El
13 de diciembre de 1828 fue
fusilado Manuel Dorrego. Lo
vasto y singular de su trayectoria
lo convierten
en
una de las figuras más destacadas de
nuestra historia.
La división argentina no es entre dos partidos, sino en dos
países o entre dos políticas, coincidían Alberdi y Olegario
Andrade, y Dorrego, que lo sabía, luchó a favor de un proyecto de
nación federal, con desarrollo integrado y democrático. Toda una
patriada para la época, más proveniendo de este singular caudillo
bonaerense que, al sentirse injuriado cuando el bando unitario le
acusó de ser “hijo espurio de Buenos Aires”, contestó
que “yo no he hecho nada por mi patria cuando no he muerto por
ella”. Porteño de mirada nacional y
federal; soldado
de la independencia con destacada actuación a las órdenes de
Belgrano, en las batallas de Tucumán
y Salta; exiliado cuatro años en Estados Unidos por defensa de sus
ideales de igualdad social y libertad. Su fusilamiento por
parte del bando rivadaviano, suele ser atribuido a una lucha de
partidos, el unitario y el federal, o a una simple lucha de poder,
sin ahondar en las profundas causas sociales e históricas de la
época. También se pone en singular relieve su firma de la paz con
el Brasil y la independencia de la Banda Oriental, sin decir nada de
las presiones del Banco Nacional en poder del capital inglés, al
negarle cualquier financiación, ni la táctica del imperio británico
en fragmentar la cuenca del Plata.
En
primer lugar, se destaca su defensa del sistema federal de gobierno
para sellar la unidad y la organización nacional. Su perspectiva
nacional lo llevó a proponer la integración económica entre las
provincias según sus capacidades y recursos, y a promover la sanción
de una Constitución opuesta a la unitaria de 1819 para todo el
territorio del antiguo Virreinato, lo cual hizo aliado con caudillos
del interior mediterráneo, y alejarse de la posición porteñista y
rivadaviana.
Cuando
el 13 de agosto de 1827 asumió
como gobernador de Buenos Aires, suprimió
las levas, extendió la frontera, firmó
varios tratados interprovinciales declarando
la igualdad entre ellas y
convoca a un congreso general constituyente
que finalmente no se concretaría.
En educación, fundó la Academia
Militar, varias escuelas y promovió los estudios universitarios.
También resalta su raíz popular, que se
expresó en la
defensa del sufragio de los
jornaleros y peones,
Dorrego le da contenido concreto a la igualdad y a la soberanía
popular, y expresa el rol protagónico de los trabajadores en la vida
social. Su opinión contra el voto
calificado la argumentaba en que “de
lo contrario, llegaríamos al vicio notable de haber de establecer
que en proporción de las riquezas que cada uno poseyese fuese el
número de sufragios que diera”
(1826), y que además “el trabajo de
ellos es más productivo que el de aquellos que se ocupan del cambio
o la exportación”. Dorrego sentó
así un precedente fundamental en las lucha por la democracia y
participación política del pueblo, abriendo una línea de
caudillos populares como Adolfo Alsina, Yrigoyen y Perón, al contar
con al apoyo de los sectores bajos bonaerenses.
Su mirada latinoamericana aparece con fuerza en su reunión
con Simón Bolivar en
1825, en Chuquisaca,
para tratar la unidad americana contra
los imperialismos europeos, cuando aún
el proyecto emancipador bolivariano mantenía sus esperanzas en
avanzar. De ahí que su mirada
nacional se complementa con una vocación por la unidad continental.
El
1ero de diciembre de 1828 fue derrocado por la reacción porteñista
y fusilado por Juan Lavalle, esa “espada sin cabeza”. Sobre ello,
Don José de San Martín en una carta a O´Higgins, decía que sus
autores habían sido “Rivadavia y sus satélites, y a usted le
consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a
este país, sino al resto de América con su infernal conducta”.
Salvador María del Carril, hombre del liberalismo portuario, sería
uno de los que aconsejó su fusilamiento sin juicio previo, porque
"la espada es un instrumento de persuasión muy enérgico (…)
y si no, habrá Ud. perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a
la hidra, y no cortará las restantes". Respecto de la
veracidad de los crímenes que se le acusaba a Dorrego, el mismo Del
Carril reconocería que “si es necesario mentir a la posteridad,
se miente”. Al asumir Bartolomé Mitre la presidencia de la
nación, en 1862, lo designaría para ser juez de la primera Corte
Suprema, en una perfecta continuidad de intereses económicos y
políticos.
Como
la revisión de la historia y la crítica de los mitos de la
interpretación liberal conservadora, es una de las tareas
fundamentales de nuestro tiempo, la reivindicación de Manuel Dorrego
ocupa un lugar especial. Será por eso que la tradición oral y
popular, al contrario de la historia académica, lo ha recordado con
un celito: “Cielito y cielo nublado/por la muerte de
Dorrego/enlútense las provincias/lloren cantando este cielo”.
JA
publicado en revista de SADOP
Fuentes:
“Civilización
y barbarie. Manuel Dorrego” de Osvaldo Guglielmino, Ed. Castañeda.
“Historia
de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los
Kirchner” de Norberto Galasso, Ed. Colihue.
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