viernes, 8 de julio de 2016

Crisis y dependencia en el país de los argentinos. A cuarenta años del inicio de la última dictadura militar oligárquica.


A cuarenta años del inicio de la dictadura oligárquica de 1976, ¿es posible afirmar que los argentinos hemos superado completamente sus consecuencias o aún perduran los efectos más graves de su política impuesta por la fuerza? La dictadura de 1976 fue esencialmente parte de la imposición de la recolonización de Latinoamérica por parte de los Estados Unidos y el poder financiero mundial. Con sus medidas de desregulación de los mercados, endeudamiento externo, fuga de capitales, libre importación y destrucción de las industrias locales, con sus efectos de desocupación, recesión, caída del ingreso de los trabajadores, y por sobre todo su política de represión planificada y terrorista que golpeó salvajemente en la clase trabajadora, destruyó los pilares sobre los cuales se construye un proyecto de nación. Su legado fue el de la más grave dependencia y la crisis destructiva de las bases nacionales en todos los aspectos de la vida social: la economía, la política y la cultura.
Todo esto se hizo en nombre de la unidad de los argentinos, la misma unidad a palos que el mitrismo impuso a los pueblos del noroeste en el s XIX, para consolidar el orden oligárquico y dependiente de Inglaterra, bajo la falsa consigna de la libertad económica de comercio, cambio y de ingreso de capital extranjero. Con la dictadura quedaba así enterrado el proyecto de autonomía nacional y productiva de Perón intentado en 1974, y se imponía un modelo de sumisión al capital financiero y una grave derrota para el pueblo argentino y su clase trabajadora.
La clase dominante y el colonialismo cultural.
Los bancos y el capital extranjeros se colocaron en el centro del poder económico del país, mientras que la vieja oligarquía terrateniente se reacomodaba dentro del bloque dominante. Desde la Sociedad Rural Argentina a los bancos y el capital industrial concentrado como el caso del ingenio Ledesma en Jujuy, y Ford, Acindar, Astarsa y Mercedes Benz, en cuyas fábricas los militares montaron centros de detención. Techint, Pérez Companc, Macri, Fortabat, Rocca, Roggio, Pescarmona, Soldati, Bunge y Born, nombres de la elite empresarial local, pasaron a ser parte del nuevo poder económico, tan concentrado como dependiente del capital financiero internacional. Se le atribuye al alto empresariado, con razón, complicidad con la dictadura, pero lo cierto que es más adecuado destacar que su rol ha sido mucho más activo y protagónico en el diseño de las relaciones de producción sumisas.
Martínez de Hoz pregonaba la necesidad de modernizar la Argentina mediante la “liberación de las fuerzas productivas” y anunciaba su programa económico el 2 de abril de 1976 como la “adopción de una política de sinceramiento de la economía a fin de eliminar las trabas y distorsiones creadas por el dirigismo estatal”. Un liberalismo dogmático, fundamentalista y economicista, de raíz antinacional y con origen en la escuela estadounidense de los Chicago Boys, se irradió hacia el sentido común de los argentinos mezclándose como veneno con los viejos mitos del país semicolonial. Desde entonces y con idas y venidas, la Fundación Mediterránea, la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) y el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA) serían los centros de formación de cuadros que, con la orientación de universidades de los Estados Unidos, aportarían sus cuadros más fundamentalistas a la dirección económica del país, como en el caso del Banco Central y el Ministerio de Economía.
Entre la indiferencia, la apatía, el individualismo, la resignación y el miedo, se impuso a sangre, fuego y con la prensa tradicional, una colonización cultural que llevó a nuestro pueblos a su alienación y desnacionalización. Tesis sin sustento real como que “el país es el campo” y “achicar el estado es agrandar la nación”, o el consejo vecinal de “mejor no te metas” y “algo habrá hecho para ser perseguido”, forman parte de la mitología autoritaria legada. Ese colonialismo cultural persiste en buena medida aún, en continuidad de los mitos elitistas del país del centenario y como expresión de la alianza de poder económico afianzada en la última dictadura, y con apoyo del centro financiero mundial e imperialista.
La Asociación Empresaria Argentina (AEA), fundada en el medio de la crisis más grave de la historia, el 28 de mayo de 2002 (unos días antes del crimen de Kosteki y Santillan), reúne actualmente al empresariado con mayor rentabilidad del país, con el fin de analizar las políticas públicas en función de asegurar un sistema económico basado en la libertad de mercados Un país integrado y abierto al mundo, tanto en su comercio de bienes y servicios como en el campo de los capitales para financiar inversión y consumo. Esta visión es promovida desde el centro del poder mundial como el caso de la Fundación Heritage y The Wall Street Journal que informan que Argentina es uno de los peores países del mundo en materia de libertad económica…por culpa de la intervención del estado en el mercado, junto con Cuba y Venezuela.
Pese al tiempo transcurrido desde el 10 de diciembre de 1983 y la experiencia transitada por el pueblo, no hemos podido darle a la democracia el contenido nacional y popular que exige para no ser un sistema político vacío y abstracto, sujeto a las crisis sociales impuestas por necesidades de los centros mundiales de las finanzas. La memoria colectiva tendrá que jugar su partido a favor de la formación de la conciencia nacional.
JA
Publicado en Señales Populares, abril 2016

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