viernes, 8 de julio de 2016

El arriero y sus vaquitas: apuntes sobre el capital concentrado y extranjero (2012)


Los gobiernos kirchneristas han sido lo más progresivamente posible en la actual etapa histórica. De su política, que me animo hasta ahora a caracterizarla como de nacional popular moderada, se puede predicar dos elementos importantes: el ejercicio de la autodeterminación política y de unidad latinoamericana, y un desarrollo productivo capitalista acelerado con redistribución social. Los desafíos históricos que presenta la etapa iniciada con el segundo mandato de CFK tienen a esos puntos como tareas de trascendencia. En esta nota solo hablaremos de lo segundo. La fórmula promovida por Néstor Kirchner puede ser resumida en enlazar en un círculo virtuoso al consumo, la inversión y las exportaciones. Y la Presidenta CFK ha señalado muchas veces que el objetivo es crear “una estructura productiva diversificada con inclusión social”. Desde 2003 ha habido logros muy valiosos en los términos señalados que sería ociosos repetir. El Plan Estratégico Industrial 2020 fija metas ambiciosas en orden especialmente a aumento de PBI, puestos de trabajo y generación de valor agregado en origen. Solo mencionaremos la ausencia de un elemento fundamental en el esquema kirchnerista, al menos en su formulación teórica: el capital extranjero. La economía argentina desde la convertibilidad ha iniciado un proceso de concentración y extranjerización que no solo no ha sido revertido sino que incluso en los últimos años parece haberse consolidado aún más.
Utilizando como unidad de análisis el panel de las 500 grandes empresas del Indec, en el período 1993-2010 la concentración económica creció del 19.6% al 32.9%. Ambos son parte de un mismo fenómeno, ya que la concentración del capital ha derivado rápidamente en extranjerización. Esto debe observárselo como parte de una de las luchas principales en las relaciones económicas en el esquema de país semicolonial del S. XXI: la lucha por captar el excedente. Es el motor de la historia, la lucha de clases. La política del peronismo histórico justamente encontró en la transferencia de recursos del sector externo con eje en la producción agropecuaria a la industria, a través de la nacionalización del comercio exterior y el IAPI, una de sus medidas más innovadoras. Pero eso era posible en un orden social caracterizado por los historiadores como de “modelo agroexportador”. Ahora, el modelo neoliberal que tuvo inicio con Martínez de Hoz en la dictadura, y su punto más alto con Menem y De la Rua, ha modificado sus características –aunque el “campo oligárquico” no se haya extinguido como parte del bloque dominante- e introducido un factor de peso hegemónico: el capital concentrado y extranjero, dependiente del financiero internacional.
Hay un dato notable: ¡en 2003 había menos industrias que en 1946! (81 mil establecimientos contra 85 mil, con 1,0 millón y 1,1 millón de trabajadores respectivamente).
Pero volviendo al capital extranjero, la importancia de sus efectos se revela a poco que se observe su influencia en la macroeconomía planificada por el gobierno. La cuenta corriente de la balanza de pagos fue superavitaria desde el fin de la Convertibilidad hasta casi todo el 2009 y se de este enunciado una bandera. Pero luego comenzó a tener períodos de déficit en el que desequilibrio principal fueron el giro de utilidades y dividendos. Es bueno resaltar en este punto que no hay que hacer de la perdida de superávit fiscal un fetiche, ya que éste no es causa sino consecuencia. Es nuestro país pese al crecimiento del PBI y la manufactura, ha mantenido su fuerte perfil exportador, en el que se destaca el rol el capital extranjero: el comercio exterior de tan solo 70 compañías foráneas significa el 48.9% de lo exportado en 2003-2009 (Azpiazu/Manzanelli/Schorr: 2011). En la lista se anota especialmente el sector automotriz, que la industria estrella del modelo de acumulación actual, la agroalimenticia y la química (ej, Toyota, Cargill y Bayer).
La concentración del capital es un obstáculo para: combatir la inflación (por los oligopolios), planificar y dirigir el desarrollo productivo, orientar la inversión (cantidad y destino), para avanzar hacia la igualdad social por la acumulación de capital en pocas manos, y para recuperar los derechos de los trabajadores, entre ellos el del trabajo registrado, ya que los grandes capitalistas suelen ser militantes de flexibilizar el trabajo de los otros por lo que es nociva para una justa redistribución del ingreso. Por su parte, la extranjerización motiva la fuga de capitales del país, limitan el accionar del estado al descapitalizar el mercado, y principalmente responden a las políticas de los países capitalistas centrales, en los que a su vez manda la banca internacional; y funciona como una correa de transmisión de la crisis del capitalismo financiero. Y además la inversión extranjera directa apunta preferentemente a los recursos naturales y eso tiende a reprimarizar parte de la economía. Pero lo principal es que el efecto de conjunto es la existencia de un poder económico que disputa la hegemonía, que integra el bloque dominante, y cuya vocación es, a corto, mediano o largo plazo, terminar con la actual política nacional y consolidar el esquema de dependencia para el país. La clave entonces es que si el Estado se va a fijar metas excluyentes de regulación tendría que ser ingenioso (y algo más también) para disciplinar al capital concentrado y extranjero. Porque sino va a terminar como el arriero de Yupanqui y sus vaquitas. El control público sobre el sistema previsional, el BCRA e YPF crea condiciones para ello porque de ese modo el Estado regularía al sector financiero y de hidrocarburos hegemonizados por el capital extranjero. Pero también para avanzar en dirección de la nacionalización de la economía si en algún momento así se lo decida. En esta línea resalta la posibilidad de una nueva ley de inversiones extranjeras, en la que se disponga, como en la de 1974, la recuperación el control nacional de la creación y circulación de capital.
Para terminar, hay que señalar que Argentina, pese a la concentración y extranjerización, ha sido el único país que no reprimarizó su economía en los últimos años. En Venezuela el discurso de Hugo Chávez define al rol principal del Estado en la apropiación de la renta petrolera para distribuirla al pueblo, en salud, vivienda, caminos, transporte y subsidios a actividades de la economía social. A esto Chávez le llama socialismo, y algo de acierto tiene si se piensa en su carácter profundamente distribucionista en contraste con la exclusión de la etapa anterior. En Bolivia y Ecuador ocurre algo similar. Pero en algún momento tendrán que darse a la tarea de planificar el desarrollo de las fuerzas productivas industriales como parte de la lucha por la liberación nacional, aunque también es cierto que la ecuación podría seguir, de mantener el control sobre el sector externo y continuar favorable los términos de intercambio. Como se ve la cuestión principal pasa por definir cuál es el rol del Estado en el desarrollo productivo; ¿regula al sector privado o lo nacionaliza? ¿promueve burguesía local o empresas estatales? Por supuesto que las alternativas no son excluyentes ni tajantes. Finalmente, no está de más recordar que los trabajadores son los que mejor tienen conciencia de que su destino está atado al del país, porque mientras el capital puede irse de los países, aquellos siempre se quedan. Lo que le da sentido a esa vieja frase de Hernández Arregui que decía que los más consecuentemente nacionales son los trabajadores. Es para pensarlo a la hora de construir el movimiento nacional para confrontar con el capital.
JA

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