jueves, 7 de julio de 2016

A 32 AÑOS DEL GOLPE, POR LA UNIDAD LATINOAMERICANA, LA BATALLA DE IDEAS Y EL MOVIMIENTO NACIONAL


Para nuestro pueblo, el 24 de marzo es la fecha de recordatorio del inicio de la dictadura cívico militar en 1976, y de un modelo económico y político de dependencia al que todavía hoy es necesario terminar de desarmar totalmente. Para aquel año, la sombra del proyecto de recolonización por parte de Estados Unidos se cernía sobre la región sudamericana, y oscurecía los anhelos de progreso social y liberación de sus pueblos. En 1973, el golpe de Pinochet en Chile; en 1972, la bordaberrización y el golpe posterior en Uruguay, la caída de Velazco Alvarado en Perú, la asunción del golpista Banzer en Bolivia; años antes había caído Brasil en una cruenta dictadura y se mantendría así muchos más, la que se sumaba a la del Paraguay de Stroessner. Nuestra Argentina fue el último país en caer en manos de un modelo de sociedad que se impuso al servicio justamente de aquella dominación continental. Las dictaduras en el cono sur en los setenta fue el corolario no querido de un largo proceso de luchas y resistencias de parte los movimientos nacionales latinoamericanos frente a las alianzas estratégicas entre las oligarquías locales y la voluntad imperial de los Estados Unidos. El derrocamiento de Juan Perón en 1955, y la larga posterior proscripción del peronismo, abrió paso en nuestro país al liberalismo económico y a un modelo de dependencia del capital extranjero, con base en el compromiso y presión que significaba el ingreso al Fondo Monetario Internacional y la sumisión a la Organización de Estados Americanos y la Junta de Defensa, hegemonizadas por el gran país del norte. 
Así, en 1976 en nuestro país, con el nombre de Proceso de Reorganización Nacional se instauró una sangrienta dictadura que tuvo dos facetas: 1) la implementación del terrorismo de estado, y 2) la desnacionalización de la economía, su entrega a los capitales transnacionales y el sobreendeudamiento externo. Lo primero fue la condición que hizo posible lo segundo, al llevar a cabo una planificada política de secuestro, tortura y muerte sobre toda la sociedad, pero especialmente sobre la clase trabajadora. Como en el caso de la militarización de las fábricas (Ford, Mercedes Benz, entre otras), la desaparición forzada de delegados sindicales y la supresión de las comisiones internas, la división del país en un obsesivo cuadriculado de zonas y subzonas con más de trescientos campos de concentración. Su consecuencia fueron los treinta mil desaparecidos, de los cuales, según el Nunca Más, el 30% son obreros, el 21% estudiantes, el 18% empleados. El movimiento obrero desarticulado, brutalmente reprimido, los sectores medios progresistas también perseguidos, sus militantes desaparecidos, silenciados o en el exilio. De este modo se avanzó en la reconversión de nuestro país hacia un modelo de especulación financiera, libre importación y apertura comercial, con la consiguiente destrucción del aparato productivo local y el sometimiento del mercado interno a los designios del capital foráneo, la disminución del ingreso de los trabajadores en relación a la producción nacional, pérdida de sus derechos laborales y una desocupación que se volvería endémica. Es decir, el desmantelamiento de los logros principales del movimiento nacional con el peronismo en el poder, que había perdurado con vaivenes pese a su proscripción. También es necesario señalar que no es verdad, como sostiene cierto discurso académico, que toda la sociedad fue cómplice: hubo resistencia, como los trabajadores que se jugaron la vida con sus paros y protestas, y como las Madres de Plaza de Mayo. Las clases populares, como a lo largo de toda nuestra historia, nunca dieron su apoyo a la dictadura.
Con la caída de la dictadura en 1983, se abrió una etapa de democracia política que, sin embargo, no fue condición suficiente para que los argentinos encontremos el camino de nuestra liberación económica y social. El movimiento nacional no logró la organización y representatividad política necesaria como para armar un proyecto de nación que desandara el camino abierto por la dictadura. De este modo en la década del noventa, toda Nuestra América se vio sometida bajo el designio de políticas neoliberales, articuladas por gobiernos afines al Consenso de Washington, como entre otros el de Fujimori en Perú, Salinas de Gortari y Zedillo en México, Andres Perez en Venezuela, y, en nuestro país, el de Carlos Menem. Éste, simboliza la impotencia y frustración de las reivindicaciones del movimiento nacional, al llegar al poder liderando al peronismo, con lo que la principal arma política de las clases populares quedaba inutilizada. De ahí las dificultades enormes por construir un nuevo armado que diera representación política auténtica y de unidad a los sectores nacionales, y las consiguientes frustraciones y desuniones. La reedición de aquel viejo frente policlasista de liberación nacional que había sido el peronismo, en los noventa se alejaba definitivamente. La larga lucha de los sectores trabajadores por resistir el desmantelamiento definitivo del país, sería un esfuerzo que encontraría su justa recompensa en el campo de la política, donde reinaba el discurso único del liberalismo. Es que, mientras, el colonialismo pedagógico nunca dejó de actuar, sino que se vio remozado con diferentes versiones, desde Neustadt y Grondona, hasta la palabrería “seria y modernizadora” de Cavallo y De la Rua, que hoy se repiten en el eco de Carrio y Macri.
Pero las propias contradicciones del capitalismo dependiente en su versión semicolonial, así como la resistencia de las clases populares, serían los ingredientes del caldero rebelde y audaz del estallido social de diciembre de 2001, cuando la crisis socioeconómica y política que estuvo incubándose tuvo su momento cumbre.
Entre el 24 de marzo de 1976 y el 19 y 20 de diciembre de 2001, se puede fechar el largo período de consolidación del modelo neocolonial planificado por los Estados Unidos: de la Doctrina de Seguridad Nacional y la política económica de endeudamiento externo y desindustrialización diseñada por Martínez de Hoz, pasando por el acatamiento de las doctrinas del FMI y los planes de ajuste de Alfonsín, hasta el Consenso de Washington, las privatizaciones de los servicios públicos, la política de deserción del Estado, la apertura comercial y la convertibilidad cambiaria al servicio de la fuga de capitales. El constante alineamiento con los EUA demuestra la necesidad de tener una mirada totalizadora que integre a la política interna y externa como consecuentes entre sí. Todo ello conducía a una suerte de etapa superior, en la que se consolidaría de un modo aún más sofisticada la dependencia, configurada por el juego de estrategias económicas-políticas (el TLCAN, ALCA, Plan Puebla Panamá) y militares (Plan Colombia, la Iniciativa para la Región Andina). Pero el estallido de diciembre de 2001 en nuestro país formó parte también de una crisis política y económica que era de carácter regional. Y a partir de ella se dio inicio a una nueva etapa signada por la emergencia de nuevos movimientos nacionales cuya principal característica es la reivindicación de la identidad latinoamericana. Esta coincidencia viene a tiempo a erigirse como límite y resistencia a esa nueva etapa de recolonización del continente. Ahora, estamos en la búsqueda de estrategias de unidad y autodeterminación, con la responsabilidad por superar los conflictos y contradicciones que nuestra región padece.
En cada país el movimiento nacional latinoamericanista adopta formas diferentes, marcadas por lo autóctono y por el deseo de reorganización de los sectores populares, en algunos más logrados que en otros, y algunos todavía están en la espera, como el caso de Perú y la estratégica Colombia. En el nuestro, de la crisis terminó surgiendo el gobierno de Néstor Kirchner que marcó diferencias sustanciales con las políticas del neoliberalismo, en el que cada una de las variables características del modelo impuesto desde la dictadura se fue invirtiendo. Y en la política exterior el compromiso con los intereses de la región latinoamericana frente al ALCA. Y en este punto hoy nos encontramos, en donde el camino está abierto con la necesidad de profundizar su senda y avanzar aún mucho más.
Desde el Centro Cultural Enrique Santos Discépolo nos hemos propuesto hacer nuestro aporte a esa búsqueda, con el rescate de la memoria colectiva, por la batalla de ideas que en nuestro país tiene el significado concreto de la descolonización pedagógica y cultural, la reivindicación del pensamiento nacional y por la construcción política, para acompañar al pueblo en su protagonismo en la creación de los caminos hacia la liberación nacional.
24 de marzo de 2008.

DECLARACION DEL CESD
(POR JA)

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