jueves, 7 de julio de 2016

Jauretche, un breve retrato


Arturo Jauretche fue, por sobre todo, un político escritor. Fue político porque militó en las filas yirgoyenistas de FORJA en la década infame, se alió a Perón a partir del ’43 acercándole los cuadernos de FORJA en donde escribía Scalabrini Ortiz, cumpliendo el importante rol de nexo entre un movimiento nacional que ya no existía y el otro que irrumpí en la escena política, fue director del Banco de la Provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Domingo Mercante, fue hombre de la resistencia peronista y militó en la causa nacional popular hasta su fallecimiento el 25 de mayo de 1974, entreverándose en inigualables polémicas con los representantes del liberalismo conservador. Fue escritor con las obras Ejército y Política, Política nacional y revisionismo histórico, Plan Prebisch: el retorno al coloniaje, y tal vez su obras de mayor envergadura, Los profetas del odio (y la yapa), El medio pelo en la sociedad argentina y Manual de zonceras, entre otras de notable valor por su profundidad y acierto.
Cuando alguna vez a Jauretche le preguntaron como quisiera que lo recordaran, él dijo que como alguien que pensaba en nacional antes que un intelectual. Así denunciaba la falta de compromiso con los problemas nacionales de gran parte de la intelectualidad argentina que, por deslumbrarse con lo europeo, descuidaba hasta el punto de ser funcional a los proyectos conservadores.
Todo su pensamiento está guiado por un principio regulador –epistemológico, diría un cientista social- resumido en la frase “hay que volver a la realidad”. Mirar al país desde los hechos y no desde las ideas que es el modo de fugarse de la realidad al suplantarla por la ideología civilizada. Se trata, entonces, de “pensar en nacional”.
El colonialismo pedagógico impide ver al país con ojos propios, lo que lleva necesariamente a desvalorizar todo lo nativo y nacional, frente a todo lo importado y extranjero. Esto nos pasa hoy a los argentinos, cuando vemos que al país real que avanza y está en movimiento se lo quiere ocultar con un “país virtual” que se construye desde los medios de comunicación tradicionales y hegemónicos, y que es tan catastrófico como la fuerza del prejuicio. La Patria, para el pensamiento oligárquico hegemónico es un sistema institucional, una forma política, “una idea abstracta, que unas veces toma el nombre de civilización, otras el de libertad, otras el de democracia”.
El sistema de zonceras es expresión de esa pedagogía colonial, cuya zoncera madre es la falsa dicotomía entre el supuesto mundo civilizado y la barbarie nativa (“¡los cabecitas negras!”), de donde se desprenden otras como la auto denigración (“¡qué país de mierda!”) o que el mal que aqueja a la Argentina es la extensión cuya creencia imposibilitaría cualquier geopolítica nacional. Como otros, esa falsa disyuntiva de civilización o barbarie ha sido la clave de la cultura colonizada de nuestro país, la zoncera madre porque “parió a todas” las demás, que se ha venido reactualizando en cada época porque la clase dominante la necesita para asegurar sus políticas de predominio. La pedagogía colonial como aspecto central de la dominación social de los sectores poderosos, ha motivado la preocupación de otros autores de otro tiempo y lugar como el caso de Antonio Gramsci, quien veía al campo de la cultura un lugar de lucha de posiciones para lograr la hegemonía. Que en el campo universitario se haya leído primero a Gramsci antes que a Jauretche, es también una muestra de las dificultades para acceder a nuestros pensadores. O que los aparatos ideológicos del Estado, según Althusser, hayan sido leídos primero que la crítica demoledora de Jauretche a los programas escolares y la diatriba de los grandes diarios, también forma parte de una academia y cultura ilustrada un tanto desorientada.
Jauretche predicaba con firmeza: “Descubrir las zonceras que llevamos dentro es un acto de liberación”, y con esto se adelantaba no solo a la llegada a la Argentina de Gramsci, sino también a la de Foucault. A los deslumbrados les preguntaba “¿para qué pierden el tiempo en criticar la sociedad de consumo cuando en la Argentina se consume cada vez menos?, ¿para qué discuten la ley de divorcio si el gran problema de las multitudes argentinas es casarse y el otro gran problema es el de los hijos con apellido materno?”.
Para pensar en nacional es necesario revisar la historia oficial. Jauretche lo expresaba a su manera: “la política es la historia del presente como la historia es la política del pasado”. Los auténticos protagonistas de nuestra historia son las masas populares (“los criollos alegres”, les decía), que luchan por construir un país que sea de todos, superando al elitista creado por los sectores ilustrados y de la oligarquía. La historia escrita por el liberalismo conservador expresado en el mitrismo, le ha negado esa condición protagónica a los sectores populares. De ahí que sea fundamental conocer nuestro pasado a partir de la revisión de la historia oficial, como conciencia de nuestra realidad presente y orientación colectiva para el futuro. Su crítica se dirige contra la derecha oligárquica como a la izquierda liberal representada esencialmente en el Partido Socialista y en el Partido Comunista, en la medida en que también éstos aceptan acríticamente la historiografía liberal conservadora del mitrismo y parten del mismo supuesto “zonzo” de denigración de lo nacional. Esta condición de respeto por los mitos de la historia oficial pese a sostener una prédica izquierdista, le valió el mote de mitro marxismo.
Palabras como vendepatria, cipayo, oligarquía, tilingo, snob, guarango, zonceras y colonialismo cultural, se incorporaron al vocabulario político nacional con Jauretche, pero no desde la perspectiva de alguna moda intelectual pasajera, sino desde la fuerza de la originalidad que significa ponerle nombre a fenómenos y situaciones sociales propias de nuestro país.
Hay que dejar de ser sonso, y para ello hay que criticarse: “soy apenas un sonso avivado”, decía Jauretche de si mismo. “Hay que desaprender todo lo malo para después empezar a aprender lo bueno”. Es la crítica al pensamiento argentino pero que “no le sirve al país”. O dicho de otro modo, a su modo: “Lo nacional es lo universal visto por nosotros”, o “no se trata de incorporarnos a la civilización colonialmente, sino de que la civilización se incorpore a nosotros, para asimilarla y madurarla con nuestra propia particularidad”.
Durante la segunda guerra mundial defendió y fundamentó la neutralidad ante el enfrentamiento entre los imperios capitalistas, y sostuvo que la auténtica defensa de la libertad y la democracia era la lucha por la liberación de nuestro país semicolonial del sometimiento británico. Esta posición era coincidente con la que asumía, en el barrio de Coyoacán de Méjico, León Trotsky, quien a su vez defendía la política nacionalista y agrarista del entonces presidente Lázaro Cárdenas. Como decía Jauretche, “los pueblos aman la libertad, pero exigen que su primera manifestación, la primaria, sea la de la libertad nacional, que es la condición previa de sus otras libertades”. El derecho a la libertad individual, de raíz liberal economicista, se convierte en derecho a la libertad de raigambre colectiva, por lo que abandona el campo de la abstracción jurídica para convertirse en una categoría de filosofía política que responde a una necesidad histórica. Su programa antiimperialista puede resumirse en la posición de FORJA: “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”.
La figura de Jauretche pone en tela de juicio el lugar del intelectual argentino. Algunos les criticaban que no era historiador, ni economista ni sociólogo, y él les contestaba: “Ni intelectual, apenas un paisano que mira las cosas de su patria con ojos argentinos y desde la vereda de las multitudes, ayer yrigoyenistas, después peronistas”. Pero nosotros sabemos que Jauretche era todo eso junto porque en definitiva era un pensador nacional.
Javier Azzali, 2010.

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