Se les denomina gobiernos
neoliberales, pero mejor sería calificarlos de regímenes
oligárquicos. Lo primero, por el quiebre del orden anterior y su
sustitución por uno completamente diferente, al servicio del interés
opuesto. Si el anterior orden se orientaba en dirección de la
autonomía nacional y del bloque regional, el actual renuncia a la
soberanía y se entrega a la dependencia del poder financiero
occidental y los Estados Unidos. Se trata de la imposición de un
nuevo sistema político, económico, social y cultural. El adjetivo
calificativo de oligárquico lo amerita por el contenido de clase del
dominio: a la tradicional clase terrateniente y burguesías
exportadoras e importadoras, se le suman los grandes bancos
extranjeros, las mineras, la petroleras foráneas, los multimedios
concentrados, los monopolios de la alimentación y el comercio.
Estos
regímenes oligárquicos tienen una inspiración económica
neoliberal, que hace recordar al Consenso de Washington de los años
1990: librecambio y de flujo de capital, deuda externa y fuga de
capitales, ajuste fiscal, flexibilización laboral, privatización de
áreas estratégicas, etc.. Pero el régimen económico que buscan
imponer no es igual. Aquél se nutría de un incesante flujo de
capitales que venía desde un centro imperialista que extendía su
dominio, con el FMI y la OTAN de alfiles, por la mayor extensión del
planeta posible. Tras la caída de la Unión Soviética y el bloque
del Este, se expandía la globalización financiera, con base en la
apropiación de bienes y servicios locales. La cooptación y
declinación de los viejos movimientos nacionales fue la
característica de la época; el menemismo y el PJ en Argentina,
Salinas de Gortari y el PRI en México, Sanchez de Lozada y el MNR en
Bolivia, y hasta el caso de la figura ex populista de Henrique
Cardoso. Abandonado el camino de la revolución nacional, se
dedicaron a transitar la declinación por vía de gestionar los
intereses del imperialismo norteamericano. Pero ahora, ese poder
financiero occidental es el que ha entrado en declinación a nivel
mundial, al igual que el poder militar de los Estados Unidos y sus
socios menores. Y además han surgido potencias nacionales como
Rusia, India, Pakistán, Indonesia, entre otras, y el desafío de
China, dando formas a un nuevo orden geopolítico de perfil
multipolar, superador del inicial unilateralismo yanki. Se le torna,
así, imprescindible el aseguramiento imperial de la región centro y
sudamericana, desde donde fortalecerse para batallar en la lejana
zona núcleo del mundo.
La
caída permanente como forma de dependencia.
Este
desacople actual entre ese neoliberalismo económico y el presente
álgido del imperialismo financiero y político de los Estados
Unidos, provoca tensiones amenazantes en la cuerda sobre la cual se
anuda la dominación. La postergación del Tratado de TransPacífico
debilitó los planes de sometimiento en los términos programados,
pese a que insisten en su remedo, el Acuerdo Mercosur Unión Europea
y los bilaterales de comercio. Así es como los economistas de
diferentes partes del continente diagnostican la inconguencia e
inestabilidad de las políticas económicas neoliberales, cuyo efecto
es la crisis constante. A esto se le suma la conflictividad social en
aumento que provoca la exclusión, la miseria, la falta de trabajo,
la destrucción de las industrias, las desigualdades, para lo cual la
respuesta es la vía represiva.
En
Brasil, la prisión política y proscripción judicial de Lula se
combina con un aumento notable de la pobreza, estancamiento
industrial y el riesgo de una nueva recesión; mientras en nuestra
Argentina el PBI cae y, recesión mediante, ha iniciado el camino de
la cesación de pagos y la dolarización, y….existen presos
politicos.
También
hay que contar la situación política de Colombia, donde el proceso
de paz está en jaque con una persistente masacre de dirigentes
sociales: de Perú, con un ex presidente obligado a renunciar; de
Ecuador, donde se persigue a Rafael Correa; a la vez que Venezuela y
Bolivia son amenazados por conspiraciones, acciones terroristas,
bloqueos económicos y amenaza de una directa intervención militar.
Las democracias se derrumban pero no por golpes de estado que
originan ciclos de dictaduras cívico militares, como otrora, sino
por políticas que inducen a los países a una sostenida crisis
política y económica, de la que no se puede esperar sino su
profundización.
Pero
toda esta inestabilidad generalizada no significa necesariamente que
los regímenes oligárquicos caigan; sino, el abandono de los
proyectos nacionales, la demolición de las instituciones de
participación política y el hundimiento de nuestros países. No hay
estabilidad, pero los estados se deterioran, los pueblos se debilitan
y toda forma de organización con miras hacia dentro -desde las
industrias locales y los mercados internos hasta los sindicatos y
comunidades- se destruye.
Entonces,
el objetivo de imponer un nuevo modelo de dependencia se realiza
mediante el debilitamiento de los estados y la instalación de lo que
Jorge Beinstein denomina “economías de baja intensidad”; cuya
deriva es, en definitiva, la depredación de los espacios nacionales
y el quiebre de cualquier atisbo de resistencia popular. Sería la
crisis permanente como forma de la proyección imperialista sobre la
región latinoamericana. Pero, ¿cuánto tiempo se puede tardar en
producirse el colapso de estos regímenes? ¿Cuánto en producirse
una confrontación social de consecuencias no previsibles? ¿Podrán
las resistencias sociales y populares construir una alternativa
política viable que nos evite seguir por el desfiladero? La vocación
por el optimismo nos hace confiar en la capacidad de aprendizaje de
nuestros pueblos para hacer el cálculo.
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