jueves, 7 de julio de 2016

AUGUSTO RAÚL CORTAZAR (1910-1974)


Nació el 17 de junio de 1910 en la provincia de Salta, ciudad capital, pero gran parte de su vida transcurrió en la ciudad de Buenos Aires, lugar donde falleció el 16 de septiembre de 1974. Ejerció la docencia universitaria hasta que en el mes de junio de ese año renunció a la Universidad de Buenos Aires, empujado como tantos otros por la asfixia de la intolerancia y los tiempos oscuros que se avecinaban definitivamente sobre el país. Además de docente fue escritor, investigador y divulgador incansable del conocimiento sobre las cosas nuestras, hacedor de un aporte fundamental en el campo del estudio del folklore argentino.
En Buenos Aires cursó sus estudios universitarios hasta recibirse de abogado, profesor en letras, bibliotecario y obtener el título de Doctor en filosofía y letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires. Algunos de los títulos de sus libros publicados son: "Qué es el folklore. Planteo y respuesta con especial referencia a lo argentino y americano" (1954), “Indios y gauchos en la literatura argentina” (1956), “Andanzas de un folklorista” (1964), “Folklore y Literatura” (1964), “Esquema del Folklore: Conceptos y Métodos” (1965), “Poesía Gauchesca Argentina” (1969), “Ciencia folklórica aplicada” (1976, edición póstuma), entre muchos otros. Dictó clases y obtuvo cargos docentes en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina, además de concurrir como invitado a numerosas universidades nacionales y extranjeras. También desempeñó otros cargos como el de director del Fondo Nacional de las Artes, desde su creación en 1953 hasta 1974. Fue el creador de la licenciatura en Folklore en la Facultad de Filosofía y Letras, casa de estudio en la que llegó a ser nombrado como miembro académico del Consejo Directivo. En materia de divulgación también tuvo actividad radial en Radio Nacional, entre otras emisoras. La mayoría de sus obras fueron publicadas por la Editorial Universitaria de Buenos Aires.
En su dilatada carrera académica y de estudios, hay que destacar que fue miembro de diferentes y reconocidas instituciones del quehacer cultural del país y del extranjero, entre ellas: la Academia Nacional de Historia Argentina, la Real Academia de la Historia de Madrid, la Sociedad Folklórica de México, el Instituto Histórico y Geográfico Brasilero, la Sociedad Peruana de Folklore, la Internacional Society for Folk Narrative Research y de la Universidad de California (USA), la Sociedad Folklórica del Uruguay y del Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta.
Sin embargo, a pesar de tanto nombramiento, Augusto Raúl Cortázar es un caso especial de postergación y olvido cultural. Salones de importantes instituciones, salas de bibliotecas, bibliotecas incluso, algún que otro premio, entre otros lugares –la feria de artesanías del festival de Cosquín, por ejemplo-, llevan su nombre. Pero tal uso recurrente no parece corresponder con el estudio de su obra. Invito al lector a recorrer las librerías más importantes de la ciudad de Buenos Aires y notará con cierta sorpresa que sus libros se mantienen en la sombra, o están agotados desde hace años o ni siquiera han sido registrados en los catálogos. Para acceder a ellos es necesario visitar librerías de viejo o de venta de textos usados en algún parque, o las bibliotecas especializadas.
Su obra suele ser citada y recorrida por los alumnos y estudiosos del folklore y la correspondiente especialidad de la antropología, pero lo cierto es que aún hoy su nombre es ignorado por los usuarios de los grandes medios de comunicación –con honrosas excepciones- y, por consiguiente, por las mayorías a quienes, en definitiva, su pensamiento se dirigía. Las ciencias sociales tan complacientes con las doctrinas europeas, en general y con la excepción de la ciencia folklórica, lo ignoran. Incluso a veces es citado como una curiosidad, sin dar cuenta de que en su obra se juega a fondo la valorización del hecho cultural nacional y americano en la vida de nuestros pueblos. Su obra es un aporte sustancial al pensamiento nacional y latinoamericano y, tal vez por ello, se puede afirmar sin temor a exageraciones que su destino ha corrido la misma suerte que el del folklore en nuestro país en su lucha desigual contra la cultura y música sajona. Sus ideas e intereses son un imprescindible aporte al conocimiento de nuestra Argentina profunda, lo que nos sugiere que por tal motivo su pensamiento es relegado del mismo modo en que lo ha sido durante todos estos años un proyecto de nación que priorizara lo nuestro. Veamos un poco.
Uno de sus principales intereses era el de ayudar a clarificar los conceptos, contra “las confusiones que la experiencia diaria nos ofrece”, en especial conjurar los efectos de la polisemia de la palabra folklore. Imaginémonos un pueblo rural, con la vida consustanciada con su ambiente natural fiel a sus costumbres, nos dice Cortázar, “esa gente afianza su fe en la experiencia colectiva más que en los dictados de la teoría, se apega al libre obrar de su espontaneidad más que a las reglamentadas instituciones oficiales”. Allí se celebra una fiesta en la que “los cantores entonan sus coplas acompañados por el son de la caja. Lo hacen espontáneamente, con un arte ‘no aprendido’ en libros ni academias, sino captado empíricamente de la misma vida, que es su maestra suprema. Todos se sienten intérpretes en el doble sentido de expresar artísticamente una letra y una melodía consabidas, y también sentirse ‘uno del común’ que pone en función algo del acervo de la comunidad, conocido por todos. No se sabe ni interesa recordar quién fue el autor originario; el nombre se ha borrado con el pasar de los años y acaso de los siglos; pero con mayor razón aún se ha esfumado por la actitud colectiva de saberse copartícipes de ese tesoro poético”. Estamos frente a un auténtico fenómeno folklórico, “puesto que es un hecho popular, cumplido espontáneamente por integrantes del grupo Folk, que lo han asimilado en forma empírica e interpretando por su parte, con matiz regional, un bien de la herencia tradicional y anónima que sus coterráneos comparten; sólo falta agregar que el canto no se entona arbitrariamente en cualquier momento, lugar y oportunidad, como un capricho puramente individual, por el contrario, la canción (el fenómeno folklórico de que se trate) se produce porque satisface una necesidad colectiva (artística, mágica, religiosa, lúdica, etc.).” En este relato Cortázar define las características del folklore: es popular, oral, anónimo, empírico, regional, tradicional y funcional a la comunidad.
A la vez, el folklore tiene sus propias ‘proyecciones’, que es la reinterpretación de sus formas artísticas en otro tiempo y espacio, en otro ambiente geográfico y cultural, inspirada en aquél pero por autores identificados, con estilo propio y con miras al gran público, en general urbano. Pero estas ‘proyecciones’ –por ejemplo, las formas musicales de hoy-, en virtud de que la cultura popular está en movimiento y en incesante cambio, pueden ser elegidas si con el tiempo son asimiladas y reelaboradas por el pueblo, tornándose en ‘folklore’ en el sentido antes definido –oral, anónimo, popular, etc.- vitalizando su propia existencia. Cortázar da ejemplos en nuestra historia: “las danzas de salón metamorfoseadas en bailes nativos, los versos áureos de los poetas del Siglo de Oro hispánico que hoy tintinean gozosos en rondas infantiles o se estremecen de un sentido nuevo en el canto nativo de remotos confines de América”. Incluso Cortázar aporta elementos para criticar la denominada “leyenda negra” de la conquista española y la época colonial, sin por ello caer en la “leyenda rosa”. En la folklorización americana de textos de poetas individuales españoles, sostiene que “la América recién descubierta y conquistada reclama su intervención en el proceso y tuerce el rumbo de la tradición hispánica”.
Es decir, no existe el folklore de por sí, de modo innato, sino que solo hay relatividad cultural, histórica y geográfica. “Ningún fenómeno folklórico nace como tal, sino que llega a serlo a través de un proceso cultural e histórico”. Esto significa que el pueblo es el hacedor de su propia cultura, y ella tiene el máximo valor artístico que cualquier cultura de cualquier pueblo pueda tener, sin disminuciones ni rasgos de inferioridad, porque el pueblo puede que “carezca de ‘letras’ pero está henchido de cultura”. La aparente simplicidad de las formas no justifica su falsa caracterización de ‘primitivismo’. Es el paradójico milagro de los “analfabetos profundos” que pueden carecer de las luces de las ‘letras’ pero son poseedores y, por sobre todo, protagonistas de una cultura que los atraviesa y da sentido comunitario de vida.
Sin duda, como ya mencionamos, hay en esto un aporte fundamental para el pensamiento nacional y latinoamericano, en especial frente al eurocentrismo. Cortázar menciona “la prodigiosa aptitud del folklore (y de los escritores que en él se inspiran fielmente) para reelaborar materiales y motivos universales y al parecer eternos de modo que aparezcan espontáneamente propios”; ello “es el resultado de esa síntesis cultural que logra armonizar, en un solo fruto, lo lugareño y lo universal”. Y con todo esto, hay algo que Cortázar tenía en la mira. “El mal está a la vista”, señalaba al mencionar a las difusiones culturales de los medios masivos de comunicación, a la deformación de lo ‘folklórico’ que produce estar bajo el mandato de ese “gigantesco mecanismo económico”. Y alertaba, “es el público mismo quien debe reaccionar, quebrando por su base la espiral del negocio, arrojando a los mercaderes del templo. No podrá hacerlo hasta que no tenga elementos de juicio, pautas de valores, criterios para aquilatar lo que se le ofrece”. “Uno de los remedios, lejos de la coacción de la autoridad en materia artística, reside en extender cada vez más la enseñanza mínima de qué es folklore; en mostrar y alentar las expresiones auténticas, para que pueda juzgarse por comparación…y las otras formas incomparablemente hermosas de nuestro folklore (anónimas, colectivas, empíricas, tradicionales), aunque adolezcan de la tremenda falla de no alimentar la recaudación de los derechos de autor…”.
Su pensamiento es también un homenaje y reivindicación de los hombres y mujeres de nuestro país del interior que viven en la ciudad de Buenos Aires y su enorme y desordenada periferia. También, por supuesto, a nuestros hermanos de los países vecinos del continente que, con sus prácticas, costumbres, normas, cantos y poesía luchan diariamente, como pueden y con suerte dispar, contra el desarraigo y la discriminación derivada de una cultura colonizada y una economía portuaria y deformada por el centralismo porteño y la dependencia. “Grupos populares de diversas regiones del país se miran como extranjeros en nuestra misma patria, porque se desconocen recíprocamente. Millones de personas en las grandes ciudades ignoran en absoluto como viven y sienten los hermanos argentinos de remotas provincias”.
En todo ello reside la importancia de conocer el pensamiento de este notable investigador, destinado a la reivindicación de lo nuestro, lo nativo, lo indígena, lo criollo. Darle a las formas de cultura y expresión mestizas, en especial la procedente de los pueblos del interior de nuestra patria, la categoría de arte y ciencia. Es decir, su tarea de estudio le ha dado un golpe certero a la falsa dicotomía civilización o barbarie. Otorga fundamento científico a lo que hasta entonces era cosa menor proveniente de la patria profunda, y al pensamiento nacional. Después de Cortazar no es posible –al menos no con pretextos de supuesta falta de validación científica- el desprecio de las formas culturales autóctonas. Aquellos que denigran lo nacional y criollo, frente a Cortázar, están obligados a rendirse, o a confesar sus intenciones políticas. Porque “nuestra cultura tradicional es el más preciado tesoro colectivo y lo cambiamos por novedades a veces insignificantes”; sino veamos como se mantiene en escena la cultura expresada en idioma inglés dominando la plana central de los diarios, las revistas, las radios y la televisión. Frente a ello el pensamiento de nuestro autor demuestra el grado de cientificidad que alcanzan las expresiones culturales nativas, en todas sus variadas expresiones. Después de él no es posible hablar del folklore como un arte menor.
La reivindicación de lo extranjero, la hegemonía de la cultura sajona, nuestra colonización cultural, es duramente golpeada por Cortazar. Su estatura intelectual, pero por sobre todo su lugar de importancia en el pensamiento nacional, marcan la importancia de que su trabajo sea conocido fuera del específico ámbito del claustro académico.
JA

Cortázar, Augusto Raúl: “Folklore y Literatura”. Buenos Aires. Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964.
"Augusto Raúl Cortázar a un año de su muerte”, de Fernando R. Figueroa, publicado en El Tribuno el 14-9-75, extractado en http://www.folkloredelnorte.com.ar (última consulta el 19 de mayo de 2007).
“‘El Cabecita Negra’ o las categorías de la investigación etnográfica en la Argentina”, de Rosana Guber, en Revista de Investigaciones Folclóricas. Vol. 14: 108-120 (1999)

Publicado en Los Malditos, Tomo III, Ed. Madres de Plaza de Mayo, 2009. 
Foto: ARC, de la Universidad Nacional de Salta.

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