A cuarenta
años del inicio de la dictadura oligárquica de 1976, ¿es posible
afirmar que los argentinos hemos superado completamente sus
consecuencias o aún perduran los efectos más graves de su política
impuesta por la fuerza? La dictadura de 1976 fue esencialmente parte
de la imposición de la recolonización de Latinoamérica por parte
de los Estados Unidos y el poder financiero mundial. Con sus medidas
de desregulación de los mercados, endeudamiento externo, fuga de
capitales, libre importación y destrucción de las industrias
locales, con sus efectos de desocupación, recesión, caída del
ingreso de los trabajadores, y por sobre todo su política de
represión planificada y terrorista que golpeó salvajemente en la
clase trabajadora, destruyó los pilares sobre los cuales se
construye un proyecto de nación. Su legado fue el de la más grave
dependencia y la crisis destructiva de las bases nacionales en todos
los aspectos de la vida social: la economía, la política y la
cultura.
Todo esto se
hizo en nombre de la unidad de los argentinos, la misma unidad a
palos que el mitrismo impuso a los pueblos del noroeste en el s XIX,
para consolidar el orden oligárquico y dependiente de Inglaterra,
bajo la falsa consigna de la libertad económica de comercio, cambio
y de ingreso de capital extranjero. Con la dictadura quedaba así
enterrado el proyecto de autonomía nacional y productiva de Perón
intentado en 1974, y se imponía un modelo de sumisión al capital
financiero y una grave derrota para el pueblo argentino y su clase
trabajadora.
La clase dominante y el
colonialismo cultural.
Los bancos y
el capital extranjeros se colocaron en el centro del poder económico
del país, mientras que la vieja oligarquía terrateniente se
reacomodaba dentro del bloque dominante. Desde la Sociedad Rural
Argentina a los bancos y el capital industrial concentrado como el
caso del ingenio Ledesma en Jujuy, y Ford, Acindar, Astarsa y
Mercedes Benz, en cuyas fábricas los militares montaron centros de
detención. Techint, Pérez Companc, Macri, Fortabat, Rocca, Roggio,
Pescarmona, Soldati, Bunge y Born, nombres de la elite empresarial
local, pasaron a ser parte del nuevo poder económico, tan
concentrado como dependiente del capital financiero internacional. Se
le atribuye al alto empresariado, con razón, complicidad con la
dictadura, pero lo cierto que es más adecuado destacar que su rol ha
sido mucho más activo y protagónico en el diseño de las relaciones
de producción sumisas.
Martínez de
Hoz pregonaba la necesidad de modernizar la Argentina mediante la
“liberación de las fuerzas productivas” y anunciaba su programa
económico el 2 de abril de 1976 como la “adopción de una política
de sinceramiento de la economía a fin de eliminar las trabas y
distorsiones creadas por el dirigismo estatal”. Un liberalismo
dogmático, fundamentalista y economicista, de raíz antinacional y
con origen en la escuela estadounidense de los Chicago Boys, se
irradió hacia el sentido común de los argentinos mezclándose como
veneno con los viejos mitos del país semicolonial. Desde entonces y
con idas y venidas, la Fundación Mediterránea, la Fundación de
Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) y el Centro de
Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA) serían los centros de
formación de cuadros que, con la orientación de universidades de
los Estados Unidos, aportarían sus cuadros más fundamentalistas a
la dirección económica del país, como en el caso del Banco Central
y el Ministerio de Economía.
Entre la
indiferencia, la apatía, el individualismo, la resignación y el
miedo, se impuso a sangre, fuego y con la prensa tradicional, una
colonización cultural que llevó a nuestro pueblos a su alienación
y desnacionalización. Tesis sin sustento real como que “el país
es el campo” y “achicar el estado es agrandar la nación”, o el
consejo vecinal de “mejor no te metas” y “algo habrá hecho
para ser perseguido”, forman parte de la mitología autoritaria
legada. Ese colonialismo cultural persiste en buena medida aún, en
continuidad de los mitos elitistas del país del centenario y como
expresión de la alianza de poder económico afianzada en la última
dictadura, y con apoyo del centro financiero mundial e imperialista.
La
Asociación Empresaria Argentina (AEA), fundada en el medio de la
crisis más grave de la historia, el 28 de mayo de 2002 (unos días
antes del crimen de Kosteki y Santillan), reúne actualmente al
empresariado con mayor rentabilidad del país, con el fin de analizar
las políticas públicas en función de asegurar un sistema económico
basado en la libertad de mercados Un país integrado y abierto al
mundo, tanto en su comercio de bienes y servicios como en el campo de
los capitales para financiar inversión y consumo. Esta visión es
promovida desde el centro del poder mundial como el caso de la
Fundación Heritage y The Wall Street Journal que informan que
Argentina es uno de los peores países del mundo en materia de
libertad económica…por culpa de la intervención del estado en el
mercado, junto con Cuba y Venezuela.
Pese al
tiempo transcurrido desde el 10 de diciembre de 1983 y la experiencia
transitada por el pueblo, no hemos podido darle a la democracia el
contenido nacional y popular que exige para no ser un sistema
político vacío y abstracto, sujeto a las crisis sociales impuestas
por necesidades de los centros mundiales de las finanzas. La memoria
colectiva tendrá que jugar su partido a favor de la formación de la
conciencia nacional.
JA
Publicado en Señales Populares, abril 2016
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