Sinceramente,
la fórmula. Reflexiones en torno a una decisión fundamental.
El
sábado pasado Cristina anunció por las redes sociales, su decisión
de lanzar la candidatura presidencial de Alberto Fernández, a la par
de su acompañamiento como Vice. La definición de la fórmula
presidencial constituye un gran hecho político de fuerte impacto y
trascendencia para la vida del país. Por un lado, es el mayor gesto
de apertura política posible por parte de quién es la líder
política más fuerte del país, en dirección a la formación de un
frente patriótico, amplio y fuerte para derrotar políticamente al
oficialismo oligárquico, a la vez que le arrebata la iniciativa y lo
arrincona obligándolo a definirse. De paso, coloca al grupo
denominado Alternativa Federal (que no es ni federal ni mucho menos
alternativa), a definirse ideológicamente. Las dos alas del partido
oficialista ven así profundizadas sus dificultades y tensiones
internas, motivadas principalmente por la crisis social provocada por
las políticas que implementan unos y avalan los otros.
El
punto de partida del análisis debe ser el reconocimiento que la
mayoría creíamos que Cristina era la persona indicada para ser
candidata presidencial, tanto por el liderazgo que ejerce sobre buena
parte de la población, como por la larga y sobrada experiencia de
gestión. Pero de la misma manera hay que reconocer que ha sido
justamente su propia decisión la que ha dado vuelta los términos de
la fórmula.
Alberto
Fernández no es una figura protagonista del ciclo anterior, al modo
de Agustín Rossi o Axel Kiccilof, y su principal prestigio le viene
por haberse colocado en un lugar central en el armado reciente de
Cristina, y era, a plena luz del día, su operador político
principal, lo que hacía pensar para él, un destino de jefe de
campaña y jefe de gabinete, de acuerdo, además, con su trayectoria.
Varias
cuestiones avalan la decisión de Cristina. En primer lugar, por la
relativa rápida resolución de la cuestión del candidato, sin
esperar hasta último momento para saber si ella se presentaba o si
señalaba a otro como candidato. Por otro lado, se buscar eludir las
intenciones proscriptivas, como ocurrió en el caso de Lula en
Brasil. A su vez, mitiga, de alguna manera, la agresión mediática
que, bien vale tenerlo siempre presente, ha tenido y tiene el
carácter de guerra psicológica con el sello del imperialismo
norteamericano. Aunque, si bien AF parece tener la intención de
atenuar la denominada grieta, será solo cuestión de tiempo advertir
lo contrario; ya que en definitiva la grieta, con mayor o menor
intensidad, no revela más que antagonismos históricos en nuestra
sociedad que, hasta tanto se derrote políticamente al orden
oligárquico, persistirá bajo la forma que sea.
También,
no debe subestimarse el desgaste y agotamiento personal, el cual
incluso se vio con las licencias por motivos de salud tomadas durante
su segundo mandato, agravada en la actualidad por la situación
persecutoria contra su hija. La cobertura mediática del juicio
contra la ex Presidente, previsible pero igualmente irritante, así
como la rapidez innecesaria de su inicio, evidencia otra parte de los
motivos de la decisión tomada. Todo esto sin obviar lo dicho al
principio, en cuanto a la búsqueda de una amplitud política, como
la mejor prenda de unidad posible de parte Cristina, aunque aún este
por verse su real alcance.
Nada
de esto nos distrae de reparar, de reojo nomás, el problema del
liderazgo entre quien es la jefa política de un movimiento político
y quien, triunfo electoral mediante, será el jefe del gobierno; lo
cual, mientras dure la campaña, supongo, quedará en suspenso.
Entre
el interés nacional y la crisis.
La
alianza PRO-UCR significó una ruptura del orden económico, público
e institucional del país. Como hemos dicho desde el inicio de la
gestión, no fue una alternancia democrática entre fuerzas más
conservadoras o progresivas, sino una lisa y llana ruptura del curso
autónomo del país. Incluso su llegada al poder estuvo ligada a una
guerra psicológica durante todo el segundo mandato de Cristina,
especialmente en 2015. No olvidemos que hasta la figura presidencial
fue desplazada del poder un día antes del vencimiento de su mandato,
por una orden judicial, a modo de un adelanto experimental de la
obscena persecución que se vendría contra políticos, sindicalistas
y dirigentes sociales. El objetivo fue interrumpir el ciclo nacional
democrático y hundir al país otra vez en la dependencia y la
desigualdad. Y en este punto nos encontramos: con un nuevo régimen
de la dependencia establecido y en el medio de una crisis
generalizada en todos los aspectos de la vida del país, con la
amenaza del abismo.
El
próximo gobierno tendrá, entonces, la dificilísima tarea de
reiniciar el ciclo nacional, o bien resignarse a ser un mero gestor
de una crisis que, seguramente, lo ponga contra las cuerdas y
desestabilice hasta un final anunciado. La disyuntiva es una política
nacional o la crisis permanente en un país de baja intensidad, como
solía decir con mayor desarrollo conceptual Jorge Beinstein. La
reconstrucción de aquellos aspectos mínimos necesarios para que una
formación social sea considerada una nación, entre ellos, el
principal, recuperar un grado de autonomía suficiente tal en el que
las decisiones en materia económica se tomen en la Casa Rosada y no
en las oficinas del FMI o un banco extranjero.
AF
justamente, promete eso, y su apoyo será manifestación de esa
necesidad. Además, cuenta con antecedentes políticos que lo avalan,
como su participación del núcleo decisivo del gobierno de Néstor
Kirchner, y la confianza que, a todas luces, le dispensa Cristina. Su
primer pronunciamiento es relativo a lo que será el tema central de
la próxima gestión: el tipo de relación que tenga con el FMI y la
manera de tratar el problema de la deuda externa. Dijo que procurará
pagarla aunque mediante una renegociación que neutralice los
condicionamientos políticos propios de este organismo supranacional.
La
deuda se trata de una deuda odiosa, en términos de doctrina
internacional, por haber servido únicamente para financiar la una
gigantesca y obscena fuga de capitales, y no contar con un correlato
en la producción de bienes y servicios para la economía del país.
No sirvió para el bienestar de la sociedad y obras públicas de
infraestructura, sino para la especulación de la banca extranjera.
Pero tal posición, para tener una mínima expectativa de éxito,
requiere de una fortaleza regional y geopolítica que, al menos
ahora, no existe. De manera que volvemos a la situación inicial de
2005, en la que Néstor Kirchner condujo una renegociación que
sirvió para recuperar autonomía. Scalabrini Ortiz defendía la
compra de los ferrocarriles ingleses por Perón, afirmando que, más
allá del precio nominal pagado, lo que se adquiría era soberanía.
La negociación con el FMI se hará en condiciones más gravosas
incluso que las llevadas a cabo por Néstor Kirchner, porque en
Brasil no está Lula sino Bolsonaro, el gobierno bolivariano de
Venezuela no tiene el mismo margen de acción que el de Chávez, y
Estados Unidos ha acelerado sus objetivos expansionistas sobre la
región sudamericana.
En
este contexto, entiendo necesario mantener el reclamo de
investigación y repudio de la deuda, pero, en ningún caso como
motivo para desechar al flamante candidato AF si éste entiende, como
ha afirmado, que el camino es otro. Es cierto que Cristina, alguna
vez, alentó otra posibilidad, como una auditoría para conocer el
destino de los fondos, pero, en definitiva, no se le puede exigir a
AF como si se tratara de profundizar un modelo productivista y
soberano que ya no existe, sino de reconstruir buena parte de lo
perdido, como punto de partida para un nuevo ciclo nacional y
democrático, dentro del cual proponer las transformaciones
progresivas. AF es una figura de la política, del peronismo, y por lo tanto, no está exenta de los problemas de una clase política golpeada y debilitada en medio de un país llevado a la dependencia nuevamente, sujeta a todas las presiones de los poderes económicos iigados a los fuertes intereses extranjeros, que buscan, eficazmente, doblegarla.
Aún así, y justamente por eso tal vez, este nuevo escenario no debe cancelar el ejercicio de la crítica justa, orientada hacia la defensa del interés nacional, la justicia social y el fortalecimiento de las organizaciones populares y de los trabajadores; así como equilibrada, para evitar que, desde un supuesto idealismo de izquierda, se tribute a los intereses de la oligarquía, ansiosa por debilitar cualquier expresión nacional, por débil y dificultoso que sea el camino. Como tantas veces, la necesidad de poner sobre la mesa la necesidad de un programa de país que realice en todos sus términos, la liberación nacional y social, debe servir para fortalecer y no para limar las chances de las fuerzas políticas nacionales en movimiento. Y este movimiento, como siempre ocurre en la política, se realizará en el curso de los hechos concretos, más allá de los discursos y predicciones.
Aún así, y justamente por eso tal vez, este nuevo escenario no debe cancelar el ejercicio de la crítica justa, orientada hacia la defensa del interés nacional, la justicia social y el fortalecimiento de las organizaciones populares y de los trabajadores; así como equilibrada, para evitar que, desde un supuesto idealismo de izquierda, se tribute a los intereses de la oligarquía, ansiosa por debilitar cualquier expresión nacional, por débil y dificultoso que sea el camino. Como tantas veces, la necesidad de poner sobre la mesa la necesidad de un programa de país que realice en todos sus términos, la liberación nacional y social, debe servir para fortalecer y no para limar las chances de las fuerzas políticas nacionales en movimiento. Y este movimiento, como siempre ocurre en la política, se realizará en el curso de los hechos concretos, más allá de los discursos y predicciones.
DON LUCERO, 23/05/2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario