jueves, 14 de julio de 2016

ELOGIO DE LA MILITANCIA (2015)

En este momento de amenaza de grave retroceso, en nombre de un engañoso “cambio”, es preciso más que nunca hacer el elogio de la militancia. Contra todo estigma proveniente de los profetas de odio es preciso reivindicar la militancia, como expresión del ejercicio del derecho a opinar y participar de los asuntos públicos y de gobierno, del reclamo por los derechos de los trabajadores, civiles y sociales. Es en el fondo expresión cotidiana de la lucha del pueblo por su soberanía popular y nacional, el derecho a la autodeterminación nacional, en lo jurídico, y la lucha por la liberación nacional, en términos más políticos. La mezquindad de los globos amarillos, el bailecito como espontaneidad programada, la mesita rentada en la esquina son parte de la denigración en que puede caer la militancia, al servicio de un programa de dependencia económica, política y cultural.
Por eso hay que alertar sobre la manera artera y ponzoñosa con que los medios concentrados de comunicación cargan contra la militancia, y que a veces cala tan hondo en el sentido común. El estigma sobre la militancia es una de las expresiones más fuertes del colonialismo cultural: hijo de la zoncera de la autodenigración y nieta de la zoncera madre de todas que divide al país en un duelo de civilización contra la barbarie. Pero también, el estigma es padre de la antipolítica: entre el miedo que les gusta meter, la autodenigración y la apatía nos condenan al quietismo y la sumisión resignada. Así la tienen más fácil para empujarnos hacia atrás. Para eso están los profetas del odio como les llamaba Jauretche, encargados de demonizar cualquier acto o gesto de militancia, en especial si viene de los más pobres, por su fuerza para cambiar todo, o de los más jóvenes, por su impertinencia de opinar distintos que sus padres, sus maestros desorientadores, y su promesa de un futuro socialmente justo, políticamente soberano y económicamente libre. Y por supuesto especialmente si la militancia viene de los trabajadores, complementando la tarea sindical en sus lugares de trabajo con la adopción de un programa de país a favor de la soberanía y el trabajo, como el caso del Programa de Huerta Grande de 1962, animándose así a superar la reivindicación gremial para opinar sobre el modelo de país. Por eso, más allá de los errores, sus formas de organización deben ser cuidadas y defendidas de ese colonialismo cultural que no pierde tiempo en hacer todo el daño posible. La militancia -sindical, obrera, cultural o política, en defensa de la soberanía nacional y los derechos de los trabajadores- no es para aquellos que creen que “este es un país de mierda” o, como Borges decía que se sentía un “europeo en el exilio”. La militancia solo es posible como conciencia que la vida de cada uno está atada al destino de todos, que es el de nuestro país, y que a su vez el de nuestro país está atado al destino de los pueblos latinoamericanos. La conciencia que no hay destino nacional y colectivo posible sin la realización de los más pobres y humildes.
El 17 de noviembre como día de la militancia nos debe recordar no solo la extraordinaria movilización popular para recibir a Perón, sino el triunfo popul
ar después de un largo proceso de más de 17 años. El regreso de Perón significó la victoria de un determinado programa de nación que luego se expresaría claramente en el Modelo argentino para el proyecto nacional de 1974, con sus consignas concretas principales de trabajo, producción nacional, justicia social y autodeterminación nacional.
Se trata, en fin, de la reivindicación de la militancia, no solo generosa y solidaria, sino también y al mismo tiempo a favor de un programa concreto y histórico, que le da un sentido liberador. 
18 de noviembre de 2015.




No hay comentarios:

Publicar un comentario