viernes, 2 de noviembre de 2018

LAS ELECCIONES EN BRASIL: UNA MALA NOTICIA PARA SUDAMÉRICA | Cuestiones de la Patria Grande


El ciclo político reaccionario iniciado en la región sudamericana ha encontrado un punto de consolidación con el resultado de las elecciones presidenciales en Brasil, con el triunfo en la segunda vuelta de Jair Bolsonaro con el 55% de los votos. Cuando en diciembre de 2015 asumió un gobierno neoliberal en Argentina, aún Dilma Rousseff era la Presidente de Brasil y un posible retorno de Lula alentaba la esperanza de disputar el centro del poder político sudamericano, pero ahora, casi tres años después, el escenario declina fuertemente. La posibilidad de recuperar en algún tiempo relativamente cercano, el proceso de integración continental con eje en la autonomía como un bloque en las relaciones internacionales, se aleja.
El ascenso de Bolsonaro por la vía electoral tiene ribetes espureos, dada la proscripción del principal candidato en las encuestas, Lula, y la presión para ello contra los jueces mediante una amenaza de intervención militar de parte de quien es, ahora, el vicepresidente entrante.
Ahora, la importancia de Brasil es indudable. A nivel mundial, es parte de los BRICS –ahora ejerce su presidencia-, y en lo continental, la relación económica y cultural –más que política- con Argentina, la potencialidad de una alianza estratégica para sustentar una integración continental, así como la posesión de grandes recursos naturales –hidrocarburos, minerales, agua y diversidad biológica- y el territorio de unidad política más grande en Sudamérica, lo convierten en un actor central. Pero, dos líneas estratégicas y contrapuestas sobre el rol del país en la región y en el mundo se disputaron la dirección política del Planalto. Una, expresada en los gobiernos del PT, con figuras como Celso Amorim y Marco Aurelio García, e intelectuales como Luiz Moniz Bandeira, priorizaba el acercamiento a la Argentina y el interés por la formación de un bloque regional. El Varguismo es el antecedente histórico en el siglo XX, sobre el cual se asienta esta política. Un perfil protagónico de la integración pero no hegemónico, de relación fluida con Estados Unidos, pero no subordinada, y, menos aún, exclusiva. La conformación de los BRICS y el giro hacia Rusia y China, lo combinó con su incorporación significativa al G-8. Esta política exterior soberana se asentó en la promoción del desarrollo productivo nacional, con eje en el mercado interno y la inclusión de mayorías populares. El sector financiero, al igual que en Argentina, no cesó en su alta rentabilidad, pero el modelo productivo era el eje principal de la política nacional democrática del PT.
La otra línea histórica en materia de política exterior ha sido predominante durante largas décadas, a partir de la dictadura militar de 1964-1985, que no en vano fue la más larga de sudamérica después de la de Stroessner en Paraguay. El nacionalismo militar brasileño, tras los golpes a Getulio Vargas y a Joao Goulart, ha tenido el particular significado histórico de la subordinación a los Estados Unidos como su predilecto instrumento de dominación en la región, con el cual garantiza la fragmentación continental bajo la forma de satélite y una especie de subimperialismo como describía con agudeza el pensador uruguayo Vivian Trías. Esta sumisión se combinó con el apoyo de los Estados Unidos a la industrialización del país, en donde de todas maneras el Estado brasileño mantuvo una presencia fuerte en la economía y la dirección de la defensa de los intereses nacionales. El propósito geopolítico estadounidenses en la región se cumplió destruyendo las condiciones para una alianza entre Brasil y Argentina, promoviendo la industria en uno y liquidándola en nuestro país, donde se agitaba un poderosos movimiento sindical. Esta última posición estaría reactualizándose en Brasil, como instrumento del proyecto de dominación de los Estados Unidos.

Una revisión crítica.
A modo de una necesaria revisión de la historia reciente, vale decir que los movimientos nacionales encontraron, de una manera o de otra, rasgos de agotamiento, principalmente a partir de las dificultades para modificar la estructura social y económica, en la integración regional en áreas estratégicas de la economía, y buscar el fortalecimiento de los sectores populares en su protagonismo social y el debilitamiento de las alianzas sociales policlasistas, a partir de la erosión de la base. En el caso de Brasil, las disidencias razonables del MST y de la CUT derivaron en confrontación contra Dilma Rousseff, mientras que el final se precipitó por un acto de traición del partido aliado principal -el PMDB-, en el contexto de un sistema político profundamente corrupto. Y tanto en Argentina como en Brasil, buena parte de los sectores medios se mostraron vacilantes o directamente brindaron su apoyo fervoroso a las propuestas conservadoras, debilitando así la alianza social nacional popular.
Los hechos se sucedieron como un dominó en caída: las movilizaciones callejeras contra el gobierno promovidas por la Red O´Globo, el Lava Jato, el desconocimiento de Aecio Neves de la victoria escueta de Dilma, la ruptura con el PMDB y la destitución –legal pero ilegítima- de la Presidente, quien acusó a su Vicepresidente Michel Temer, de ser su conspirador principal. La prisión política de Lula, además de mostrar la urgencia de los sectores dominantes por despejar cualquier posible regreso nacional democrático, a la vez revela la impotencia del movimiento popular por dar respuesta eficaz. Todo esto debilitó al PT en el poder y facilitó la reacción destituyente. El régimen se instaló sobre estas condiciones y avanzó todo lo que pudo: reforma laboral, regresión de derechos de los trabajadores y de los sectores populares; lo cual hundió al país entero en una crisis generalizada, económica y de representación política que sirvió de contexto al drama de la inseguridad, la violencia y la desigualdad social.

Crisis y confrontación.
Llama la atención del análisis crítico, la coincidencia de la crisis brasileña con los temas de agenda impuestos por los Estados Unidos en la última Cumbre de las Américas celebrada en Lima, Perú: corrupción y gobernabilidad.  Casualmente, si se quiere, Perú muestra hace tiempo un escenario de crisis política sin otro destino que la impotencia, mediante el asedio judicial criminal contra los principales dirigentes políticos.
El Lava Jato, el caso Odeberecht, el protagonismo de jueces y la actuación de los multimedios concentrados, lastiman las formas de representatividad política, a las organizaciones de defensa de los derechos de los trabajadores, y hasta a los empresarios locales, lastimando al conjunto de las fuerzas productivas. Este golpe a los espacios nacionales tiene el tradicional tono de la agresión imperialista. Las sanciones recientes del imperialismo norteamericano están destruyendo al capital privado nacional, denunció el presidente de Venezuela, mientras anuncia el hallazgo de la segunda reserva aurífera del planeta. Extraordinaria sede de recursos naturales es la nación bolivariana, que junto a Bolivia, Nicaragua y Cuba, conforman el eje de la resistencia continental.
Brasil se encuentra en una crisis económica productiva que se arrastra desde la gestión de Dilma Roussef, con las amenazas de recesión, desocupación, caída del salario real y aumento de la deuda externa. Aún es temprano como para adelantar una opinión definitiva sobre el rumbo económico certero del nuevo gobierno, pero las poderosas fuerzas económicas existentes en Brasil lo consideran propio. Hay hechos de indudable relevancia. Paulo Guedes, un economista que se ha destacado en las lides de los Chicago Boys –hasta en Chile lo recuerdan por eso-, es principal referente y el vocero de los anuncios en la materia. La fusión de los ministerios de industria y comercio con el de hacienda es uno de ellos, y ha sido rápidamente cuestionado por los alarmados sectores industriales y textiles enteramente ligados al mercado interno. ¿Cómo actuarán los intereses industriales, qué tan debilitados están? Sobre esto, es ilustrativa una reciente entrevista a Pedro Celestino en Jornal Do Brasil, figura del empresariado nacional, quien sintetizó el problema: como desde 1930, Brasil está entre quienes defienden un proyecto de interés nacional y los que piensan “para fora”. Y alerta: si seguimos en esta dirección, vamos a equipararnos a Nigeria, que tiene 190 millones de habitantes, es productora de hidrocarburos, pero no tiene política de desarrollo. La vía de crecimiento que elija el gobierno entrante se definirá en la puja entre las diferentes fuerzas económicas y las élites financieras, comerciales, exportadoras e industriales, y el desarrollismo nacionalista que podría haber sobrevivido en el ejército. 
Si está por verse la suerte de los industriales, la de los trabajadores es evidentemente barranca abajo: según la CEPAL, la desocupación en Brasil, donde reside el 40% de los trabajadores latinoamericanos, es la mayor del continente detrás de Haití y Venezuela, a la par que la precarización de sus condiciones de trabajo se ahondó con la peor reforma laboral de su historia, aprobada por la Legislatura Nacional el año pasado, mientras se anuncia una similar en materia previsional.
El nuevo Presidente, quien, cuando votó por la destitución de Dilma, elogió al Coronel Brilhante Ustra, encargado del grupo de represión a los opositores en la dictadura, y acusado de crímenes de tortura que han quedado impunes, también ha calificado de actos terroristas a las medidas de acción y protesta del Movimiento Sin Tierra. Detrás de su lenguaje reaccionario, asoma el tradicional racismo de las elites brasileras. La confrontación social amenaza con ahondar las grietas del país y, junto al seguro mantenimiento de Lula en su encierro, dan motivos de sobra para la preocupación.
1 de noviembre de 2018.

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