Las
crisis de nuestros países en Latinoamérica tienen origen en las
políticas deliberadamente destructivas de los regímenes
oligárquicos y aliados a Estados Unidos. Las políticas
reaccionarias predominantes imponen una concepción mínima del
estado, hasta incluso llegar a límites de su quiebre o abandono.
En
Brasil, se impuso una reforma laboral altamente regresiva, hay un
retroceso enorme del estado en su rol de motor de la economía, como
en el caso del congelamiento del presupuesto en educación y salud
(¡por veinte años!) impuesto por una reforma constitucional, así
como una política que favorece el interés del capital extranjero
por sobre el interés nacional en la política de hidrocarburos, en
especial en el retroceso de Petrobras por las concesiones en los
yacimientos de pre-sal. En Argentina, el presupuesto para el año
próximo prevé la reducción en 30% del gasto público en inversión
de obra, lo que anticipa la profundización de la caída del mercado
interno y la recesión económica inevitable, y expresa el abandono
del Estado de sus funciones esenciales. A la vez, el endeudamiento
externo acelerado y suicida, coloca a los recursos públicos a merced
del poder financiero internacional, como el caso del Fondo de
Garantía de Sustentabilidad del ANSES y los yacimientos de
hidrocarburos de Vaca Muerta, y otras fuentes muy valiosas de
minerales y aguas. El retraimiento estatal debilita a la vez la
capacidad de acción de YPF. Para peor, la suma de la inflación
alta, genera un escenario de transferencia de recursos desde los
sectores sociales de raíz nacional –vinculados al mercado interno-
hacia los poderes concentrados de la economía –ligados al capital
extranjero-.
En
dirección contraria, el régimen bolivariano en Venezuela direcciona
su política soberana sosteniendo con firmeza su dominio sobre los
recursos naturales, mediante recientes e importantes acuerdos con
China en materia de hidrocarburos. A la vez, elabora una estrategia
de resistencia a la agresión económica del bloqueo de alimentos,
boicot de su petróleo por parte de Estados Unidos, y las sanciones
de embargo, por medio del fortalecimiento de la intervención directa
del Estado en la cadena de comercialización y el de la participación
comunitaria en su producción y distribución. A la vez, Estado
Plurinacional de Bolivia, donde se mantiene la nacionalización de
los hidrocarburos, a la vez que Evo Morales denuncia que la
intervención de los Estados Unidos en el petróleo de Venezuela es
estratégica para sus planes de recolonización.
El
destino del conjunto de los pueblos latinoamericanos se juega, por
partes, en cada uno de los países, pero especialmente lo hace en el
núcleo formado por Brasil y Argentina, a partir del cual puede
proyectarse una unificación continental mayor. Por eso, la lucha de
Lula y el PT es un capítulo fundamental en ese largo y fluctuante
desarrollo que, en lo inmediato, alentaría una reconstrucción del
movimiento de masas en nuestra Argentina. La esperanza de nuestros
pueblos está en mantener lo más alto posible el ideario de la
unidad latinoamericana, el rol activo y planificador del Estado, la
democracia económica y la autodeterminación. El sentido de la
lucha en nuestro continente es por el derecho a la autodeterminación
de los pueblos, frente a la injerencia imperialista de Estados
Unidos: la única posibilidad para el progreso y la paz.
Las
funciones esenciales del estado y el rol activo en la dirección de
las áreas estratégicas de la economía, para sustentar una política
de autodeterminación nacional y del bloque continental, tienen base
especialmente en el dominio de los recursos naturales y su capacidad
de ahorro interno para promover y planificar políticas desde la
inversión. La presión imperialista debilita los espacios
nacionales, mediante la destrucción de la capacidad de conducir de
los estados, la fragmentación de los territorios, el quiebre de
cualquier alianza entre los trabajadores y el capital productivo, y
empuja a nuestros países a que sean simples productores de materias
primas, desde el agro, los minerales, hasta los recursos como los
hidrocarburos y el agua. Se impone la idea que nuestros pueblos no
tienen la capacidad de producir y crear, que estamos inmersos en la
corrupción, en la incapacidad y en la ignorancia, de nuestros
trabajadores, empresarios, dirigentes, funcionarios públicos, y
demás representantes, y por ende, solo la tutela extranjera nos
puede orientar hacia el progreso. Nuevos formatos para actualizar la
vieja dependencia, en un escenario mundial que giró hacia la
multilateralidad, con el protagonismo de potencias con modelos
productivos estatistas, como China y Rusia. La recuperación del
rumbo de unificación continental, en defensa del interés de los
pueblos, por parte de países gobernados por alianzas sociales
amplias y populares, es el único camino viable para superar la
crisis, y digno para dejar atrás la dependencia. De lo contrario, un
escenario de confrontación social, divisiones y, hasta de guerra,
como anuncia el ingreso de Colombia a la belicista OTAN, se abre bajo
los pies de nuestros desamparados pueblos.
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