Las
elecciones presidenciales en Brasil han mostrado un escenario en donde aparecen
delineados fuertemente dos campos habitados por proyectos contrapuestos. Las
candidaturas de Jair Bolsonaro y Fernando Haddad expresan ese
alineamiento de fuerzas sociales, enfrentadas históricamente y con raíces
geográficas y regionales, con fuertes implicancias geopolíticas. Sobre estas
últimas hemos hablado en otra oportunidad, pero lo haremos con un poco más de
desarrollo en otro momento, aunque señalemos que esa división está presente en
varios países de la región, con diferente intensidad, características y grado
de apoyo y movilización, como Venezuela, Ecuador y nuestra Argentina. Una
visión que tiende al crecimiento interno, redistribución social y a formar un
bloque continental autónomo, choca con la reacción de las oligarquìas locales
aliadas al interés imperialista. La destitución de Dilma Rousseff, en 2016, tuvo el significado
de interrumpir el proceso de intentar construir un espacio nacional democrático
en Brasil.
Ahora, las elecciones presentes colocan al país hermano en
la disyuntiva de convalidar el retroceso general del país impuesto por la
política del régimen oligárquico o ensayar una salida política progresiva.
El
ascenso de Bolsonaro.
La victoria de Bolsonaro, el candidato del Partido Social Liberal (PSL), en
la primera vuelta, ha sido vista con agrado por los grandes grupos económicos. Sin ingresar en los asuntos propios del pueblo brasilero, heterogéneo
y populoso, con regionalismos marcados y sumidos en una descomunal desigualdad
social, se advierte a primera vista una pronunciada distribución geográfica del
voto. En la mitad sur del país (Minas Gerais, Rio de Janeiro, Sao Paulo, Paraná, Rio Grande do
Sul), y en las grandes ciudades del litoral, aquél obtuvo
su base electoral. En cambio, el Nordeste se vistió de rojo, con el mayoritario
apoyo a favor de Haddad,
Bolsonaro es una figura oscura y proveniente de la misma clase
política que, supuestamente, viene a cuestionar. Fue quien justificó su voto por la destitución de Dilma, en memoria
de la dictadura militar que la había encarcelado y....del torturador que la
había torturado. Semejante actitud es un agravio a todas las democracias de la
región. Sin perjuicio de esto, habrá que ver cómo juega la insistencia en la
dicotomía democracia o fascismo, recurrida por la campaña del PT, que, como es
sabido, no es de utilidad para explicar la realidad de nuestros países, donde
justamente fueron los regímenes populares los así solían ser adjetivados por la
cultural dominante. En el contexto de una grave y sostenida crisis económica,
con una recesión cuyos antecedentes se remontan al último gobierno del PT,
parece una superficialidad dejar el hueso sin roer a fondo.
Cabalgando entre la anti
política, el odio de clase y el mesianismo religioso, Bolsonaro rinde tributo al régimen conservador
y antinacional, agresor de la integración latinoamericana, aliado del imperialismo de los Estados Unidos, aunque no sea del
todo confiable para el establishment. Atención con esto. El candidato
principal de las clases dominantes había sido Geraldo Alckmin del Partido
Social Demócrata de Brasil (PSDB), el mismo que gobernó con
Henrique Cardoso, pero su declinación política hizo que sus electores fugaran
hacia Bolsonaro. Algunos analistas
dicen que fue por haber integrado el gobierno de Temer, caído en desgracia, y
otros ponen el acento en su “antipetismo” rabioso, incitado desde los medios de comunicación y el
poder judicial que, al acentuar la división, las aguas derivaron hacia el más
radicalizado.
El asunto es que el PSL se convirtió en el
plan B del régimen dominante. “Brasil por encima de todo, Dios por
encima de todos”, fue uno de los lemas del PSL Católico, militar,
eterno legislador sin casi iniciativas conocidas, contó con el apoyo
de una poderosa alianza integrada por las Iglesias Evangélicas, y la TV Record, la cadena
televisiva segunda más vista después de TV O Globo. Detrás de él, asoman la
industria de las armas, los sectores conservadores del Poder Judicial, las
fuerzas armadas, los grupos mineros, el sector financiero –el predominante- y
el agro negocio.
La base electoral comprende una alianza entre las elites y
los sectores medios, ligados entre sí por el odio de clase y el miedo, agitado
por los medios concentrados de comunicación para demonizar al PT. El candidato cosecha, por sobre todo, el mencionado odio “antipetista”, cultivado desde la oposición durante los años de Lula y
Dilma, e incluso basado en el odio hacia la izquierda y el gremialismo muy presente
en la historia de ese país en el siglo XX.
El odio verbalizado hacia las minorías, los
pobres, los indígenas, las mujeres y la diversidad sexual, no es más que el
odio de las elites dominantes practicado tradicionalmente en ese país -común en las elites latinoamericanas-, ahora, por momentos de caricatura. Esta mediocre visión revela,
por un lado, la renovación de la tradicional incomprensión de la condición
mestiza país que pretende gobernar, lo cual, de alcanzar la presidencia, será la
causa de su declinación final. ¿Cómo no contrastarlo con desarrollos profundos,
disímiles pero democráticos, por la reivindicación de las identidades
colectivas y su preocupación por los procesos de integración, como los de Darcy
Ribeiro o Roberto Cardoso Oliveira, entre tantos? El crimen impune de Marielle
Franco, una concejal negra, feminista lesbiana y militante de izquierda, en Río de
Janeiro, la intervención militar de favelas cariocas que puso a las fuerzas de
seguridad local al servicio de una autoridad militar federal, indican una
regresión autoritaria que contrasta con el treinta aniversario de la
Constitución de 1988 sancionada en democracia.
Y por otro
lado, también revela una debilidad
ideológica que lo torna presa fácil de ideologías más potentes y con el interés
puesto en el imperio. Así, a Bolsonaro ya lo rodeó la internacional
financiera, con Paulo Guedes como el autor de su programa económico, un alumno
destacado de la Escuela de Chicago, admirado por sus colegas chilenos. Mientras
aquél anuncia represión y persecución, éste planifica privatizaciones,
impuestos regresivos y entrega del patrimonio público y de los hidrocarburos al
capital extranjero.
Allí, asoma el recuerdo
de Collor de Melo más que
el de los dictadores de los años 1960.
Para terminar, la comparación de su figura con la de Donald Trump nos recuerda
eso que no es posible confundir el nacionalismo de un país imperialista con el de los
países oprimidos. Pero además, lo más probable –por los indicios existentes y
la alianza que lo sustenta- es que sea apenas un débil gestor de la crisis de dependencia
y recesión inducida, y de la entrega de los recursos de su patria.
Cualquiera
sea el resultado final de la elecciones, estará marcado por la proscripción a
Lula,
Cuestiones de la Patria | 09 de octubre de 201
Cuestiones de la Patria | 09 de octubre de 201
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