miércoles, 12 de septiembre de 2018

CRISIS Y DEPENDENCIA EN LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS | Cuestiones de la Patria Grande


Se les denomina gobiernos neoliberales, pero mejor sería calificarlos de regímenes oligárquicos. Lo primero, por el quiebre del orden anterior y su sustitución por uno completamente diferente, al servicio del interés opuesto. Si el anterior orden se orientaba en dirección de la autonomía nacional y del bloque regional, el actual renuncia a la soberanía y se entrega a la dependencia del poder financiero occidental y los Estados Unidos. Se trata de la imposición de un nuevo sistema político, económico, social y cultural. El adjetivo calificativo de oligárquico lo amerita por el contenido de clase del dominio: a la tradicional clase terrateniente y burguesías exportadoras e importadoras, se le suman los grandes bancos extranjeros, las mineras, la petroleras foráneas, los multimedios concentrados, los monopolios de la alimentación y el comercio.
Estos regímenes oligárquicos tienen una inspiración económica neoliberal, que hace recordar al Consenso de Washington de los años 1990: librecambio y de flujo de capital, deuda externa y fuga de capitales, ajuste fiscal, flexibilización laboral, privatización de áreas estratégicas, etc.. Pero el régimen económico que buscan imponer no es igual. Aquél se nutría de un incesante flujo de capitales que venía desde un centro imperialista que extendía su dominio, con el FMI y la OTAN de alfiles, por la mayor extensión del planeta posible. Tras la caída de la Unión Soviética y el bloque del Este, se expandía la globalización financiera, con base en la apropiación de bienes y servicios locales. La cooptación y declinación de los viejos movimientos nacionales fue la característica de la época; el menemismo y el PJ en Argentina, Salinas de Gortari y el PRI en México, Sanchez de Lozada y el MNR en Bolivia, y hasta el caso de la figura ex populista de Henrique Cardoso. Abandonado el camino de la revolución nacional, se dedicaron a transitar la declinación por vía de gestionar los intereses del imperialismo norteamericano. Pero ahora, ese poder financiero occidental es el que ha entrado en declinación a nivel mundial, al igual que el poder militar de los Estados Unidos y sus socios menores. Y además han surgido potencias nacionales como Rusia, India, Pakistán, Indonesia, entre otras, y el desafío de China, dando formas a un nuevo orden geopolítico de perfil multipolar, superador del inicial unilateralismo yanki. Se le torna, así, imprescindible el aseguramiento imperial de la región centro y sudamericana, desde donde fortalecerse para batallar en la lejana zona núcleo del mundo.
La caída permanente como forma de dependencia.
Este desacople actual entre ese neoliberalismo económico y el presente álgido del imperialismo financiero y político de los Estados Unidos, provoca tensiones amenazantes en la cuerda sobre la cual se anuda la dominación. La postergación del Tratado de TransPacífico debilitó los planes de sometimiento en los términos programados, pese a que insisten en su remedo, el Acuerdo Mercosur Unión Europea y los bilaterales de comercio. Así es como los economistas de diferentes partes del continente diagnostican la inconguencia e inestabilidad de las políticas económicas neoliberales, cuyo efecto es la crisis constante. A esto se le suma la conflictividad social en aumento que provoca la exclusión, la miseria, la falta de trabajo, la destrucción de las industrias, las desigualdades, para lo cual la respuesta es la vía represiva.
En Brasil, la prisión política y proscripción judicial de Lula se combina con un aumento notable de la pobreza, estancamiento industrial y el riesgo de una nueva recesión; mientras en nuestra Argentina el PBI cae y, recesión mediante, ha iniciado el camino de la cesación de pagos y la dolarización, y….existen presos politicos.
También hay que contar la situación política de Colombia, donde el proceso de paz está en jaque con una persistente masacre de dirigentes sociales: de Perú, con un ex presidente obligado a renunciar; de Ecuador, donde se persigue a Rafael Correa; a la vez que Venezuela y Bolivia son amenazados por conspiraciones, acciones terroristas, bloqueos económicos y amenaza de una directa intervención militar. Las democracias se derrumban pero no por golpes de estado que originan ciclos de dictaduras cívico militares, como otrora, sino por políticas que inducen a los países a una sostenida crisis política y económica, de la que no se puede esperar sino su profundización.
Pero toda esta inestabilidad generalizada no significa necesariamente que los regímenes oligárquicos caigan; sino, el abandono de los proyectos nacionales, la demolición de las instituciones de participación política y el hundimiento de nuestros países. No hay estabilidad, pero los estados se deterioran, los pueblos se debilitan y toda forma de organización con miras hacia dentro -desde las industrias locales y los mercados internos hasta los sindicatos y comunidades- se destruye.
Entonces, el objetivo de imponer un nuevo modelo de dependencia se realiza mediante el debilitamiento de los estados y la instalación de lo que Jorge Beinstein denomina “economías de baja intensidad”; cuya deriva es, en definitiva, la depredación de los espacios nacionales y el quiebre de cualquier atisbo de resistencia popular. Sería la crisis permanente como forma de la proyección imperialista sobre la región latinoamericana. Pero, ¿cuánto tiempo se puede tardar en producirse el colapso de estos regímenes? ¿Cuánto en producirse una confrontación social de consecuencias no previsibles? ¿Podrán las resistencias sociales y populares construir una alternativa política viable que nos evite seguir por el desfiladero? La vocación por el optimismo nos hace confiar en la capacidad de aprendizaje de nuestros pueblos para hacer el cálculo.

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