Uno de los principales legados del período abierto en 2003, es la
enseñanza que el contenido de la democracia necesita del ejercicio
concreto de la soberanía nacional. También es posible señalar lo
mismo por la negativa, al quedar en evidencia que desde 1983 hasta
ahora la democracia cayó en una generalizada y profunda crisis a
raíz de su insuficiencia para dar respuesta al problema de la
dependencia, al punto de funcionar como su legitimador.
Se trata de una enseñanza de proyección histórica porque la
dependencia económica ha caracterizado largos períodos de nuestra
historia. Scalabrini Ortiz graficaba diciendo que “somos un país
ficticio….”
La deuda externa ha sido la pieza central del sistema de dominación
económica, a través de la imposición de la política económica y
la inserción subordinada el país a las necesidades de los grandes
centros económicos del mundo. El conflicto con los fondos buitres es
una confrontación directa con el poder financiero internacional, sin
intermediarios, dando lugar a la respuesta del Estado argentino más
alta de ejercicio de soberanía económica de la democracia desde
1983.
La resistencia al FMI y a la OMC, cuya expresión fue la política de
desendeudamiento estratégico; el nuevo rol productivista del Banco
Central; la nacionalización del sistema previsional y de YPF; la
regulación monetaria y cambiaria; la firme defensa de los países de
CELAC a la posición contra los fondos buitres y a favor de una
regulación especial de la reestructuración de deudas externas, así
como la proyecciones de crear un Banco del Sur
El grado de dependencia económica y cultural impuso una crisis de
representación política que restringió sustancialmente cualquier
intento democrático. No hay forma democrática posible en países
hundidos en la dependencia del sistema financiero internacional. El
populismo latinoamericano –como se ha denominado a los ciclos
protagonizados por el liderazgo de Chávez, Lula, Kirchner, Morales y
Correa- no ha sido una respuesta de emergencia ensayada por pueblos
acorralados, sino la búsqueda por darle un contenido soberano a las
democracias empobrecidas y vacías de contenido. El objetivo de las
democracias no es limitar a los populismos para evitar su deformación
autoritaria, sino profundizar sus políticas públicas para
reconvertir nuestra dependencia en mayor soberanía.
La democracia como modo de participación política y ampliación de
derechos, debe tener un contenido nacional, es decir, significar un
avance en la autodeterminación nacional; si no, no es democracia, en
todo caso podrá ser una alegación retórica de las instituciones
sin realizaciones posibles. ¿Cómo se pueden realizar los derechos
sociales sin un Estado que cumpla un rol activo en las áreas de la
economía, y que decida sus propias políticas de acuerdo a los
intereses de las mayorías populares y para proteger a las minorías
financieras? ¿Cómo puede garantizarse la elección de políticas
por parte de las mayorías si sea quien sea el gobierno de turno la
conducción real va a estar en los organismos financieros
internacionales? Ninguno de esos atributos principales de la
democracia se puede realizar si no se avanza en el ejercicio de la
soberanía nacional. La identidad de la democracia ha cambiado,
además de la redistribución de la riqueza, la conciencia nacional
ahora es uno de sus ejes centrales. De aquí en adelante, el desafío
de la democracia es seguir siendo expresión política de la lucha
por la soberanía.
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