viernes, 8 de julio de 2016

¿Es posible una burguesía nacional? (2014)


El debate acerca de la posibilidad de apostar por una burguesía nacional se justifica a partir de la reindustrialización del país y el crecimiento del mercado interno de la última década. En los países ya industrializados (Europa, Estados Unidos), el desarrollo capitalista ha sido históricamente impulsado por una burguesía manufacturera, emprendedora y competitiva, que unificó y conquistó el mercado interno. Es una cuestión de raíz histórica porque los países industrializados han estado siempre interesados en la primarización de las economías de los países oprimidos para sostener su dominio económico. Por eso, en los países latinoamericanos el desarrollo de una industria nacional es clave para sostener una política de liberación nacional y social, que implique la ruptura con ese lugar de sumisión y atraso que nos impone la división internacional del trabajo del capitalismo global imperialista. “Tenemos industria luego nuestra Nación existe”, decía Scalabrini Ortiz para explicar la vinculación entre industrialización del país y liberación nacional. El peronismo del 45 impulsó fuertemente la soberanía económica y el desarrollo industrial nacional, pero el empresariado local beneficiario de esa política en el 55 se puso del lado de los golpistas. Su vocación por ser patrones y el miedo al movimiento obrero fueron más fuertes que una débil conciencia nacional. Lo mismo ocurrió en 1974 con la caída del pacto social de Gelbard. La dictadura cívico militar de 1976 con su plan de liberalización y represión planificada por vía del terrorismo, destruyó el aparato productivo, persiguió al sindicalismo más combativo, y dio inicio al ciclo de la especulación financiera, mientras los industriales locales se dedicaban a vender sus activos al extranjeros y fugar capitales. El kirchnerismo impulsó nuevamente el ciclo productivista.

A diferencia de 1945 y 1974, en la actualidad hay un predominio en la cúpula empresarial del capital concentrado y extranjero. En efecto, el mercado nacional está mayormente controlado por un bloque empresarial integrado por capitales extranjero vinculado al mundo financiero internacional, donde están desde los supermercados y las cerealeras exportadoras, hasta multinaciones como Techint, Bayer o General Motor. Mientras, el empresariado local es débil y no puede desarrollarse en forma autónoma de estos grupos poderosos, aunque registre mayores niveles de inversión y de empleo, por lo que tengan o no conciencia nacional, se les dificulta consolidarse como burguesía. Este panorama muestra límites estructurales para un proyecto de capitalismo nacional, más cuando la evolución del capitalismo mundial parece ser contraria a la construcción de capitalismos nacionales. La existencia de grandes capitales financieros ha superado a los monopolios típicos de la concentración de capital de mediados del siglo XX, simples juegos al lado de aquellos. Ahora sus amenazas son con armas propias de una guerra económica, con el poder de fuego suficiente como para destruir mercados internos en base a su ingreso o egreso masivo con fines especulativos.

Entonces, ¿cuál es la viabilidad de realizar un proceso de acumulación de capital suficiente para desarrollar completamente la industria pesada, en el contexto de una estructura económica concentrada y extranjerizada? ¿Cómo evitar la descapitalización propia de la fuga de capitales y de utilidades? ¿Cómo evitar tener que recurrir a las inversiones extranjeras (la IED) sin el riesgo de consolidar más la dependencia económica? ¿Cómo realizar relaciones capitalistas con una burguesía impotente y débil? ¿Cuál es el rol del Estado: regular el accionar de las corporaciones que tienen el protagonismo del proceso productivo o asumir por su propia cuenta la conducción del mismo? Las respuestas ensayadas abren caminos en donde asoman la vía desarrollista o nacional burguesa de un lado, y la nacional popular y la posibilidad de un capitalismo de estado (y la utopía del socialismo latinoamericano), por otro.
Esta encrucijada explicaría algunas de las contradicciones que aparecen en enunciados tales como nacionalizar no es estatizar o en el insistente rechazo a un estado empresario, mientras a la vez se reivindica la recuperación del sistema previsional y el control público de YPF como medidas centrales.
Ante la ausencia de una “burguesía con conciencia nacional”, solo el Estado puede sustentar su política industrial y de desarrollo productivo con soberanía económica y justicia social. De ahí los variados reclamos de nacionalizar el comercio exterior, los depósitos bancarios, la creación de mercados populares alternativos, la ampliación masiva del circuito de la economía popular, la recuperación de una siderurgia estatal, etc. Es la búsqueda de las ideas adecuadas para enfrentar el dilema de hierro como decía Hernández Arregui: o nos convertimos en una Nación o somos una factoría para las potencias mundiales.

JA, marzo de 2014.

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