles de inversión y de empleo, por lo que tengan
o no conciencia nacional, se les dificulta consolidarse como
burguesía. Este panorama muestra límites estructurales para un
proyecto de capitalismo nacional, más cuando la evolución del
capitalismo mundial parece ser contraria a la construcción de
capitalismos nacionales. La existencia de grandes capitales
financieros ha superado a los monopolios típicos de la concentración
de capital de mediados del siglo XX, simples juegos al lado de
aquellos. Ahora sus amenazas son con armas propias de una guerra
económica, con el poder de fuego suficiente como para destruir
mercados internos en base a su ingreso o egreso masivo con fines
especulativos.
Entonces,
¿cuál es la viabilidad de realizar un proceso de acumulación de
capital suficiente para desarrollar completamente la industria
pesada, en el contexto de una estructura económica concentrada y
extranjerizada? ¿Cómo evitar la descapitalización propia de la
fuga de capitales y de utilidades? ¿Cómo evitar tener que recurrir
a las inversiones extranjeras (la IED) sin el riesgo de consolidar
más la dependencia económica? ¿Cómo realizar relaciones
capitalistas con una burguesía impotente y débil?
¿Cuál es el rol del Estado: regular el accionar de las
corporaciones que tienen el protagonismo del proceso productivo o
asumir por su propia cuenta la conducción del mismo? Las respuestas
ensayadas abren caminos en donde asoman la vía desarrollista o
nacional burguesa de un lado, y la nacional popular y la posibilidad
de un capitalismo de estado (y la utopía del socialismo
latinoamericano), por otro.
Esta
encrucijada explicaría algunas de las contradicciones que aparecen
en enunciados tales como nacionalizar no es estatizar o en el
insistente rechazo a un estado empresario, mientras a la vez se
reivindica la recuperación del sistema previsional y el control
público de YPF como medidas centrales.
Ante la
ausencia de una “burguesía con conciencia nacional”, solo el
Estado puede sustentar su política industrial y de desarrollo
productivo con soberanía económica y justicia social. De
ahí los variados reclamos de nacionalizar el comercio exterior, los
depósitos bancarios, la creación de mercados populares
alternativos, la ampliación masiva del circuito de la economía
popular, la recuperación de una siderurgia estatal, etc. Es la
búsqueda de las ideas adecuadas para enfrentar el dilema de hierro
como decía Hernández Arregui: o nos convertimos en una Nación o
somos una factoría para las potencias mundiales.
JA, marzo de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario