Nació el 17 de junio de 1910
en la provincia de Salta, ciudad capital, pero gran parte de su vida
transcurrió en la ciudad de Buenos Aires, lugar donde falleció el
16 de septiembre de 1974. Ejerció la docencia universitaria hasta
que en el mes de junio de ese año renunció a la Universidad de
Buenos Aires, empujado como tantos otros por la asfixia de la
intolerancia y los tiempos oscuros que se avecinaban definitivamente
sobre el país. Además de docente fue escritor, investigador y
divulgador incansable del conocimiento sobre las cosas nuestras,
hacedor de un aporte fundamental en el campo del estudio del folklore
argentino.
En Buenos Aires cursó sus
estudios universitarios hasta recibirse de abogado, profesor en
letras, bibliotecario y obtener el título de Doctor en filosofía y
letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires. Algunos de los
títulos de sus libros publicados son: "Qué es el folklore.
Planteo y respuesta con especial referencia a lo argentino y
americano" (1954), “Indios y gauchos en la literatura
argentina” (1956), “Andanzas de un folklorista” (1964),
“Folklore y Literatura” (1964), “Esquema del Folklore:
Conceptos y Métodos” (1965), “Poesía Gauchesca Argentina”
(1969), “Ciencia folklórica aplicada” (1976, edición póstuma),
entre muchos otros. Dictó clases y obtuvo cargos docentes en la
Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina,
además de concurrir como invitado a numerosas universidades
nacionales y extranjeras. También desempeñó otros cargos como el
de director del Fondo Nacional de las Artes, desde su creación en
1953 hasta 1974. Fue el creador de la licenciatura en Folklore en la
Facultad de Filosofía y Letras, casa de estudio en la que llegó a
ser nombrado como miembro académico del Consejo Directivo. En
materia de divulgación también tuvo actividad radial en Radio
Nacional, entre otras emisoras. La mayoría de sus obras fueron
publicadas por la Editorial Universitaria de Buenos Aires.
En su dilatada carrera
académica y de estudios, hay que destacar que fue miembro de
diferentes y reconocidas instituciones del quehacer cultural del país
y del extranjero, entre ellas: la Academia Nacional de Historia
Argentina, la Real Academia de la Historia de Madrid, la Sociedad
Folklórica de México, el Instituto Histórico y Geográfico
Brasilero, la Sociedad Peruana de Folklore, la Internacional Society
for Folk Narrative Research y de la Universidad de California (USA),
la Sociedad Folklórica del Uruguay y del Instituto San Felipe y
Santiago de Estudios Históricos de Salta.
Sin embargo, a pesar de tanto
nombramiento, Augusto Raúl Cortázar es un caso especial de
postergación y olvido cultural. Salones de importantes
instituciones, salas de bibliotecas, bibliotecas incluso, algún que
otro premio, entre otros lugares –la feria de artesanías del
festival de Cosquín, por ejemplo-, llevan su nombre. Pero tal uso
recurrente no parece corresponder con el estudio de su obra. Invito
al lector a recorrer las librerías más importantes de la ciudad de
Buenos Aires y notará con cierta sorpresa que sus libros se
mantienen en la sombra, o están agotados desde hace años o ni
siquiera han sido registrados en los catálogos. Para acceder a ellos
es necesario visitar librerías de viejo o de venta de textos usados
en algún parque, o las bibliotecas especializadas.
Su obra suele ser citada y
recorrida por los alumnos y estudiosos del folklore y la
correspondiente especialidad de la antropología, pero lo cierto es
que aún hoy su nombre es ignorado por los usuarios de los grandes
medios de comunicación –con honrosas excepciones- y, por
consiguiente, por las mayorías a quienes, en definitiva, su
pensamiento se dirigía. Las ciencias sociales tan complacientes con
las doctrinas europeas, en general y con la excepción de la ciencia
folklórica, lo ignoran. Incluso a veces es citado como una
curiosidad, sin dar cuenta de que en su obra se juega a fondo la
valorización del hecho cultural nacional y americano en la vida de
nuestros pueblos. Su obra es un aporte sustancial al pensamiento
nacional y latinoamericano y, tal vez por ello, se puede afirmar sin
temor a exageraciones que su destino ha corrido la misma suerte que
el del folklore en nuestro país en su lucha desigual contra la
cultura y música sajona. Sus ideas e intereses son un imprescindible
aporte al conocimiento de nuestra Argentina profunda, lo que nos
sugiere que por tal motivo su pensamiento es relegado del mismo modo
en que lo ha sido durante todos estos años un proyecto de nación
que priorizara lo nuestro. Veamos un poco.
Uno de sus principales
intereses era el de ayudar a clarificar los conceptos, contra “las
confusiones que la experiencia diaria nos ofrece”,
en especial conjurar los efectos de la polisemia de la palabra
folklore. Imaginémonos un pueblo rural, con la vida consustanciada
con su ambiente natural fiel a sus costumbres, nos dice Cortázar,
“esa gente afianza
su fe en la experiencia colectiva más que en los dictados de la
teoría, se apega al libre obrar de su espontaneidad más que a las
reglamentadas instituciones oficiales”.
Allí se celebra una fiesta en la que “los
cantores entonan sus coplas acompañados por el son de la caja. Lo
hacen espontáneamente, con un arte ‘no aprendido’ en libros ni
academias, sino captado empíricamente de la misma vida, que es su
maestra suprema. Todos se sienten intérpretes en el doble sentido de
expresar artísticamente una letra y una melodía consabidas, y
también sentirse ‘uno del común’ que pone en función algo del
acervo de la comunidad, conocido por todos. No se sabe ni interesa
recordar quién fue el autor originario; el nombre se ha borrado con
el pasar de los años y acaso de los siglos; pero con mayor razón
aún se ha esfumado por la actitud colectiva de saberse copartícipes
de ese tesoro poético”.
Estamos frente a un auténtico fenómeno folklórico, “puesto
que es un hecho popular, cumplido espontáneamente por integrantes
del grupo Folk, que lo han asimilado en forma empírica e
interpretando por su parte, con matiz regional, un bien de la
herencia tradicional y anónima que sus coterráneos comparten; sólo
falta agregar que el canto no se entona arbitrariamente en cualquier
momento, lugar y oportunidad, como un capricho puramente individual,
por el contrario, la canción (el fenómeno folklórico de que se
trate) se produce porque satisface una necesidad colectiva
(artística, mágica, religiosa, lúdica, etc.).”
En este relato Cortázar define las características del folklore:
es popular, oral, anónimo, empírico, regional, tradicional y
funcional a la comunidad.
A la vez, el folklore tiene
sus propias ‘proyecciones’,
que es la reinterpretación de sus formas artísticas en otro tiempo
y espacio, en otro ambiente geográfico y cultural, inspirada en
aquél pero por autores identificados, con estilo propio y con miras
al gran público, en general urbano. Pero estas ‘proyecciones’
–por ejemplo, las formas musicales de hoy-, en virtud de que la
cultura popular está en movimiento y en incesante cambio, pueden ser
elegidas si con el tiempo son asimiladas y reelaboradas por el
pueblo, tornándose en ‘folklore’ en el sentido antes definido
–oral, anónimo, popular, etc.- vitalizando su propia existencia.
Cortázar da ejemplos en nuestra historia: “las
danzas de salón metamorfoseadas en bailes nativos, los versos áureos
de los poetas del Siglo de Oro hispánico que hoy tintinean gozosos
en rondas infantiles o se estremecen de un sentido nuevo en el canto
nativo de remotos confines de América”.
Incluso Cortázar aporta elementos para criticar la denominada
“leyenda negra” de la conquista española y la época colonial,
sin por ello caer en la “leyenda rosa”. En la folklorización
americana de textos de poetas individuales españoles, sostiene que
“la América
recién descubierta y conquistada reclama su intervención en el
proceso y tuerce el rumbo de la tradición hispánica”.
Es decir, no existe el
folklore de por sí, de modo innato, sino que solo hay relatividad
cultural, histórica y geográfica. “Ningún
fenómeno folklórico nace como tal, sino que llega a serlo a través
de un proceso cultural e histórico”.
Esto significa que el pueblo es el hacedor de su propia cultura, y
ella tiene el máximo valor artístico que cualquier cultura de
cualquier pueblo pueda tener, sin disminuciones ni rasgos de
inferioridad, porque el pueblo puede que “carezca
de ‘letras’ pero está henchido de cultura”.
La aparente simplicidad de las formas no justifica su falsa
caracterización de ‘primitivismo’. Es el paradójico milagro de
los “analfabetos
profundos” que
pueden carecer de las luces de las ‘letras’ pero son poseedores
y, por sobre todo, protagonistas de una cultura que los atraviesa y
da sentido comunitario de vida.
Sin duda, como ya mencionamos,
hay en esto un aporte fundamental para el pensamiento nacional y
latinoamericano, en especial frente al eurocentrismo. Cortázar
menciona “la
prodigiosa aptitud del folklore (y de los escritores que en él se
inspiran fielmente) para reelaborar materiales y motivos universales
y al parecer eternos de modo que aparezcan espontáneamente propios”;
ello “es el
resultado de esa síntesis cultural que logra armonizar, en un solo
fruto, lo lugareño y lo universal”.
Y con todo esto, hay algo que Cortázar tenía en la mira. “El
mal está a la vista”,
señalaba al mencionar a las difusiones culturales de los medios
masivos de comunicación, a la deformación de lo ‘folklórico’
que produce estar bajo el mandato de ese “gigantesco
mecanismo económico”.
Y alertaba, “es el
público mismo quien debe reaccionar, quebrando por su base la
espiral del negocio, arrojando a los mercaderes del templo. No podrá
hacerlo hasta que no tenga elementos de juicio, pautas de valores,
criterios para aquilatar lo que se le ofrece”.
“Uno de los
remedios, lejos de la coacción de la autoridad en materia artística,
reside en extender cada vez más la enseñanza mínima de qué es
folklore; en mostrar y alentar las expresiones auténticas, para que
pueda juzgarse por comparación…y las otras formas
incomparablemente hermosas de nuestro folklore (anónimas,
colectivas, empíricas, tradicionales), aunque adolezcan de la
tremenda falla de no alimentar la recaudación de los derechos de
autor…”.
Su pensamiento es también un
homenaje y reivindicación de los hombres y mujeres de nuestro país
del interior que viven en la ciudad de Buenos Aires y su enorme y
desordenada periferia. También, por supuesto, a nuestros hermanos de
los países vecinos del continente que, con sus prácticas,
costumbres, normas, cantos y poesía luchan diariamente, como pueden
y con suerte dispar, contra el desarraigo y la discriminación
derivada de una cultura colonizada y una economía portuaria y
deformada por el centralismo porteño y la dependencia. “Grupos
populares de diversas regiones del país se miran como extranjeros en
nuestra misma patria, porque se desconocen recíprocamente. Millones
de personas en las grandes ciudades ignoran en absoluto como viven y
sienten los hermanos argentinos de remotas provincias”.
En todo ello reside la
importancia de conocer el pensamiento de este notable investigador,
destinado a la reivindicación de lo nuestro, lo nativo, lo indígena,
lo criollo. Darle a las formas de cultura y expresión mestizas, en
especial la procedente de los pueblos del interior de nuestra patria,
la categoría de arte y ciencia. Es decir, su tarea de estudio le ha
dado un golpe certero a la falsa dicotomía civilización o barbarie.
Otorga fundamento científico a lo que hasta entonces era cosa menor
proveniente de la patria profunda, y al pensamiento nacional. Después
de Cortazar no es posible –al menos no con pretextos de supuesta
falta de validación científica- el desprecio de las formas
culturales autóctonas. Aquellos que denigran lo nacional y criollo,
frente a Cortázar, están obligados a rendirse, o a confesar sus
intenciones políticas. Porque “nuestra
cultura tradicional es el más preciado tesoro colectivo y lo
cambiamos por novedades a veces insignificantes”;
sino veamos como se mantiene en escena la cultura expresada en idioma
inglés dominando la plana central de los diarios, las revistas, las
radios y la televisión. Frente a ello el pensamiento de nuestro
autor demuestra el grado de cientificidad que alcanzan las
expresiones culturales nativas, en todas sus variadas expresiones.
Después de él no es posible hablar del folklore como un arte menor.
La reivindicación de lo
extranjero, la hegemonía de la cultura sajona, nuestra colonización
cultural, es duramente golpeada por Cortazar. Su estatura
intelectual, pero por sobre todo su lugar de importancia en el
pensamiento nacional, marcan la importancia de que su trabajo sea
conocido fuera del específico ámbito del claustro académico.
JA
Cortázar, Augusto Raúl:
“Folklore y Literatura”. Buenos Aires. Editorial Universitaria de
Buenos Aires, 1964.
"Augusto Raúl Cortázar
a un año de su muerte”, de Fernando R. Figueroa, publicado en El
Tribuno el 14-9-75, extractado en http://www.folkloredelnorte.com.ar
(última consulta el 19 de mayo de 2007).
“‘El Cabecita Negra’ o
las categorías de la investigación etnográfica en la Argentina”,
de Rosana Guber, en
Revista
de
Investigaciones Folclóricas. Vol. 14: 108-120 (1999)
Publicado en Los Malditos, Tomo III, Ed. Madres de Plaza de Mayo, 2009.
Foto: ARC, de la Universidad Nacional de Salta.
Foto: ARC, de la Universidad Nacional de Salta.
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