sábado, 25 de mayo de 2019

SINCERAMENTE, LA FORMULA. REFLEXIONES EN TORNO A UNA DECISIÓN FUNDAMENTAL | Resumen Nacional




Sinceramente, la fórmula. Reflexiones en torno a una decisión fundamental.

El sábado pasado Cristina anunció por las redes sociales, su decisión de lanzar la candidatura presidencial de Alberto Fernández, a la par de su acompañamiento como Vice. La definición de la fórmula presidencial constituye un gran hecho político de fuerte impacto y trascendencia para la vida del país. Por un lado, es el mayor gesto de apertura política posible por parte de quién es la líder política más fuerte del país, en dirección a la formación de un frente patriótico, amplio y fuerte para derrotar políticamente al oficialismo oligárquico, a la vez que le arrebata la iniciativa y lo arrincona obligándolo a definirse. De paso, coloca al grupo denominado Alternativa Federal (que no es ni federal ni mucho menos alternativa), a definirse ideológicamente. Las dos alas del partido oficialista ven así profundizadas sus dificultades y tensiones internas, motivadas principalmente por la crisis social provocada por las políticas que implementan unos y avalan los otros.
El punto de partida del análisis debe ser el reconocimiento que la mayoría creíamos que Cristina era la persona indicada para ser candidata presidencial, tanto por el liderazgo que ejerce sobre buena parte de la población, como por la larga y sobrada experiencia de gestión. Pero de la misma manera hay que reconocer que ha sido justamente su propia decisión la que ha dado vuelta los términos de la fórmula.

Alberto Fernández no es una figura protagonista del ciclo anterior, al modo de Agustín Rossi o Axel Kiccilof, y su principal prestigio le viene por haberse colocado en un lugar central en el armado reciente de Cristina, y era, a plena luz del día, su operador político principal, lo que hacía pensar para él, un destino de jefe de campaña y jefe de gabinete, de acuerdo, además, con su trayectoria.

Varias cuestiones avalan la decisión de Cristina. En primer lugar, por la relativa rápida resolución de la cuestión del candidato, sin esperar hasta último momento para saber si ella se presentaba o si señalaba a otro como candidato. Por otro lado, se buscar eludir las intenciones proscriptivas, como ocurrió en el caso de Lula en Brasil. A su vez, mitiga, de alguna manera, la agresión mediática que, bien vale tenerlo siempre presente, ha tenido y tiene el carácter de guerra psicológica con el sello del imperialismo norteamericano. Aunque, si bien AF parece tener la intención de atenuar la denominada grieta, será solo cuestión de tiempo advertir lo contrario; ya que en definitiva la grieta, con mayor o menor intensidad, no revela más que antagonismos históricos en nuestra sociedad que, hasta tanto se derrote políticamente al orden oligárquico, persistirá bajo la forma que sea.

También, no debe subestimarse el desgaste y agotamiento personal, el cual incluso se vio con las licencias por motivos de salud tomadas durante su segundo mandato, agravada en la actualidad por la situación persecutoria contra su hija. La cobertura mediática del juicio contra la ex Presidente, previsible pero igualmente irritante, así como la rapidez innecesaria de su inicio, evidencia otra parte de los motivos de la decisión tomada. Todo esto sin obviar lo dicho al principio, en cuanto a la búsqueda de una amplitud política, como la mejor prenda de unidad posible de parte Cristina, aunque aún este por verse su real alcance.

Nada de esto nos distrae de reparar, de reojo nomás, el problema del liderazgo entre quien es la jefa política de un movimiento político y quien, triunfo electoral mediante, será el jefe del gobierno; lo cual, mientras dure la campaña, supongo, quedará en suspenso.


Entre el interés nacional y la crisis.



La alianza PRO-UCR significó una ruptura del orden económico, público e institucional del país. Como hemos dicho desde el inicio de la gestión, no fue una alternancia democrática entre fuerzas más conservadoras o progresivas, sino una lisa y llana ruptura del curso autónomo del país. Incluso su llegada al poder estuvo ligada a una guerra psicológica durante todo el segundo mandato de Cristina, especialmente en 2015. No olvidemos que hasta la figura presidencial fue desplazada del poder un día antes del vencimiento de su mandato, por una orden judicial, a modo de un adelanto experimental de la obscena persecución que se vendría contra políticos, sindicalistas y dirigentes sociales. El objetivo fue interrumpir el ciclo nacional democrático y hundir al país otra vez en la dependencia y la desigualdad. Y en este punto nos encontramos: con un nuevo régimen de la dependencia establecido y en el medio de una crisis generalizada en todos los aspectos de la vida del país, con la amenaza del abismo.

El próximo gobierno tendrá, entonces, la dificilísima tarea de reiniciar el ciclo nacional, o bien resignarse a ser un mero gestor de una crisis que, seguramente, lo ponga contra las cuerdas y desestabilice hasta un final anunciado. La disyuntiva es una política nacional o la crisis permanente en un país de baja intensidad, como solía decir con mayor desarrollo conceptual Jorge Beinstein. La reconstrucción de aquellos aspectos mínimos necesarios para que una formación social sea considerada una nación, entre ellos, el principal, recuperar un grado de autonomía suficiente tal en el que las decisiones en materia económica se tomen en la Casa Rosada y no en las oficinas del FMI o un banco extranjero. 

AF justamente, promete eso, y su apoyo será manifestación de esa necesidad. Además, cuenta con antecedentes políticos que lo avalan, como su participación del núcleo decisivo del gobierno de Néstor Kirchner, y la confianza que, a todas luces, le dispensa Cristina. Su primer pronunciamiento es relativo a lo que será el tema central de la próxima gestión: el tipo de relación que tenga con el FMI y la manera de tratar el problema de la deuda externa. Dijo que procurará pagarla aunque mediante una renegociación que neutralice los condicionamientos políticos propios de este organismo supranacional.

La deuda se trata de una deuda odiosa, en términos de doctrina internacional, por haber servido únicamente para financiar la una gigantesca y obscena fuga de capitales, y no contar con un correlato en la producción de bienes y servicios para la economía del país. No sirvió para el bienestar de la sociedad y obras públicas de infraestructura, sino para la especulación de la banca extranjera. Pero tal posición, para tener una mínima expectativa de éxito, requiere de una fortaleza regional y geopolítica que, al menos ahora, no existe. De manera que volvemos a la situación inicial de 2005, en la que Néstor Kirchner condujo una renegociación que sirvió para recuperar autonomía. Scalabrini Ortiz defendía la compra de los ferrocarriles ingleses por Perón, afirmando que, más allá del precio nominal pagado, lo que se adquiría era soberanía. La negociación con el FMI se hará en condiciones más gravosas incluso que las llevadas a cabo por Néstor Kirchner, porque en Brasil no está Lula sino Bolsonaro, el gobierno bolivariano de Venezuela no tiene el mismo margen de acción que el de Chávez, y Estados Unidos ha acelerado sus objetivos expansionistas sobre la región sudamericana.
En este contexto, entiendo necesario mantener el reclamo de investigación y repudio de la deuda, pero, en ningún caso como motivo para desechar al flamante candidato AF si éste entiende, como ha afirmado, que el camino es otro. Es cierto que Cristina, alguna vez, alentó otra posibilidad, como una auditoría para conocer el destino de los fondos, pero, en definitiva, no se le puede exigir a AF como si se tratara de profundizar un modelo productivista y soberano que ya no existe, sino de reconstruir buena parte de lo perdido, como punto de partida para un nuevo ciclo nacional y democrático, dentro del cual proponer las transformaciones progresivas. AF es una figura de la política, del peronismo, y por lo tanto, no está exenta de los problemas de una clase política golpeada y debilitada en medio de un país llevado a la dependencia nuevamente, sujeta a todas las presiones de los poderes económicos iigados a los fuertes intereses extranjeros, que buscan, eficazmente, doblegarla. 
Aún así, y justamente por eso tal vez, este nuevo escenario no debe cancelar el ejercicio de la crítica justa, orientada hacia la defensa del interés nacional, la justicia social y el fortalecimiento de las organizaciones populares y de los trabajadores; así como equilibrada, para evitar que, desde un supuesto idealismo de izquierda, se tribute a los intereses de la oligarquía, ansiosa por debilitar cualquier expresión nacional, por débil y dificultoso que sea el camino. Como tantas veces, la necesidad de poner sobre la mesa la necesidad de un programa de país que realice en todos sus términos, la liberación nacional y social, debe servir para fortalecer y no para limar las chances de las fuerzas políticas nacionales en movimiento. Y este movimiento, como siempre ocurre en la política, se realizará en el curso de los hechos concretos, más allá de los discursos y predicciones.

DON LUCERO, 23/05/2019.

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