Los
gobiernos kirchneristas han sido lo más progresivamente posible en
la actual etapa histórica. De su política, que me animo hasta
ahora a caracterizarla como de nacional popular moderada, se puede
predicar dos elementos importantes: el ejercicio de la
autodeterminación política y de unidad latinoamericana, y un
desarrollo productivo capitalista acelerado con redistribución
social. Los desafíos históricos que presenta la etapa iniciada con
el segundo mandato de CFK tienen a esos puntos como tareas de
trascendencia. En esta nota solo hablaremos de lo segundo. La fórmula
promovida por Néstor Kirchner puede ser resumida en enlazar en un
círculo virtuoso al consumo, la inversión y las exportaciones. Y
la Presidenta CFK ha señalado muchas veces que el objetivo es crear
“una
estructura productiva diversificada con inclusión social”.
Desde 2003 ha habido logros muy valiosos en los términos señalados
que sería ociosos repetir. El Plan Estratégico Industrial 2020 fija
metas ambiciosas en orden especialmente a aumento de PBI, puestos de
trabajo y generación de valor agregado en origen. Solo mencionaremos
la ausencia de un elemento fundamental en el esquema kirchnerista, al
menos en su formulación teórica: el capital extranjero. La economía
argentina desde la convertibilidad ha iniciado un proceso de
concentración y extranjerización que no solo no ha sido revertido
sino que incluso en los últimos años parece haberse consolidado aún
más.
Utilizando
como unidad de análisis el panel de las 500 grandes empresas del
Indec, en el período 1993-2010 la concentración económica creció
del 19.6% al 32.9%. Ambos son parte de un mismo fenómeno, ya que la
concentración del capital ha derivado rápidamente en
extranjerización. Esto debe observárselo como parte de una de las
luchas principales en las relaciones económicas en el esquema de
país semicolonial del S. XXI: la lucha por captar el excedente. Es
el motor de la historia, la lucha de clases. La política del
peronismo histórico justamente encontró en la transferencia de
recursos del sector externo con eje en la producción agropecuaria a
la industria, a través de la nacionalización del comercio exterior
y el IAPI, una de sus medidas más innovadoras. Pero eso era posible
en un orden social caracterizado por los historiadores como de
“modelo agroexportador”. Ahora, el modelo neoliberal que tuvo
inicio con Martínez de Hoz en la dictadura, y su punto más alto con
Menem y De la Rua, ha modificado sus características –aunque el
“campo oligárquico” no se haya extinguido como parte del bloque
dominante- e introducido un factor de peso hegemónico: el capital
concentrado y extranjero, dependiente del financiero internacional.
Hay
un dato notable: ¡en 2003 había menos industrias que en 1946! (81
mil establecimientos contra 85 mil, con 1,0 millón y 1,1 millón de
trabajadores respectivamente).
Pero
volviendo al capital extranjero, la importancia de sus efectos se
revela a poco que se observe su influencia en la macroeconomía
planificada por el gobierno. La
cuenta corriente de la balanza de pagos fue superavitaria desde el
fin de la Convertibilidad hasta casi todo el 2009 y se de este
enunciado una bandera. Pero luego comenzó a tener períodos de
déficit en el que desequilibrio principal fueron el giro de
utilidades y dividendos. Es bueno resaltar en este punto que no hay
que hacer de la perdida de superávit fiscal un fetiche, ya que éste
no es causa sino consecuencia. Es nuestro país pese al crecimiento
del PBI y la manufactura, ha mantenido su fuerte perfil exportador,
en el que se destaca el rol el capital extranjero: el comercio
exterior de tan solo 70 compañías foráneas significa el 48.9% de
lo exportado en 2003-2009 (Azpiazu/Manzanelli/Schorr: 2011). En la
lista se anota especialmente el sector automotriz, que la industria
estrella del modelo de acumulación actual, la agroalimenticia y la
química (ej, Toyota, Cargill y Bayer).
La
concentración del capital es un obstáculo para: combatir la
inflación (por los oligopolios), planificar y dirigir el desarrollo
productivo, orientar la inversión (cantidad y destino), para avanzar
hacia la igualdad social por la acumulación de capital en pocas
manos, y para recuperar los derechos de los trabajadores, entre ellos
el del trabajo registrado, ya que los grandes capitalistas suelen ser
militantes de flexibilizar el trabajo de los otros por lo que es
nociva para una justa redistribución del ingreso. Por su parte, la
extranjerización motiva la fuga de capitales del país, limitan el
accionar del estado al descapitalizar el mercado, y principalmente
responden a las políticas de los países capitalistas centrales, en
los que a su vez manda la banca internacional; y funciona como una
correa de transmisión de la crisis del capitalismo financiero. Y
además la inversión extranjera directa apunta preferentemente a los
recursos naturales y eso tiende a reprimarizar parte de la economía.
Pero
lo principal es que el efecto de conjunto es la existencia de un
poder económico que disputa la hegemonía, que integra el bloque
dominante, y cuya vocación es, a corto, mediano o largo plazo,
terminar con la actual política nacional y consolidar el esquema de
dependencia para el país.
La
clave entonces es que si el Estado se va a fijar metas excluyentes de
regulación tendría que ser ingenioso (y algo más también) para
disciplinar al capital concentrado y extranjero.
Porque sino va a terminar como el arriero de Yupanqui y sus vaquitas.
El control público sobre el sistema previsional, el BCRA e YPF crea
condiciones para ello porque de ese modo el Estado regularía al
sector financiero y de hidrocarburos hegemonizados por el capital
extranjero. Pero también para avanzar en dirección de la
nacionalización de la economía si en algún momento así se lo
decida. En esta línea resalta la posibilidad de una nueva ley de
inversiones extranjeras, en la que se disponga, como en la de 1974,
la recuperación el control nacional de la creación y circulación
de capital.
Para
terminar, hay que señalar que Argentina, pese a la concentración y
extranjerización, ha sido el único país que no reprimarizó su
economía en los últimos años.
En Venezuela el discurso de Hugo Chávez define al rol principal del
Estado en la apropiación de la renta petrolera para distribuirla al
pueblo, en salud, vivienda, caminos, transporte y subsidios a
actividades de la economía social. A esto Chávez le llama
socialismo, y algo de acierto tiene si se piensa en su carácter
profundamente distribucionista en contraste con la exclusión de la
etapa anterior. En Bolivia y Ecuador ocurre algo similar. Pero en
algún momento tendrán que darse a la tarea de planificar el
desarrollo de las fuerzas productivas industriales como parte de la
lucha por la liberación nacional, aunque también es cierto que la
ecuación podría seguir, de mantener el control sobre el sector
externo y continuar favorable los términos de intercambio. Como se
ve la cuestión principal pasa por definir cuál es el rol del Estado
en el desarrollo productivo; ¿regula al sector privado o lo
nacionaliza? ¿promueve burguesía local o empresas estatales? Por
supuesto que las alternativas no son excluyentes ni tajantes.
Finalmente,
no está de más recordar que los trabajadores son los que mejor
tienen conciencia de que su destino está atado al del país, porque
mientras el capital puede irse de los países, aquellos siempre se
quedan. Lo que le da sentido a esa vieja frase de Hernández Arregui
que decía que los más consecuentemente nacionales son los
trabajadores. Es para pensarlo a la hora de construir el movimiento
nacional para confrontar con el capital.
JA
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