Los
invito a leer la nota que compartimos más abajo.
El
autor se interroga acerca del rol del periodismo en el medio de la
concentración mediática, cuya primera víctima es la autenticidad,
la búsqueda de la verdad y el sentido crítico.
Su
trayectoria lo avala fuertemente. Décadas de bregar desde la pluma y
la información en el campo popular, con una mirada explícitamente
situada desde el pueblo y el sur del planeta.
Su
posición, en esta nota, es una explicación razonada y actualizada
de la mejor y más auténtica tradición del periodismo nacional, en
el cual militaron enormes figuras como José Hernández, Mariano
Fragueiro y Olegario Andrade en el siglo XIX, con antecedentes como
los viejos cuadernos de FORJA en los años treinta, y pensadores cuyo
compromiso con la verdad fue, al mismo tiempo, con la causa de la
liberación nacional y la justicia social de nuestro pueblo, como
Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, para nombrar
a los más conocidos.
Justamente,
este último, ese descubridor de la realidad argentina como le llamó
Jauretche, en alguna oportunidad dijo: “El periodismo es, quizás,
la más eficaz de las armas modernas que las naciones poderosas
utilizan para dominar pacíficamente a los países más débiles.
Opera, no a través de sus opiniones, sino mediante el diestro empleo
de la información, pues sólo transfiere aquella parte de la
realidad que conviene a los intereses que representa.” Lo dijo
precisamente desde las columncas de la Revista Qué, durante la
dictadura militar en 1957.
Y
alertaba sobre su carácter artero: “Es un arma traidora como el
estilete, que hiere sin dejar huella”. Presten atención, vean cómo
compara: “Un libro permanece, está en su anaquel para que lo
confrontemos y ratifiquemos o denunciemos sus afirmaciones. El diario
pasa. Tiene una vida efímera. Pronto se transforma en mantel o en
envoltorio, pero en el espíritu desprevenido del lector va dejando
un sedimento cotidiano en que se asientan, forzosamente las
opiniones. Las creencias que el diario difunde son irrebatibles,
porque el testimonio desparece”
Para
terminar, a esta altura no queda más que recurrir al mismo
Scalabrini. “Desalojemos de nuestra inteligencia la idea de la
facilidad. No es tarea fácil la que hemos acometido. Pero no es
tarea ingrata. Luchar por un alto fin es el goce mayor que se ofrece
a la perspectiva del hombre. Luchar es, en cierta manera, sinónimo
de vivir: se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo. Se
lucha con el mar para transportar de un extremo a otro del planeta
mercaderías y ansiedades. Se lucha con la pluma. Se lucha con la
espada. El que no lucha, se estanca, como el agua. El que se estanca
se pudre.”
Sin
autenticidad el periodismo es un engaño, dice Gabriel Fernández en
su nota, aunque no solo en el periodismo ocurra eso. Se trata, a
nuestro humilde entender, de un valor a considerar en la vida
colectiva de los pueblos: la autenticidad como lealtad a la verdad a
la hora de pensar, interpretar y comportarse. Ser leal a uno mismo y
al pueblo al cual pertenecemos. Y no es tarea fácil, más aún en la
maraña de discriminación y persecución con la que el orden de la
dependencia semicolonial nos envuelve. Pero bien sabemos que, lejos
de ser una tarea ingrata, es la única que da sentido a una vida,
para no estancarse, aislarse y secarse como un charco en la calle.
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LLEGAR.
Ya casi no hay encuentro, organizado o casual, en el que no surja
alguien que plantee una inquietud a modo de interrogante, con dos
perfiles imbricados. Dado el interés que parece generar el asunto,
voy a decir lo que pienso al respecto, con la intención de resultar
sincero; si además acierto, es un tema que se verá.
La
pregunta es: ¿cómo hacer para que te lea mucha gente? –versión
emitida por colegas- y ¿cómo hacer para llegar a mucha gente?
–variante habitual en la militancia popular-. “Llegar” desde
hace un buen tiempo, es la obsesión de ambos –periodistas bien
ubicados políticamente y militantes que anhelan comunicarse con el
conjunto social- ; se ha reforzado, claro, con lo que se denomina
blindaje mediático.
Bueno,
lamento brindar respuestas que dejan de lado la receta mágica, pero
tampoco he de formular apreciaciones destinadas a quedar bien para
contentar a los anhelantes (ahí ya tienen una clave). Resulta que el
primer paso para realizar eficazmente este trabajo es dejar de
preguntarse esas cosas. ¿Por qué? Básicamente porque al forzar la
narración, adecuar el lenguaje y forzar el estilo, se pierde
autenticidad.
Sin
autenticidad, el periodismo es un engaño. Pero no sólo hablo de las
mentiras lanzadas por los medios concentrados, sino también
–respondo a las preguntas citadas, es decir, soy consciente de su
origen- las adecuaciones bienpensantes de quienes adoptan un tono
paternalista para “llegar” al zonzo y explicarle con buenos modos
que lo es.
Entonces,
una vez que nos despojamos de ese ansioso interrogante dual, vamos a
lo nuestro: lo que vale es el trabajo bien realizado. La información
certera, el equilibrio narrativo, la disminución de todos los
adjetivos que resulte posible, el posicionamiento social y regional
para la definición del lineamiento editorial… y el análisis a
fondo. Esto es: el intento firme de aproximarse a la verdad, guste a
quien guste y contente a quien fuere.
Preparo
el mate, ordeno la pila de libros que anida en el escritorio y
pienso: si voy a defender la autenticidad más vale que sea honesto.
Entonces, añado un elemento que necesita convertirse en piedra
angular para el periodista: aunque llamamos trabajo a este oficio –
profesión, es preciso vivirlo con el placer de los juegos, los
juegos en serio. Cuando uno comprende que no puede vivir sin hacer lo
que hace, ha encontrado el juego que mejor juega y que más le gusta.
Al
conversar con periodistas que cumplen su turno a rajatabla, me doy
cuenta que estoy ante alguien que el día menos pensado, frente a una
buena oferta económica, se convertirá en administrativo, atenderá
un comercio o se dedicará a fabricar termos. Todo eso es igual de
digno que el periodismo, pero la dedicación es distinta. La pasión
por narrar es equivalente a la que sentimos por el fútbol, o no es.
No
se trata de buscar diversión en el quehacer cotidiano. Por eso
indico que estamos ante un juego en serio. ¿Quién ríe durante un
partido disputado? Es más ¿Hay cotejos que no sean disputados? El
que anda paveando en el medio de la cancha (mientras sus compañeros
transpiran la camiseta) y dice que juega para divertirse, no está
jugando al fútbol: aprovecha el encuentro para entretenerse con
amigos en derredor. Bien por él, pero no me interesa tenerlo en el
equipo.
Entonces
vamos aproximándonos. Nada de hablar para zonzos, que terminan
dañando el mensaje, sin escucharlo. Autenticidad y pasión. Menos
compulsión por el éxito; más exactitud y más profundidad.
Dedicación completa sin esfuerzo. Y lo que debería resultar
evidente pero no lo es: leer.
La
actividad periodística podría sintetizarse en leer textos ajenos y
corregir textos propios. Eso es.
(En
el escritorio la cantidad de publicaciones no va en zaga a la de
libros. Pero uno guarda, pensando voy a usar este material al
referirse a tal o cual cosa). Sigamos.
Cuando
alguien dice no tengo tiempo para leer, señala una situación de
pleno derecho. Nadie merece que lo obliguen a leer. Pero resulta
ostensible que no puede ser periodista. Y que no venga con que los
animadores y gritones de la tele no leen y “llegan”. Eso indica
que la vara que se ha puesto el presunto colega es bajísima. No ha
comprendido que cuando una actividad implica una pasión que quema,
el dinero y el conocimiento público quedan licuados por el deseo
irrefrenable de hacer lo que a uno le gusta hacer.
Hay
militantes que presuponen que si un periodista nacional y popular
sale por la tele haciendo gestos y pegando gritos, podría
transformar la realidad. Es preciso huir de esos compañeros. Poner
los pies en polvorosa.
El
periodismo no releva la movilización, la acción política, las
elecciones. Si observamos los porcentajes de adhesión a tal o cual
idea, y si segmentamos los mismos entre los sectores sociales,
hallaremos tendencias preexistentes en los receptores, que buscan lo
que quieren escuchar.
Lo
curioso es esto, para retomar el arranque: el trabajo bien realizado,
“llega”. De modos sutiles e intrincados, pero desembarca en
playas impensadas.
Es
que la función del periodista es informar, insertar ideas favorables
a la sociedad, potenciarlas, ayudar a pensar. El militante nacional
popular, el organizador, el trabajador consciente, necesita buena
información y argumentos sólidos para aquella acción político
práctica que desarrolla día a día en el lugar de labor, en el
barrio, en la reunión.
Recordemos
el alegrón de Jauretche, aquel 17 de Octubre fundacional: entre
aquella multitud, nadie lo conocía… pero re – conocían sus
ideas. Las habían hecho propias.
Finalmente:
la cantidad de pibes que se han sumado a las variantes que
transformarán a fondo esta sociedad es notable para quien apague la
tele y mire donde hay que mirar. Hablo de los delegados sindicales,
los militantes sociales, los nuevos cooperativistas; pero también de
los que realizan estos medios nacional populares. ¿No han visto a
esos jóvenes en las marchas de noviembre y diciembre?
Así
que cuidado con ofender y decirles que su tarea no sirve, que lo que
se necesita es emular a Feinman por izquierda. Las personas atadas a
los soportes tradicionales insisten, convencidas, en que sólo eso
existe. Ya se ha dicho: La tradición de todas las generaciones
muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.
Esta
es mi respuesta a aquél interrogante. ¿No es lo que esperaban?
Pregúntense qué significa “llegar” para cada uno.
Está
bien; no es lo que esperaban, pero al menos sirve para debatir.
Gabriel
Fernández / La Señal Medios
http://www.laseñalmedios.com.ar/2018/02/18/llegar-sobre-la-autenticidad-en-el-periodismo/
http://www.laseñalmedios.com.ar/2018/02/18/llegar-sobre-la-autenticidad-en-el-periodismo/
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