La ausencia física del líder bolivariano ha abierto la etapa de las
interpretaciones sobre su política, las que por supuesto como
cualquier acto ideológico se encuentran cargadas de sentido político
que no deben pasarnos inadvertidas.
Uno primero deba pasar por Macri y los multimedios Clarín y La
Nación cuyo desprecio al chavismo tiene el significado de impugnar
los avances del Estado en la economía, reivindicar al capital
financiero internacional y de paso (si se puede) recuperar el
prestigio de la prensa del SIP como El País de España. Han llegado
incluso a inventar la palabra “chavización” que en sus bocas (o
en sus letras) es mala palabra. Por su parte, con Binner (y su
confesión de que hubiera votado a Carriles) parece de algún modo
volver el socialismo de Juan B. Justo con su voto a favor del
progreso librecambista y probritánico, y es un eco repetidor de la
internacional socialista a la que pertenece –y que también lo
hacía la UCR de Alfonsín-, descendiente de la segunda internacional
y de la socialdemocracia. En el desprecio a Chávez está la negación
de la existencia de una cuestión nacional y latinoamericana como
tarea urgente a resolver, como en su época hacían el viejo
traductor de El Capital y otros referentes de izquierda tradicional
(Ghioldi, Codovilla, entre muchos más actuales).
Pero una interpretación más fundada es la que sostiene que su mayor
legado ha sido la inclusión social. Los datos sobre la distribución
del ingreso, salud, educación, vivienda, inversión social, PBI,
etc., sostienen su veracidad de modo elocuente. La inclusión social
significa la modernización del país en términos de darles
categoría de ciudadano a mayorías populares hasta entonces
impedidas del ejercicio de derechos básicos. Esa cuestión por sí
sola sería suficiente para explicar la histórica movilización
popular para despedirlo de este mundo, así como la adhesión
militantes de millones que se han mantenido fieles durante catorce
años. Pero el legado de Chávez excede ampliamente un programa de
inclusión social moderno y democrático.
El antiimperialismo de Chávez a nivel mundial es
uno de los indudables legados y la reivindicación de la cuestión
nacional latinoamericana son seguramente dos de sus principales
legados. Ahí están los acuerdos económicos (en general alrededor
del petróleo, el extraordinario recurso venezolano) con diferentes
países y el regreso del Movimiento de los No Alineados del
que Fidel Castro ha sido su primer presidente. El
desafío político constante de quien contó que “ayer
estuvo el Diablo aquí, en este mismo lugar, ¡huele a azufre todavía
esta mesa donde me ha tocado hablar! …(ya que) el Señor
presidente de los Estados Unidos, a quien yo llamo “El Diablo”,
vino aquí hablando como dueño del mundo”.
Y seguramente por lo que sea recordado e invocado por las mayorías
en la región: la idea que América Latina es una Nación inconclusa
y fragmentada cuyo destino es su reconstrucción. Para ello, Chávez
sostenía que la integración de sus países (desde México pasando
por Centroamérica y todos el Caribe, hasta Argentina y Chile)
encuentra firmes fundamentos históricos. La autoadscripción de
bolivariano echa raíces en la historia profunda del continente, en
la que aparecen protagonistas esenciales como San Martín, Artigas,
Miranda, Sucre, entre tantos, todos calificados como luchadores
americanos. Ahí aparece también el acuerdo tempranamente frustrado
entre Perón, Ibáñez y Vargas. La CELAC, Petrosur y Petrocaribe,
Telesur, el Consejo de Seguridad Sudamericano, el Banco del Sur, son
medidas concretas tendientes a construirla que, en Chávez, nada de
abstracto tenía.
Con su política se hizo carne el “marxismo
bolivariano” y la tesis que la
cuestión nacional latinoamericana solo puede resolverse
definitivamente si asume un contenido superador del capitalismo,
llámese este socialismo de raíz nacional o del siglo XXI, o reciba
otro nombre en un futuro, es otro de sus enormes legados. Tengo para
mí que la cita de Chávez de un párrafo de Norberto Galasso escrito
en 1974 (América Latina Unidos o dominados), es altamente
significativo porque allí se sostiene la tesis que la unidad
latinoamericana solo es posible en la vía socialista. Esta posición
adquiere nuevamente un valor universal apenas se observe la crisis
mundial de capitalismo financiero e imperialista cuya única salida
que ofrece a los pueblos es un mundo más injusto, elitista y
represivo. “La
pretensión hegemónica del Imperialismo Norteamericano pone en
riesgo la supervivencia misma de la especie humana” denunció
nada menos que en la sede la ONU, la cual proponía refundarla y
ubicarla en alguna ciudad del sur.
Chávez miraba con ojos vírgenes la realidad
latinoamericana y de su país (como Martí y Jauretche), pero el
mestizaje entre el pensamiento bolivariano, el marxismo y el
cristianismo, eran guía fundamental para su conciencia. “Sigo
aferrado a Cristo (…)
¡hasta la victoria siempre!” fue su
último mensaje al mundo por la red social.
La intervención del Estado en la economía y su rol de conductor del
proceso productivo, a partir de la propiedad de los recursos
naturales y las áreas estratégicas, es otro de los puntos salientes
de la herencia chavista. La constitución bolivariana de 1999, en
línea con la de Ecuador y Bolivia, impulsó el reconocimiento de
diferentes formas de propiedad, en donde la privada solo tiene
legitimidad al servicio del bien común.
La organización popular de los de abajo (vieja referencia de Mariano
Azuela para nombrar a los protagonistas de la revolución mexicana)
con autogestión como clave de sustentación del programa
emancipador, es otro de los puntos trascendentales de su enorme
legado. Ningún proceso de transformación, después del chavismo,
podrá prescindir de esta enseñanza, bajo riesgo de su declinación
tarde o temprana. La inclusión de las fuerzas armadas en la
categoría pueblo es sin duda otro de sus enseñanzas, que países
como el nuestro deberá en algún tiempo empezar a tomar nota.
La reivindicación constante de la Cuba revolucionaria y de la figura
de Fidel, tiene el valor de tomar sus banderas justo cuando se moría
el siglo XX y llevarlas hacia el siglo XXI, como estándartes de
liberación y justicia social. Al punto que hoy Raúl Castro está al
frente de la CELAC.
Lo reseñado es una muestra de la extensión del
legado de Chávez que incluye otros aspectos. Entre ellos, una nueva
concepción de igualdad social que en nuestra región incluye a la
lucha por la Nación Latinoamericana, el antiimperialismo y la
superación del capitalismo por formas originales de producción
guiadas por la consigna “o inventamos,
o erramos”.
JA
8/3/2013
Publicado en Señales Populares
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